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Democracia

Puede ser por el número de años transcurridos o por la creciente polarización que se vive en torno al debate político, pero lo cierto es que hoy en varias ciudades del país se recordará el “Día de la democracia” con más fervor que en las últimas tres décadas. Y está bien que así sea, pues al margen del signo ideológico que cada quien porta, lo verdaderamente importante es manifestarse en favor del sistema de gobierno que mejor se adapta a las expectativas de la población y, sobre todo, el único que verdaderamente puede albergar a todas las tendencias, creencias y militancias.

No cabe duda de que en las tres décadas y media transcurridas, desde aquella tarde en que una multitud que no se veía desde hacía muchos años recibió en la Plaza de San Francisco a Hernán Siles Zuazo, mucha agua ha pasado debajo del puente, pero sobre todo ha madurado mucho el espíritu democrático de la población.

Tras el fracaso de ese primer gobierno desde la recuperación de la democracia, auspiciado, irónicamente, por el Vicepresidente y los partidos con representación parlamentaria de entonces, el neoliberalismo y los dictados del Consenso de Washington transformaron el Estado, modernizando mucho la administración, pero también achicando su responsabilidad para dejar las tareas propias del desarrollo en manos de los sectores privados, nacionales y extranjeros.

Así, grandes porciones de la población aprendieron a vivir en el desamparo del Estado, siendo testigos de cómo la “clase política” descubría que los principios son descartables a la hora de medrar de la cosa pública. Ese modo de gobernar, conocido como “democracia pactada” (pues el gobernante era elegido por la voluntad de los jefes de partido y no por la votación popular), terminó luego de las violentas jornadas de octubre de 2003.

En 2006, por primera vez en la historia, un presidente fue electo con la mayoría absoluta de los votos, iniciándose un periodo que si bien no estuvo exento de tensión y violencia políticas, poco a poco fue afianzándose hasta lograr una estabilidad, sobre todo económica, de la que aún hoy puede disfrutarse. En lo estrictamente político, la situación no se ve tan clara, sobre todo por la ausencia de un líder que sea capaz de galvanizar las tendencias opositoras.

Es día, pues, de celebrar en primer lugar el hecho de que el país goza de democracia, y que es merced a esta condición que cualquier movilización opositora puede tener lugar sin temor a la represión, que tanta sangre y tantas vidas se cobró entre 1964 y 1982.