Cuestión de ritmo: tiempo y política
El fallo del TCP respecto a la habilitación de Evo Morales como candidato en 2019 saca a relucir la compleja relación entre el tiempo y la política, el tiempo en la política. Según Schedler, el tiempo debe concebirse como horizonte y recurso porque es una visión acerca de las relaciones entre pasado, presente y futuro; y es un factor que restringe el manejo del poder mediante reglas que inciden en la conducta política. Destaqué este hecho después del referéndum de 2016. Hoy adquiere otra connotación porque el oficialismo y las fuerzas de oposición enfrentan dilemas estratégicos que se expresan en la manera en que encaran el conflicto del sector médico.
Las cosas son más complejas en las filas del campo opositor. Algunas fuerzas de tinte radical promueven un discurso que pretende articular las demandas de ese sector al rechazo al fallo del TCP y a la vigencia del referéndum del 21F como parte de una interpelación que invoca el clivaje dictadura/democracia y su finalidad es la caída del Gobierno. Usan “octubre 2003” como metáfora y aseveran que se vive una fase “postevista”. Corren contra el tiempo, acelerándolo para detenerlo, es “ahora o nunca”.
Para otras organizaciones políticas, en particular las parlamentarias, su objetivo en esta coyuntura (un tiempo condensado) tiene doble intención: la anulación del fallo y el desgaste de Evo Morales ante las clases medias, un voto crucial para los comicios de 2019, porque ese apoyo permitió las victorias del MAS con mayoría absoluta. Empero, superponen esos objetivos y, bajo el supuesto de que pueden alcanzarlos al unísono, pierden un valioso tiempo porque dilatan sus decisiones respecto a 2019. Su dilema es la formación de una coalición que reedite la alianza entre Unidad Nacional y Demócratas, o propiciar un frente único, una alternativa condicionada a la posibilidad de que Evo Morales no sea habilitado (para eso interpelan al TSE). En la medida en que aquello se dilucide (recién cuando se emita la convocatoria a elecciones), estos partidos corren el riesgo de perder el tiempo, y el tiempo es “oro”.
Ahora bien, una novedad del 21F fue la presencia de fuerzas extraparlamentarias, como Sol.Bo, y las “plataformas ciudadanas”, con un ritmo distinto. Los activistas rechazan el fallo del TCP con una mirada que prescinde de la coyuntura preelectoral porque tienen desdén por los partidos. Su acción cuestiona un poder que consideran arbitrario y una decisión que conciben ilegítima. Están afincados en la coyuntura, es “aquí y ahora”. En cambio, el partido de Luis Revilla (también el de Rubén Costas) optó por una perspectiva a largo plazo con la conversión de su agrupación en partido y una estrategia post 2019. No es casual que ambos tengan arraigo territorial y sus líderes ejerzan cargos de autoridad, por ende, pueden optar por su reelección. O sea, tienen margen de jugar con los tiempos, puesto que su horizonte no se limita a 2019.
La visión oficialista concibe el “proceso de cambio” como una ruptura con el pasado y el inicio de una nueva era con el Estado Plurinacional. Esa doble condición exige su continuidad ligada a la permanencia de Evo Morales en la presidencia. Esa estrategia sufrió un revés en el referéndum de 2016, y el MAS optó por una opción legal asumiendo el riesgo de mellar la legitimidad de su proyecto. En suma, los opositores enfrentan de manera disímil el factor temporal y sus estrategias se someten a esa restricción; el MAS eligió una trayectoria lineal con el riesgo de que le falte tiempo para restituir lazos con el electorado citadino. Por lo pronto, la gestión del conflicto con el sector médico tiene consecuencias negativas para esa estrategia. Si el oficialismo transcurre de coyuntura en coyuntura, habrá perdido la conducción del proceso político. Eso que se llama hegemonía.