Caras y caretas
La minería y la industrialización no dependen solo de buenos eventos ni de cambios generacionales.
No sé si es la época preelectoral y navideña que vivimos o la urgencia de mostrar la mejor cara de la nación ante la comunidad internacional en los eventos que se organizan en diferentes rubros, pero de un tiempo a esta parte se observa un inusitado afán de mostrar un país menos radical y menos confrontado, aun a contra ruta del discurso oficial popular socialista que prosperó en la última década.
En la convocatoria a la IV Cumbre del Foro de Países Exportadores de Gas (FPEG) pareciera que los fantasmas del neoliberalismo hubiesen inspirado su organización, que se centra en el control de precios; la apertura de 80 áreas de explotación potencialmente interesantes en cuatro cuencas descubiertas ya en décadas pasadas; en mostrar ventajas comparativas del país en ubicación geográfica, infraestructura y tratamiento a las nuevas inversiones (¿hay ventajas?); obviando temas como tributación, coparticipación, control ambiental en parques y áreas protegidas, etc., que siempre son un dolor de cabeza a la hora de sopesar la importancia del mensaje del foro. A pesar de todo, la iniciativa es muy pertinente, hay que desear la mejor de las suertes a los organizadores y ojalá salgan conclusiones que beneficien al país.
Lo que no convence es que se haya tardado una década para entrar en la lógica empresarial y de mercado que domina el negocio de los hidrocarburos. En todo caso, la batalla final del gas se la ganará o no en la arena de los hechos concretos a partir del día después del evento. Similar consideración merece la tercera versión del seminario “Nuevos profesionales para el cambio minero en Bolivia”, organizado días atrás por el Ministerio de Minería y Metalurgia, dirigido a docentes y estudiantes del sistema universitario y al público interesado en los logros de la minería en la década pasada, así como la posible contribución de la universidad a la investigación y generación de nuevos proyectos mineros.
En esta columna he analizado varias veces el estado crítico de la minería nacional, el incremento de la informalidad y la pobre generación de nuevos emprendimientos; por lo que remito al lector a mi libro De oro, plata y estaño (Plural Editores 2014 y 2017, La Paz, Bolivia) para cualquier detalle al respecto. El seminario fue otra iniciativa importante que ya se había planteado anteriormente, con actores diferentes y generaciones diversas. La minería, la metalurgia y la industrialización no dependen solo de buenos eventos ni de cambios generacionales siempre bienvenidos; lo esencial es plantearse un cambio conceptual que no dependa de actores circunstanciales, sino de tecnología, investigación y políticas adecuadas al cambio que se pretende.
Si el Mutún duerme el sueño de los justos por medio siglo o si Karachipampa no funciona por décadas no es un problema generacional. Si las tierras raras que se descubrieron en los años 90 en el Escudo Precámbrico del país no fueron evaluadas y peor explotadas por décadas, tampoco. Sabemos desde siempre que nuestras esfaleritas (ZnS, sulfuro de zinc) y otros minerales complejos tienen componentes como cadmio, galio e indio, entre muchos otros, de mayor valor, estratégicos e indispensables para la revolución tecnológica que vivimos. Su recuperación metalúrgica no es una cuestión de tiempo, seguiremos en esta letanía de lamentos si la tecnología que permite recuperar estos componentes menores de las “menas” (minerales con valor comercial) que producimos como país no llega a estas latitudes. Estimo importante puntualizar que la administración y gerencia de los recursos minerales a los que alude esta columna van más allá de eventos y poses, de caras y caretas que solemos mostrar de acuerdo con el momento y la coyuntura.