Nuevas cifras muestran que el hambre creció en América Latina y el Caribe por primera vez desde que la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) mide la subalimentación.

El Panorama de la Seguridad Alimentaria y Nutricional de América Latina y el Caribe 2017, publicado por la FAO y la Organización Panamericana de la Salud (OPS) es el primer informe en reportar el avance de los países hacia los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), y sus noticias no son buenas. Luego de que 20 millones de personas superaran el hambre en la región desde comienzos de los 90, la subalimentación en la región se estancó a partir de 2010 en cerca de 40 millones de habitantes, para luego subir lentamente, como una marea que amenaza anegar la salud de una generación completa de latinoamericanos y caribeños.

Según este informe, la situación regional comenzó a deteriorarse en los últimos cuatro años, y para 2016 el hambre había alcanzado a 42,5 millones de personas (el 6,8% de la población), un aumento de 2,5 millones solo desde el año anterior. Casi la totalidad de este incremento se registró en Sudamérica, que ha sido impactada con fuerza por la desaceleración económica, menores ingresos fiscales y divisas, y menores precios de los minerales y del petróleo.

Esto ha reducido los recursos fiscales de los países y erosionado su capacidad de mantener las subvenciones a las necesidades básicas y los programas de protección social en apoyo a los más pobres. Producto de lo anterior, el número de personas con escasos recursos en Sudamérica creció en 1,5 millones, alcanzando en total a 21,5 millones de personas en 2016. A nivel de países, Argentina, Ecuador, El Salvador, Perú y Venezuela vieron crecer el hambre. De ellos, Venezuela presentó el aumento más significativo: 1,3 millones de personas que se han sumado al hambre en los últimos años.

En contraste con esta situación, 21 países vieron mejoras en sus índices de seguridad alimentaria; y el hambre cayó marginalmente tanto en Mesoamérica como en el Caribe. Otro aspecto positivo destacado por el panorama es que la desnutrición aguda en menores de cinco años se encuentra en niveles bajos, y prácticamente todos los países han dado pasos importantes para erradicar la desnutrición infantil crónica. A pesar de eso, si se mantiene el ritmo actual, la región tampoco alcanzará para 2030 la meta del ODS2.

La región también ha visto avances considerables en la disminución de la mortalidad materna, neonatal y en menores de cinco años, que permiten augurar que América Latina y el Caribe alcanzará las metas de los Objetivos de Desarrollo Sostenible relativas a estos indicadores en 2030. También se observa una tendencia a la reducción en la mortalidad producto de enfermedades no transmisibles (ENT); aunque la región tendrá que aumentar su ritmo de disminución si quiere cumplir la meta 3.4 del ODS 3.

Junto con el alza del hambre, debemos considerar el incremento continuo y alarmante de la obesidad y el sobrepeso, sin duda, uno de los principales problemas de salud pública de América Latina y el Caribe. Las enfermedades asociadas al sobrepeso y a la obesidad son hoy la causa principal de la mortalidad en nuestra región. Si América Latina y el Caribe no recupera la tendencia exitosa de la erradicación del hambre que tuvo, e implementa medidas ambiciosas y de gran escala para frenar la epidemia regional de obesidad y sobrepeso, no hay forma de que alcance la meta del ODS 2 de poner fin a la malnutrición hasta 2030.

Esta tarea debe ser la primera prioridad no solo para los gobiernos, sino también para todos nosotros. El hambre y la obesidad se derrotan trabajando desde el seno de los hogares, uniendo a las comunidades y fortaleciendo sus organizaciones sociales. Requiere también el apoyo de las empresas privadas, especialmente aquellas del sector agroalimenticio, ya que la causa subyacente de ambos fenómenos es la misma. El hambre y la obesidad son consecuencias de sistemas alimentarios que han vivido rápidas y profundas transformaciones, que han traído múltiples beneficios a nuestros países, pero también han tenido efectos sociales adversos. Subsanar el daño requiere alcanzar un nuevo acuerdo regional, y pensar las políticas, instituciones, programas e instrumentos necesarios para poner la salud al centro de nuestros sistemas alimentarios.

El panorama regional es también un reflejo de tendencias y desafíos globales de gran escala —como el cambio climático, los conflictos armados y las migraciones— que nos están obligando a replantear la forma en que vivimos. Pero no debemos caer en la desesperación, ya que la erradicación del hambre es una meta posible. Lo hicimos en el pasado reciente, cuando América Latina y el Caribe se convirtió en un ejemplo para el resto del mundo, y lo podremos volver a hacer. Porque no tenemos que empezar de cero, sino que tenemos un largo camino recorrido.

La región es la única del mundo en tener una estrategia, refrendada por todos sus países, para acabar con el hambre hasta 2025: El Plan para la Seguridad Alimentaria, la Nutrición y la Erradicación del Hambre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac). Ha llegado el momento de impulsar con mayor fuerza este acuerdo, y dar mayor fuerza a las políticas nacionales a favor de los más pobres. Solo así podremos dar una respuesta rápida a más de 42 millones de personas que sufren hambre y a 160 millones que viven con obesidad, transformando de forma profunda nuestros sistemas alimentarios para que la forma en que producimos, distribuimos, comercializamos y consumimos alimentos sea verdaderamente justa, sana y sostenible.