Otro año más cerramos con la misma sensación de una razonable estabilidad económica a corto plazo y una creciente preocupación sobre el futuro. Es lo mismo que se dijo hace 12 meses. Por lo tanto, parece que no hay mayores cambios en cuanto a las tendencias reveladas, ni tampoco respecto de las interpretaciones de analistas, por un lado, y autoridades, por el otro.

Sin embargo, habría que coincidir en que el desempeño de nuestra economía es mucho más dependiente de los contextos internacionales de lo que sostienen las autoridades nacionales. El consumo interno alentado por la redistribución de ingresos y la inversión pública en grandes obras de infraestructura no tienen la potencia suficiente para contrarrestar la caída sostenida de las exportaciones y de los ingresos fiscales. El uso de las reservas internacionales también tiene límites económicos y legales.

A pesar de todo eso, las recientes proyecciones de la Cepal para 2018 muestran un crecimiento del 4% para nuestro país, 3% para Argentina y 2% para Brasil; lo que quiere decir que nuestros principales mercados para el gas natural se recuperan paulatinamente de sus respectivas crisis. La renegociación de los contratos sobre gas natural con ambos países podría ocurrir, por tanto, en un mejor contexto general, aunque el resultado final dependerá ciertamente de la capacidad negociadora de nuestras autoridades.

Por otro lado, una débil recuperación del crecimiento en los países industrializados y el alza de algunas cotizaciones de los productos básicos podría reforzar la interpretación de nuestras autoridades en sentido de que ya pasó la peor parte de la crisis financiera internacional y sus secuelas en el comercio internacional. Bajo tal supuesto, no habría razones para adoptar correctivos internos de política económica. El endeudamiento externo estaría—así se piensa— en condiciones de cubrir las necesidades de financiamiento hasta que se restablezca plenamente la normalidad del periodo de auge y viento de cola impulsado por la extraordinaria dinámica de China y las otras economías de Asia-Pacífico.

La prudencia recomienda, sin embargo, tomar en cuenta algunos argumentos relevantes en contra de un endeudamiento externo precipitado. En primer lugar, Bolivia ya no pertenece al grupo de países que acceden a financiamiento concesional entre los organismos financieros multilaterales. Segundo, las tasas de crédito en el mercado financiero ya han empezado su ascenso y eso se acentuará con las recientes disposiciones de la Reserva Federal de Estados Unidos. Por último, si se colocan juntos todos los componentes de los créditos chinos se puede constatar que se trata de una de las fuentes de financiamiento más caras que existen por el momento en el ámbito financiero internacional.

Hay razones, por tanto, para reiterar lo que ya se sostuvo hace 12 meses: es prudente adoptar correctivos en la política económica, puesto que las señales del mercado interno no son alarmantes para la economía privada, pero ya se han encendido las luces rojas de la economía fiscal, como se hace evidente con la magnitud del déficit fiscal previsto en el Presupuesto General de 2018.

Dicho de otra manera, el imperativo de la austeridad se refiere en nuestro caso a las cuentas fiscales y a las inversiones públicas de dudosa justificación en su concepción, localización y capacidad de recuperar en plazos razonables los recursos involucrados en su ejecución.

La probabilidad de que el Gobierno adopte precisamente ahora un curso más racional en materia de su gasto corriente e inversión es cercana a cero, porque ha decidido someternos a dos años de costosa campaña electoral y nuevas asignaciones presupuestarias para reparar obras de infraestructura mal hechas.

El precipicio económico está lejos todavía; pueden dormir tranquilos.

Es economista.