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Hombres eran los de antes

El mundo es un buen lugar y vale la pena vivirlo”, dijo Roberto Jordán poco antes de morir, en Por quién doblan las campanas. El personaje es el alter ego del estadounidense Ernst Hemingway. Si Roberto Jordán era un polifacético revolucionario estadounidense políglota y un gran amante que murió cuando luchaba contra la dictadura de Franco, en España, Hemingway era eso y más. Es que hombres eran los de antes.

Él conocía mundo, hacía zafaris (en su época no había tanta conciencia por la protección de animales), era un gran bebedor, dominaba idiomas, se jactaba de ser un buen amante (y que conste en actas que buen amante no es sinónimo de mujeriego), manejaba armas y era bueno allí donde se lo llamaba. Es más, leía y escribía como los dioses. Era también “reportero de guerra”, en toda la extensión de estas dos magníficas palabras.

Hubo otro de su raza y casi de su oficio. Un tipo que en poco menos de dos años publicó 75 notas críticas de cine, a las cuales habría que cargarles las horas empleadas en ver las películas. Además escribió unas 600 notas editoriales, una noticia firmada o sin firmar cada tres  días, y por lo menos 80 reportajes… repito: ¡En dos años! Y encima tenía una vida que valía la pena vivir. Ése era don Gabriel García Márquez. Entonces se redactaba en máquinas de escribir y él venía de un tiempo en el que se podía fumar en las salas de redacción y salir a farrear para hablar de novelas, fútbol y mujeres, entre otras cosas. Ufa, cuánto hemos empeorado en el periodismo.

Hay quienes solo se dedicaron a un oficio con alma, vida y corazón, esas tres cositas nada más nos dieron. Ya lo dijo el gran representante del Diómedez Días: “Si te inspira ser zapatero, solo quiero que seas el mejor”… Ahí, no de zapatero, sino de futbolista está Diego Armando Maradona. Era capaz de jugar al fútbol con una pierna hinchada como pelota. Jugaba, lo pateaban, se ponía de pie y era volteado de nuevo, él se levantaba y regateaba. Fue la razón que llevó a un equipo a conquistar un campeonato mundial y un subcampeonato (aunque en Argentina dicen que el subcampeón es el primero de los perdedores). Era, pues, un himno a la lucha sobre el campo de batalla del césped.

“Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón…” son palabras de la gran Sor Juana Inés de la Cruz, una (poeta) literata que sabe resurgir con el paso de los años. Tuvo y ganó su lucha en un mundo que, de verdad, era de hombres. Ella es solo un ejemplo del portento que arrastraban las mujeres de las épocas anteriores.

Eran otras almas; gente de hierro. Hoy todos tenemos derecho y las leyes están para que vivamos mejor… Tenemos, tristemente, una sonrisa pinky, en un mundo que sigue siendo “un buen lugar”.