Un día como hoy, hace 38 años
Todos ellos se blindaron contra la Justicia, pero no sacaron sus nombres de la memoria histórica.
Como un cardiópata en la ciénaga del infarto o una ciudad temerosa de los manotazos de un sismo, así vivió Bolivia todo el siglo pasado, al borde de matanzas militares y/o golpes de Estado. Amanecíamos los bolivianos pendientes del humor con que despertaban los generales o coroneles con mando, psicópatas que flotaban en la “efes” de su fuerza por la fama y fortuna fortuitas en su favor.
El coronel Alberto Natusch Busch fue uno de esos. Su golpe de Todos Santos ocurrió el 1 de noviembre de 1979 y duró dos semanas, hasta un día como hoy, hace 38 años, fecha en que renunció y huyó por la puerta trasera de la cobardía, acosado por una sólida huelga general y la rechifla pública. Sus secuaces escaparon también historia atrás y hacia abajo.
Todos ellos se blindaron contra la Justicia, pero no sacaron sus nombres de la memoria histórica. El libro testimonial La masacre de Todos Santos, editado por la Asamblea de Derechos Humanos, los menciona uno por uno: Arturo Doria Medina, comandante del regimiento Tarapacá que ametralló a multitudes en las calles; Jaime Niño de Guzmán, jefe de la aviación que bombardeó sobre plazas y mercados atestados de gente; Edén Castillo; Armando Reyes Villa; Carlos Mena (“torturador profesional”, dice el escrito); Oscar Larraín; Mario Oxa; Luis García Meza; Humberto Cayoja; Faustino Rico Toro y otros 10.
En ese texto están citados otros asesinos, sin uniforme pero plenos de culpas e impunidad: Guillermo Bedregal, José Fellman, Edil y Willy Sandóval, Abel Ayora Argandoña, Félix Agapito Monzón (ministro de Finanzas que se robó 64 millones de pesos), el cura jesuita Luis Rojas; agentes y torturadores como Boris Marinkovic, Froilán Killer Molina, Míster Atlas, Rafael Loayza, Franz Pizarro, Damy Cuentas y otros paranoicos.
El golpe contra el presidente Guevara Arze, y que frustró la mayor victoria diplomática de Bolivia en la OEA por la reintegración marítima, fue lanzado también para evitar que el diputado Marcelo Quiroga Santa Cruz siguiera con el juicio de responsabilidades al sanguinario Hugo Banzer.
En diciembre de ese 1979 se publicó en Presencia Cultural un alegato de Marcelo con su alias Pablo Zarzal. El poema No es en vano dice: Dos/ fueron dos/ las semanas de noviembre/ una teñida de sangre/ y otra manchada de miedo.// Cuatro/ fueron cuatro/ dos en busca de fortuna/ y dos en busca de nombre.// Diez/ fueron diez/ los uniformes de hierro/ cinco sedientos de sangre/ y cinco ávidos de fuego.// Uno/ solo fue uno/ el terrible cancerbero/ mitad lengua de veneno/ mitad colmillo de acero.// Quinientos/ fueron quinientos/ caídos en el sendero/ unos vieron su victoria/ y otros vencerán de muertos.// Millones/ fueron millones/ los puños que se encendieron/ millones de corazones/ opuestos a la levita/ las balas y al cancerbero.// Millones/ serán millones los hombres/ que un día/ serán uno solo y nuevo.
También en ese diciembre, el semanario Aquí publicó un amargo Parte de guerra que yo envié al Estado Mayor General por la honra de 76 asesinados y unos 400 heridos y desaparecidos en tan terrible quincena. Mi escrito finaliza así: “Avisen al comandante/ ya nada debe temer/ ya puede bajar del tanque/ ya tiene un nuevo laurel/ ha muerto Jaime Mamani/ que dejará de joder…/ Una ronda de singani/ a su salud coronel”.
El periódico dirigido por Luis Espinal llamó a Natusch Busch “masacrador con apellidos de estornudo”. Cuatro meses después, en marzo de 1980, el narcoronel Luis Arce Gómez, mandón de los torturadores Galo Trujillo, Javier Hinojosa, Freddy Quiroga Francisco Estrada, Gary Alarcón y Andrés Ivanovic, ordenó secuestrar y torturar al padre Espinal. Lo mataron con 17 tiros de metralleta. Luego, en julio de 1980, el general Luis García Meza mandó matar y desaparecer a Quiroga Santa Cruz con paramilitares venidos de Argentina. De esas masacres y golpe hoy no queda nada. Y ante la Justicia, sus autores son todos santos.