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Un año más que se va

Finaliza 2017, un año difícil política y económicamente, aunque se pretenda mostrar lo contrario en sectores oficialistas; año en que la minería, actor esencial de las estadísticas económicas nacionales y al que se dedica la columna que está leyendo, no muestra nada que pueda definirse como diferente o importante.

Fue un año en el que primó la improvisación, la informalidad y la ineficiencia de los actores que manejan las políticas sectoriales. Los resultados están a la vista: estancamiento y en algunos casos disminución de la actividad productiva; aunque cuando se compara con periodos de tiempo similares del pasado reciente, se note una ligera “mejoría” de los números. Estamos lejos de los niveles de 2012-2014 que marcaron diferencia en las estadísticas del sector (v.g. valor de las exportaciones minero metalúrgicas más de $us 3.500 millones/año), y nos contentamos con la leve mejoría comparativa con la gestión precedente. Eso es vivir una ilusión, perderse en el bosque mirando el árbol cercano. El índice de producción, según datos del INE para una base de 100 en 1990, tuvo un salto brusco en 2009 con la puesta en marcha de San Cristóbal, San Bartolomé y San Vicente a un valor de 277,37; en 2016 tiene un valor de 295,10, una variación del 6% en siete años. Está claro que no hay nada nuevo, vivimos del legado neoliberal de grandes proyectos, y las estadísticas mineras se mueven al compás de los precios de mercado.

¿Qué pasa con los nuevos emprendimientos de la minería estatal que es la única que invierte actualmente? Se habla de miles de millones de inversión al comenzar cada gestión, pero impera el misterio sobre los resultados concretos. La minería es un negocio (¿o no?) entonces, si seguimos invirtiendo sin ver resultados entramos en un juego de cifras y anuncios, muchos de ellos sin mayor sentido. ¿Alguien sabe por ejemplo lo que pasa en el proyecto de litio y potasio? ¿Cuándo pasarán a la fase industrial de producción, si alguna vez se logra hacerlo? ¿Habremos perdido el tren de la historia, como sostengo en esta columna?

Lo cierto es que en el caso de sales de litio, países que ya las producen como Australia, Chile, Canadá y ahora Argentina ya pelean por mercados, porinfraestructura industrial y por costos de producción. Se hacen alianzas con productores de autos eléctricos e híbridos para asegurar el suministro a largo plazo de baterías y/o de sus componentes y se buscan otras materias primas necesarias como el níquel, cobre y cobalto; metales cuya demanda crecerá a 2020 en 85.000 toneladas/año, 390.000 y 24.000 ton/año, respectivamente, según conclusiones de un estudio encargado por Glencore a la londinense CRU sobre el impacto del cambio (www.mining.com 13.12.17).

¿Se imaginan el impacto en años posteriores a 2020 cuando el cambio sea cada vez mayor? Por eso se buscan nuevas fuentes de suministro sin las cuales esta revolución tecnológica no sería posible. Por estos lados no tenemos nada parecido a un portafolio importante de proyectos para estos metales, pese al esfuerzo de Sergeomin y Comibol; no obstante, seguimos inundando los medios con anuncios sobre el litio y el potasio, sobre baterías y cómo Bolivia podría llegar a ser la Arabia Saudita del litio (¿?).

Las decisiones en la industria tienen que ir de consuno con políticas adecuadas. Perdimos una década en experimentar y en pilotaje de tecnologías harto conocidas; mientras que en el mundo los cambios son de tal magnitud que ya se comenta en medios especializados que la demanda de litio podría no ser importante a largo plazo y que la búsqueda de substitutos más baratos y/o más efectivos está dando la tónica de la investigación actual; no sea que el desfase de nuestro proyecto resulte lapidario. ¡Felices fiestas!