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De sequías y otras sequedades

La temática de ‘Sequía’ daba para plantear la solidaridad y replantear la vida junto a los más pobres.

/ 29 de noviembre de 2017 / 04:11

Ahora que en gran parte del sur boliviano, Sucre en especial, se cierne la sequía como una maldición anual insalvable, procede remarcar la obra de unos constructores de tanques de almacenamiento de agua de lluvia, cisternas de 12.000 litros de capacidad cada una, propicias para “cosechar” el líquido vital; es decir, procesar su purificación con filtros elementales en favor de la salud y provecho de los pueblos. Me tocó ver hace poco en el sur de Potosí al menos 500 de esos tanques construidos por la empresa Don Goyo, a la vera de las casas de vecinos en Toro Toro, Tacobamba, Betanzos, Ravelo, Chuquiuta y otros poblados. Enaltece escuchar los testimonios de los beneficiarios: “tengo 75 años de edad y desde mis ocho iba hasta dos veces al río, caminando 15 minutos, para traer el agua en estos dos baldecitos. Ahora el agua está aquí, en mi puerta. Mi vida ha cambiado, pues…”, y otras declaraciones con ese tenor.

En estos dos últimos años se han construido más de 1.400 tanques en aquella región del deprimido sur potosino, pero pienso que otras 100 regiones bolivianas (en Yungas, el Chaco, Tarija y todo el oriente) están esperando ese apoyo concreto a la vida, esa tamaña obra para corresponder al respeto que se le debe a la gente en sus demandas de dignidad y justicia. Decía Marx que el trabajador merece más respeto que pan o salario. Ha de ser reconfortante y ciertamente revolucionario que se construyan esos tanques de agua (cisternas) en escuelas y colegios, en parques, ciertas placitas o caminos de tránsito popular. Digo. Que el Gobierno siga alentando ese modo de liberar a la gente necesitada, agraviada por la pobreza secular y el abandono social de lo que fue la llamada república, pinche Estado aparente, ya superada con la plurinacionalidad.

Escribí todo lo anterior para ligarlo al recuerdo de una proeza cultural que hace 33 años logramos en México unos bolivianos solidarios con miles de pobladores del norte potosino afectados por una sequía de casi cuatro años. No llovió por más de 1.000 días y la vida se hizo pedazos en Uncía, Chayanta, Macha, Pocoata, Colquechaca y otras 10 regiones. Los pobladores emprendieron el éxodo por millares, cargando niños, abuelos y frustraciones.

Fue cuando seis universitarios bolivianos que, sin dejar de lograr una profesión, aceptaron mi propuesta de grabar un disco, una cantata que reflote el drama de los indios norpotosinos. El disco Sequía (Grupo Calicanto y Coco Manto) se grabó en Pentagrama luego de siete meses de traumáticos ensayos y broncas económicas. Los jóvenes músicos coronaron sus estudios y hoy son el médico Jaime Ortiz; los economistas José María Pantoja, Fidel Carlos Flores y Pablo Guzmán; y los ingenieros Dámaso Rivero y Cenobio Quino. Honor a ellos, sus voces, charangos, ronrocos, bombos, sicuris, guitarras, quenas, etc. Y en los coros, compatriotas como Quica Ortiz, Martha Beatriz, Mariel del Carmen y Pablo Ernesto. Dos mexicanos solidarios, músicos de alto nivel, orlaron esa producción: el tecladista Federico Luna y la chelista Henriqueta Aragón. Yo leí mis textos poéticos alusivos a esa tragedia social que desgraciadamente se repite en nuestro país.

Ese elepé (LP), hoy perdido en la memoria, sirvió para catapultar al Grupo Calicanto, que fue invitado al 12º Festival Cervantino de Guanajuato, aparte de unas 20 presentaciones en universidades, casas de cultura y teatros en todo el país. La temática de Sequía daba para plantear la solidaridad y replantear la vida junto a los más pobres.

“En las esquinas del hombre se abrirán nuevos caminos, la gratitud de la lengua y de los primeros himnos dará la historia sonora a los pentagramas indios. Solo nosotros te digo ya no podremos ser otros. En aquel tiempo tan nuevo tendremos que hablar muy poco porque fuimos destinados a ser voz de lo remoto. Iremos pisando leve sobre las cosas sencillas, celosos de nuestros muertos, porque así fue nuestra vida. La cicatriz, amor mío, se acuerda bien de la herida”.

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Romance de Amayapampa

/ 27 de diciembre de 2017 / 04:15

En diciembre de 1996, hace 21 años, hubo una matanza de pobladores originarios en Amayapampa, allí donde comienza el norte de Potosí, por la posesión del oro. Reproduzco lo que escribí en esos días (21 coplas en el nombre del oro y sus perversiones) para que la memoria histórica boliviana siga fresca y en guardia.

