Matanzas en EEUU
Se trata de un argumento absurdo y en extremo peligroso que pone los pelos de punta.
Octubre empezó de manera trágica en EEUU, con la mayor matanza con armas de fuego a manos de un civil de la que se tenga registro: 60 muertos y cerca de 500 heridos en un concierto al aire libre en Las Vegas. Y noviembre se inició de igual manera, con la muerte de 26 personas y 20 heridos que fueron acribillados en una pequeña localidad de Texas, con apenas 634 habitantes.
Las declaraciones de Trump sobre este último hecho de sangre permiten entender, con claridad diamantina, por qué estas matanzas se repiten con tanta frecuencia en la potencia del norte. El Mandatario estadounidense se encontraba en Tokio cuando ocurrió esta última masacre, el lunes, en una iglesia baptista de Sutherland Springs. Consultado al respecto en una conferencia de prensa, Trump apuntó como el origen de la masacre a “un problema de salud mental de alto nivel (…) que hay que abordar de manera seria”, para luego descartar que se tratase de “un problema de armas”.
Posteriormente, para reforzar esta posición agregó que “afortunadamente alguien más portaba un arma que apuntaba en la dirección opuesta, si no hubiera sido mucho peor”, en referencia a un vecino armado que se enfrentó a tiros con el agresor tras el ataque, y que incluso lo persiguió junto con otro hombre que se sumó a esta “cacería” en su camioneta, hasta que finalmente el atacante se suicidó.
Huelga recordar que el argumento esgrimido por Trump no tiene nada de original. De hecho se trata de una suerte de libreto que repiten los defensores de armas que detentan algún cargo público en EEUU. Por ejemplo, tras el asesinato de dos personas perpetrado en 2015 en una sala de cine de Lafayette (Luisiana) por John Houser, quien utilizó un arma de fuego que había obtenido legalmente a pesar de tener antecedentes psiquiátricos, el entonces gobernador republicano Bobby Jindal señaló que “cada vez que esto sucede, parece ser que la persona posee una historia de enfermedad mental”.
A su vez, el exgobernador de Texas Rick Perry (también republicano) aprovechó la ocasión para defender la eliminación de las pocas restricciones existentes sobre las armas, con el argumento de que ello hubiese permitido que los otros espectadores estén también armados, lo que les hubiera permitido disparar al pistolero. Es decir que para Perry, así como para muchos otros republicanos, la solución para contrarrestar las matanzas protagonizadas por enfermos mentales pasa por facilitar los tiroteos masivos, incluso en cines oscuros y abarrotados de gente.
Se trata de un argumento sin pies ni cabeza que pone los pelos de punta, por cuanto aconseja literalmente echar gasolina al fuego para pagar el incendio, y de paso impide atacar la verdadera raíz del problema: la venta libre de armas de fuego de grueso calibre en Estados Unidos, un macabro y lucrativo negocio que desde 2011 ha causado más de 200.000 muertos en el país del norte, tres veces más que las muertes provocadas por la guerra de Vietnam.