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La velocidad de los nuevos tiempos

A medida que el tiempo pasa, se confirma cuánto han evolucionado las ciudades, al igual que la arquitectura, que se muestra cada vez más atrevida no solo a partir de sus propuestas formales, sino también urbanas. Así, esas formas hasta exóticas exigen también una mayor audacia a la ingeniería respecto de sus soluciones estructurales, ya que no es tan sencillo responder a ciertos caprichos de los arquitectos.

Independientemente de esta situación, no faltan quienes afirman que por causa de esa velocidad el urbanismo ha cedido su lugar a lo urbano y hoy crece sin teorías (como lo señalan algunos pensadores); y, peor aún, los suburbios carecen de urbanistas.

De hecho, ciertas edificaciones dibujan la ciudad, y tanto es así que si retrocedemos en la historia podemos encontrar grandes infraestructuras que promovieron el cambio de visión de esas urbes y con ello, de sus sociedades. Empero, hay quienes opinan que hoy muchas ciudades (como en el Asia) parecieran haber perdido el péndulo; un riesgo de todos los tiempos cuando se buscan propuestas audaces.

Si bien la ciudad de La Paz recuperó algunos territorios (quizá los últimos que se ubican en el centro urbano), sus propuestas a futuro se basan en principios esencialmente conceptuales o rememorativos, que desaprovechan la ocasión de desarrollar proyectos que conduzcan a esta urbe hacia los nuevos tiempos. Esto deja ver una oportunidad perdida de exaltar positivamente esos lugares con otro tipo de soluciones. Sin embargo, este principio no niega la conservación de obras de valor histórico arquitectónico.

En esta época algunas ciudades buscan nuevas propuestas formales en arquitectura que, aunque parezca increíble, vayan de la mano con lo urbano y con la evolución del vivir del ciudadano, a fin de obtener una transformación integral de las metrópolis. Pero surge la interrogante: ¿hasta qué punto la velocidad de las nuevas urbes afecta a la ciudad y a la ciudadanía? Y peor, ¿hacia dónde van las ciudades del futuro a ese ritmo acelerado?

No cabe duda de que ese estatus de gran ciudad fue perseguido desde hace casi un siglo: ubicar al ciudadano en un escenario monumental donde la técnica logre una grandiosidad apabullante y vertiginosa en su vivir y hacer. Realidad que nos lleva a recordar la película Berlín, sinfonía de una ciudad (1927), la cual comienza con la imagen de un tren en plena marcha dirigiéndose a la urbe. La velocidad de la filmación en la toma de las ventanillas es muy notoria y “contagia” la ansiedad del arribo. Dichas imágenes se convierten en frenéticas y contrastan con el despertar de la gran ciudad, que comienza a cobrar vida.

Indudablemente esa cinta representó a la urbe como el gigante que duerme, que despierta, se activa y se llena del frenesí de la noche, como si no pudiese evadir la vida citadina. Noventa años después, cargadas con las ansias de cambio y consolidación, pareciera que recién sucede aquello en las grandes ciudades. Lo singular es que ese cortometraje supo leer o comprender de forma tangible el futuro de hoy.

Estos tiempos nos encaminan a ese tipo de urbe. Pero también es cierto que si bien éste despide voltaje, nuestra población no está preparada para ese vivir. De ahí que quede en el aire la pregunta: ¿no será el momento en que así como nos preocupamos por la velocidad ansiada del desarrollo, preparemos a la ciudadanía para que se integre a él?