A los juglares nos toca contar historias reales con palabras remendadas y versos artificiales. Tengo un nudo en la garganta siempre que nombro el destino de las riquezas mineras en el norte potosino.

Este es el primer romance de otra matanza que ha sido contra la gente más pobre sobre el suelo enriquecido. Lugar: Ayllu Chayantaka. Fecha: día 22. Diciembre 96. Testigos: la piedra y Dios.

Charanguito bien punteado para avisar que aquí cerca, en Kapacirca y Amaya, la gente se ha puesto terca.

Desde hace 500 años es dueña de un yacimiento áureo, privatizado recién por el Movimiento. Entonces una ordenanza fue enviada al general que se puso firme y dijo: ¡Es su orden, mi capital!

Y desplegaron soldados de La Paz, de Potosí, de Oruro, como a la guerra. No me contaron, lo vi. Antes de la Nochebuena, reyes magos del azoro quemaron incienso y mirra en el pesebre del oro.

Charanguito zapateado; la plata, el oro, el estaño, nunca fueron de Bolivia, siempre de un poder extraño.

Detrás de Aymaya y Chayanta, como si fuera una rampa, el Ejército tendió la muerte como una trampa. A los que escupieron fuego ni se les movió la cara, en Kapacirca mataron como si nada importara.

La muerte bailó su tincu como en el 65, como en San Juan, en Tolata, igual y un poco distinto. Si quieren más referencias del sangriento sucedido, por la radio Pío Doce la historia no se ha perdido.

Charango kalampeadito, airampo de color fino, vivir es morir al tiro en el norte potosino.

No sé si les gustará que siga con esta historia, pero en Bolivia la vida es olvido y es memoria. Anteayer fue por la plata, ayer fue por el estaño, esta tarde, por el oro… ¡Ay país del desengaño!

De Amayapampa hacia arriba están Panakachi y Kari, territorios del suplicio de los hermanos Katari. Y aquí no les voy a hablar de Llallagua y Siglo Veinte, de sus cien años de sangre no faltará quién les cuente.

Charanguito en temple diablo, siempre hemos sabido cómo los entreveros del oro se solucionan con plomo.

Paisano, aquí pongo fin a este testimonio fiel, vieja historia de Caín que sigue matando a Abel. 

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Un día como hoy, hace 38 años

Todos ellos se blindaron contra   la Justicia, pero   no sacaron sus nombres de la memoria histórica.

/ 15 de noviembre de 2017 / 04:09

Como un cardiópata en la ciénaga del infarto o una ciudad temerosa de los manotazos de un sismo, así vivió Bolivia todo el siglo pasado, al borde de matanzas militares y/o golpes de Estado. Amanecíamos los bolivianos pendientes del humor con que despertaban los generales o coroneles con mando, psicópatas que flotaban en la “efes” de su fuerza por la fama y fortuna fortuitas en su favor.

El coronel Alberto Natusch Busch fue uno de esos. Su golpe de Todos Santos ocurrió el 1 de noviembre de 1979 y duró dos semanas, hasta un día como hoy, hace 38 años, fecha en que renunció y huyó por la puerta trasera de la cobardía, acosado por una sólida huelga general y la rechifla pública. Sus secuaces escaparon también historia atrás y hacia abajo.

Todos ellos se blindaron contra la Justicia, pero no sacaron sus nombres de la memoria histórica. El libro testimonial La masacre de Todos Santos, editado por la Asamblea de Derechos Humanos, los menciona uno por uno: Arturo Doria Medina, comandante del regimiento Tarapacá que ametralló a multitudes en las calles; Jaime Niño de Guzmán, jefe de la aviación que bombardeó sobre plazas y mercados atestados de gente; Edén Castillo; Armando Reyes Villa; Carlos Mena (“torturador profesional”, dice el escrito); Oscar Larraín; Mario Oxa; Luis García Meza; Humberto Cayoja; Faustino Rico Toro y otros 10.

En ese texto están citados otros asesinos, sin uniforme pero plenos de culpas e impunidad: Guillermo Bedregal, José Fellman, Edil y Willy Sandóval, Abel Ayora Argandoña, Félix Agapito Monzón (ministro de Finanzas que se robó 64 millones de pesos), el cura jesuita Luis Rojas; agentes y torturadores como Boris Marinkovic, Froilán Killer Molina, Míster Atlas, Rafael Loayza, Franz Pizarro, Damy Cuentas y otros paranoicos.
El golpe contra el presidente Guevara Arze, y que frustró la mayor victoria diplomática de Bolivia en la OEA por la reintegración marítima, fue lanzado también para evitar que el diputado Marcelo Quiroga Santa Cruz siguiera con el juicio de responsabilidades al sanguinario Hugo Banzer.

