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¿Lenin vive?

En un arranque de precipitación, creí equivocadamente que el leninismo era una especie de ideológica extinta a fines del siglo XX. La intuía triturada bajo las piezas de hormigón descartable de aquel oprobioso muro que partía Berlín en dos.

No lo es. Resulta que un siglo después de la irrupción de la Revolución Rusa, en Bolivia, país que bien podría postular como el “eslabón más débil” de la cadena capitalista, el camarada Lenin goza de buena salud y deambula por los pasillos de la Vicepresidencia. En un acto engalanado con una hoz y un martillo estampados sobre un fondo rojo rabanito, Pablo Iglesias, el líder de Podemos en España, y Álvaro García Linera, su anfitrión, convocaron a evocar el centenario de la gesta soviética en pleno corazón de Sudamérica.

El resultado es por demás sorprendente. Resulta que Lenin sería figura inspiradora de la revolución democrática y cultural boliviana y también de las emanaciones electorales del insumiso 15M español. Menuda intersección. ¿Es válida?
Para justificar el inesperado parentesco entre la revolución soviética y los cambios en curso en España y Bolivia, Iglesias y García Linera decidieron escenificar una clase de primaria. Lejos de sus habituales tonos beligerantes, recurrieron a la enumeración condescendiente de datos archiconocidos, pinceladas de una improvisación por demás evidente.

¿Lenin vive? Según la dupla a cargo del citado homenaje, Lenin no ha muerto, porque habría sido un genio de la acción concreta, un mago para hacer viable lo impensable. Así, cuando todos los marxistas esperaban que el socialismo brotara naturalmente en Inglaterra o Alemania, Lenin le habría enseñado al mundo que éste podía surgir y afianzarse en la Rusia feudal y campesina. Y entonces Lenin habría sido el gran sembrador de las ideas de Marx en parcelas aparentemente hostiles. Ese sería el “momento” leninista, la sabiduría apropiada para detectar la oportunidad de plasmar en la realidad lo que se ha teorizado antes con tanta pasión. La segunda cualidad del jefe bolchevique sería haber pensado y ejecutado un proyecto de Estado, el primero de raíz socialista. Y es que si los revolucionarios no edifican un aparato estatal, ninguna de sus promesas podrá ser entregada a tiempo; punto final.

Acabado el acto, la descripción del ideario leninista yace reducida a una lista de rasgos pedestres de cualquier consultor político. Lenin quedó así estilizado como un Maquiavelo marxista sin más ademanes que la eficacia a la hora de firmar tesis y decretos.

A lo mejor Iglesias y García Linera son realmente leninistas del siglo XXI. El problema es que se niegan a confesarlo en público. Son quizás los impulsores, como lo fue Lenin, de proyectos estatales establecidos sobre alianzas sociales espurias destinadas a alimentar la sed de poder de una burocracia transformada en clase gobernante. Son tal vez usuarios del momento leninista planteado como oportunidad para montarse en la ola de la democracia para después devastarla a pasos acelerados a fin de que nadie más pueda escalar por sus escarpadas laderas.

Son posiblemente constructores de partidos formados por “revolucionarios profesionales”, que consagran sus horas a la preservación de un poder que alguna vez fue fruto de una ira popular pasajera. Lenin fue el predecesor preciso de Stalin. Su causa no fue traicionada, sino profundizada por éste. De la inicial cancelación de las libertades y el pluralismo nació la dictadura de un solo individuo. En su cátedra, Iglesias y García Linera pronunciaron la palabra “gulag”, pero no se vieron en la obligación de explicarla. Solo espero que nadie más tenga que atravesar por su desciframiento experimental.

*es periodista