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Homenaje a Catalunya

Con el título del presente artículo fue que George Orwell publicó en plena guerra civil española (1936) un conmovedor relato acerca de esa contienda, en la que participó, con armas en manos, en las filas del POUM, de tendencia trotskista, el cual constituyó junto a comunistas stalinianos y anarquistas (mis preferidos) el formidable bastión en defensa de la República frente al avance del franquismo. Hoy, con la abortada declaración de independencia adoptada por el Parlament de Cataluya, legítimamente elegido, rubricando la voluntad popular expresada en el referendo del 1 de octubre, ha comenzado el asedio del Estado español contra los insurgentes. Persecuciones, procesos judiciales por sedición y hasta por malversación son los ingredientes que llenan la faltriquera de la represión, al más puro modelo del generalísimo Francisco Franco, resurrecto para la ocasión.

Ante la confusión que equipara ese gesto a un simple episodio separatista dentro del reino de España, conviene recordar que ese territorio de 32.000 km2 fue desde hace más de 20 siglos trajinado sucesivamente por los iberos, griegos, romanos (quienes instauraron el latín, origen del catalán), visigodos y musulmanes. Luego de interregnos de condes, de amasiatos reales y de pleitos intrarrealistas, advino una efímera República para encallar en la noche negra de la dictadura franquista por 40 largos años, periodo en que se prohibió el uso de la lengua catalana y se penalizó todo atisbo de reivindicación vernácula. Todas esas conquistas, invasiones y opresiones varias no pudieron doblegar a una comunidad que fue forjando su propia identidad desde el legendario puerto de Ampurias hasta la moderna Barcelona actual, produciendo con sus usatges un modo de vida y un weltanschauung peculiar, latente en sus 7,5 millones de habitantes. Tibias medidas constitucionales (1978) reconocieron en Catalunya a sus instituciones típicas, otorgándole —paralelamente— cierto grado de autonomía, concesiones que se han mostrado insuficientes para el ansia de libertad y de dignidad nacional por las que se bate ahora gran parte de la catalanidad.

Este fenómeno recurrente en pueblos avasallados no es el primero ni será el último. En la sala de espera de la Historia aguardan sigilosos su momento crucial los palestinos (rodeados por el militarismo sionista), los uhgurs y los tibetanos, los 40 millones de kurdos (salpicados en cuatro países) las comunidades de Tatarstan, Abjasia, Transdnistria y otras.

Evidentemente, parir un nuevo Estado no es tarea fácil, pero el impulso cívico es de tal fortaleza que hasta grandes masas territoriales de complicado control fueron incapaces de escapar a ese empuje. Sucedió aquello con el desmembramiento de la India, bajo la férula británica, de cuya partición nació el Paquistán contemporáneo en la lúgubre noche del 15 de agosto de 1947, dando origen a la sugerente alegoría imaginada por Salman Rushdy en su novela Hijos de la medianoche.

Así, al aún presidente Carles Puigdemont después de las elecciones regionales del 21 de diciembre de 2017, si los votantes le dan la razón, le esperan días aciagos en su terca determinación de consolidar la dramática insurgencia de la República de Catalunya, para entonces izar su heroica bandera en el Palau de la Generalitat, que esta vez flameará libre, independiente y soberana, al son de su himno Els Segadors.