En diciembre de ese 1979 se publicó en Presencia Cultural un alegato de Marcelo con su alias Pablo Zarzal. El poema No es en vano dice: Dos/ fueron dos/ las semanas de noviembre/ una teñida de sangre/ y otra manchada de miedo.// Cuatro/ fueron cuatro/ dos en busca de fortuna/ y dos en busca de nombre.// Diez/ fueron diez/ los uniformes de hierro/ cinco sedientos de sangre/ y cinco ávidos de fuego.// Uno/ solo fue uno/ el terrible cancerbero/ mitad lengua de veneno/ mitad colmillo de acero.// Quinientos/ fueron quinientos/ caídos en el sendero/ unos vieron su victoria/ y otros vencerán de muertos.// Millones/ fueron millones/ los puños que se encendieron/ millones de corazones/ opuestos a la levita/ las balas y al cancerbero.// Millones/ serán millones los hombres/ que un día/ serán uno solo y nuevo.

También en ese diciembre, el semanario Aquí publicó un amargo Parte de guerra que yo envié al Estado Mayor General por la honra de 76 asesinados y unos 400 heridos y desaparecidos en tan terrible quincena. Mi escrito finaliza así: “Avisen al comandante/ ya nada debe temer/ ya puede bajar del tanque/ ya tiene un nuevo laurel/ ha muerto Jaime Mamani/ que dejará de joder…/ Una ronda de singani/ a su salud coronel”.

El periódico dirigido por Luis Espinal llamó a Natusch Busch “masacrador con apellidos de estornudo”. Cuatro meses después, en marzo de 1980, el narcoronel Luis Arce Gómez, mandón de los torturadores Galo Trujillo, Javier Hinojosa, Freddy Quiroga Francisco Estrada, Gary Alarcón y Andrés Ivanovic, ordenó secuestrar y torturar al padre Espinal. Lo mataron con 17 tiros de metralleta. Luego, en julio de 1980, el general Luis García Meza mandó matar y desaparecer a Quiroga Santa Cruz con paramilitares venidos de Argentina. De esas masacres y golpe hoy no queda nada. Y ante la Justicia, sus autores son todos santos.

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Ensayo de un orgullo en hip hop

/ 9 de agosto de 2017 / 04:10

Nació de difícil parto, pero en amor concebida. No fue bien vista al nacer, porque el agrio vecindario pretendía hacerse dueño de sus innatas riquezas. Para que ella sea posible por encima de la envidia, unas 10 generaciones rindieron su vida y sueños en duelos de sangre y fuego.

Nació con sol y con nieve, mar a sus pies y montañas, selva infinita, altiplano, un valle azul de verdoso y un lago cerca del cielo.

Del pututu de los vientos y los sonidos del Ande se valió el sabio destino para darle bienvenida con la floresta de un huayño. La música se hizo tierra. A ella llegaron los indios, que eran su gran mayoría, y desbordaron su angustia y sus lágrimas de hombres tratados como las piedras.

Tres largos siglos estuvo tragando niebla y silencio, hasta que un hirviente mar de ansiedades la hizo cierta. Estremecida brotó para los riesgosos cauces de la libertad y la honra, con ayeres y mañanas, es decir plena de historia y repleta de futuro.

No hubo modo de hacerla sino con amor y furia, a tajo de espada y duelo con un dejo de ternura libertadora y solvencia de sus claros guerrilleros. Hubo que hacerla a urgencias de la energía y el grito de quienes la imaginaron cierta de verdad y libre.

Un sábado 6 de agosto con campanas fue la fiesta y Bolívar, en su orgullo, la llamó hija predilecta. Con la sangre de sus glorias, el oro de sus solares y el verde de la llanura hizo su bella bandera al amparo de la otra, inmemorial, la wiphala. Y creció de fecha en fecha entre aciertos y avalanchas, polvareda de tumultos y heroísmos de alborada.

La codicia de su entorno, vecindario de ojo al charque, se volvió guerra y asalto. Se defendió como pudo. No dejó que le quitaran el petróleo ni el oro, el cobre, toda la plata (te puedo contar, hermano, un siglo de lo que he visto y sufrido por las trampas del endemoniado estaño).

La privaron de sus costas y su extenso litoral. Sufrimos. Está latente la desgraciada amenaza separatista y el odio oligárquico y racista. Pero ella prosigue, andando con sus riquezas abiertas hasta el bienestar común, como pasa con el gas que ahora le reporta ingresos como nunca, para todos, y es por la honradez del Evo y el acierto financiero de Luis Arce, el ministro que impulsó el PIB más alto en el tiempo y el espacio de la historia nacional. Bien sabe mi tierna patria que a futuro de quien sabe podrían hacerle daño por adueñarse del litio que se guarda en el salar. La tentación ronda y ronda con la inversión, cómo no, ¡pero ese hip oneroso ya viene a ser otro hop!

Así como está, mejor si no cede en sus combates. Bolivia es una razón esencial para vivir y la explicación más viva para aprender a morir.

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