Sonrisas bonitas
Se trata de estudiantes pobres que no tendrían opción de asistir a universidades estatales o privadas.
Se fueron con el título bajo el brazo y la sonrisa más bonita. Doscientos catorce jóvenes de las provincias de La Paz recibieron esta semana su título universitario. La mayoría de técnicos medios y poco más de 70 como licenciados. En todos los casos, en profesiones que tienen que ver con el desarrollo rural: ingeniería textil, agronomía, industria de alimentos o medicina veterinaria y zootecnia. Todos pasaron tres o cinco años por las aulas de la Universidad Indígena Aymara Túpac Katari, una iniciativa estatal que empezó en 2008 a orillas del lago Titicaca, en el municipio de Huarina y que ya sumó seis promociones.
Las autoridades originarias de las comunidades dan el aval para que el o la bachiller campesina o indígena sea admitida en la universidad, donde tienen el sistema de internado, con beca completa. Por lo menos teóricamente, la disciplina es estricta y el alumno se compromete a no reprobar materias, bajo riesgo de expulsión. Solo se paga la matrícula y el resto es gratis. Tras el título de técnico superior, de los primeros tres años, se puede ir tras la licenciatura en otros dos años. Y siempre el compromiso es volver a la comunidad.
Por definición se trata de estudiantes pobres que no tendrían opción de asistir a universidades estatales o privadas, por el costo que implica vivir en la ciudad y, peor aún, pagar por el estudio. Son tres las universidades indígenas en funcionamiento. Además de la aymara, a orillas del Titicaca, en La Paz, está la quechua en Cochabamba y la guaraní en Santa Cruz. Todas suman más 1.000 graduados y tienen en aula más de 2.000 estudiantes.
Esta no es la única experiencia. En el Chapare (Cochabamba) fue creado, hace unos cuatro años, un instituto de formación de técnicos medios, al lado de un cuartel. Los conscriptos, llegados del área rural de Cochabamba y de Beni, durante un tiempo se dedican a la instrucción militar y después, a estudiar en unos ambientes totalmente aptos, con bibliotecas, computadoras, talleres, laboratorios, buenos dormitorios y mejores salones de clases.
A estos jóvenes se les ha dado la oportunidad de cambiar un destino que fue infalible para casi todas las generaciones que les precedieron: ser peones, cargadores, agricultores pobres y las mujeres, sirvientas. O migrar hacia Argentina, Brasil, Chile o donde les dijeran que la vida podía ser distinta.
Se pueden abrir discusiones sobre la calidad de la formación, por qué su apertura si muchas universidades bien establecidas también tienen sucursales rurales y todos los peros imaginables, pero a estos chicos el orgullo y el futuro no se los quita nadie.
Además, hemos aprendido de memoria que en el área rural la mujer siempre fue relegada de la educación, como parte de las tradiciones. Hasta se la veía como una carga. Se les repetía que quien servía era el varón, porque es fuerte y es quien sostiene a la familia. Incluso la mejor comida, la más abundante, era para el varoncito y la sobra, para la niña. La graduación de esta semana reveló que de poco más de 700 estudiantes en aula de la Universidad Aymara, cerca de 400 (más de la mitad) son mujeres. Más motivos aún para celebrar e irnos, como si jamás se fuera a despintar de nuestros rostros morenos, la sonrisa más bonita.