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El espejo

/ 7 de enero de 2018 / 04:00

El espejo, esa superficie finamente pulida, suele ser un instrumento altamente revolucionario. Quién pudiera pensar que el espejito puede proporcionarnos muy ricas reflexiones útiles para nuestras vidas y nuestras luchas. ¿Qué miras cuando te miras?, pregunto. ¿No es acaso angustiante pararse frente al espejo y no mirar a quien tú te imaginas, y más bien descubrir a quien no quieres ver?

Cuando pasamos las fronteras, y peor cuando vamos al norte, la gran mayoría de las bolivianas y bolivianos somos bolitas, sudacas, negros, negras. No me van a dejar mentir los chicos y chicas que hoy tienen, gracias al proceso de cambios impulsado por los indios, la posibilidad de viajar y conocer otros países que, por más ropa de marca que se pongan y hoteles de lujo en los que se alojen, siempre van a ser no blancos. ¡Siempre!

El espejo también refleja los complejos y las envidias que nos corroen por dentro. De ahí que me explico la rabiosa espuma que hoy sacan por la boca y la vomitan en las redes los racistas, quienes antes disimularon su racismo por estrategia, rumiaron su amargura de mirarse en el espejo del indio Evo Morales. Fueron superados en la gestión y manejo del Gobierno por los indios clasificados como sucios, feos y tontos, predestinados a servirles. Se callaron, pero no cambiaron en 12 años el mejor gobierno que tuvo la historia de nuestra Bolivia. Ojo, digo mejor gobierno que los que tuvimos; no digo el autogobierno revolucionario del Vivir Bien, que es el que queremos.

Racistas que nunca dejaron de complotar contra las esperanzas de nuestros pueblos. Permanentemente estuvieron boicoteando y hasta entraron al Gobierno, se sumaron al MAS con el pretexto de ser independientes. Muchos de ellos trabajan en la burocracia del aparato público, y desde todos esos espacios que las organizaciones sociales fueron cediendo han serruchado el piso de la construcción del Vivir Bien.

El espejo también nos devuelve la imagen de la corrupción de nuestras acciones e ideales como movimientos y organizaciones sociales. También nosotros, los indios, dejamos corroer nuestro espíritu revolucionario con la envidia de la competitividad entre hermanos, la ambición del poder para usufructo personal. También nos volvimos comodonas y comodones, soberbios, mentirosos. También nosotras y nosotras dejamos de sentir y llorar con las y los que más necesitan y sufren. Abandonamos la escuela política porque nos creemos sabiondos o que nos basta vestirnos con poncho o pollera para decir que somos pueblo.

¡Pues no basta, hermanas y hermanos! El poncho y la pollera se los defiende con argumentos, con información y con propuestas. No podemos dejar a las ministras y ministros y a los asambleístas manejar solos el Gobierno. Este es el gobierno del pueblo organizado; la Coordinadora Nacional por el Cambio (Conalcam) debe ampliar su base social, convocar a mas sectores. Pues no se trata de asistir o meterse a la Conalcam para buscar cuotas de pegas, sino para cogobernar. Es decir, proponer sugerir, informarse, controlar, apoyar, criticar, construir, aportar, sostener, resolver conflictos y cuidar nuestro proceso de cambios.

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Atentado contra la salud

/ 7 de enero de 2018 / 04:00

Podría decirse que los bolivianos en general y los paceños en particular ya estamos acostumbrados a las marchas y paros, por lo que no debería sorprendernos ni preocuparnos ninguno. Pero no siempre es así y el conflicto de los médicos es una muestra de ello.

No se trata de cualquier sector, sino de aquel que se dedica a cuidar la salud de la población, un derecho consagrado en la Constitución Política del Estado (CPE) y al que nadie debería renunciar, y que el Estado debería garantizar. Más de mes y medio que la población boliviana está sin atención médica, y los datos difundidos por el Gobierno de cerca de 1 millón de consultas suspendidas y más de 10.000 cirugías programadas sin realizar son un reflejo de esta crítica situación y de lo insensible de la medida, más allá de las justificaciones que esgrimen los médicos, por un lado, y el Gobierno, por otro.

¿Era necesario atentar contra la salud de las personas para ser escuchados? No, no debieron hacerlo ni haberlo permitido. Si se contabiliza la cantidad de paros que hicieron los trabajadores y profesionales del sector de salud desde enero de 2017 hasta el 5 de enero de 2018, hablamos de al menos 50 días sin atención médica regular. Empezaron con una huelga de 24 horas, luego fueron 48, después 72 horas y posteriormente, un paro indefinido.

Entre los tantos paros están el del 15 de febrero de 2017, para destituir al gerente de la Caja Nacional de Salud; el del 20 de abril en rechazo a los decretos supremos 3091 y 3092, que autorizan la libre afiliación a las cajas y la creación de la Autoridad de Control del Sistema Nacional de Salud; y las del 17 y 18 de mayo.

Ciertamente tienen derecho a defender sus intereses corporativos, porque no es otra cosa el pretender evitar sancionar a aquellos malos médicos que incurren en negligencia dejando muertos o secuelas irreparables en pacientes; pero no a costa de la salud de miles de personas, sin contar aquellas que no pueden acceder a la atención médica.

Las demandas de los trabajadores y profesionales en salud pueden, insisto, tener legitimidad, pero el medio utilizado, como el interrumpir cirugías, consultas externas, tratamientos (sobre todo en los pacientes terminales), no fue el más acertado, más cuando ya existían intervenciones reprogramadas de uno, dos a tres meses, debido a la falta de infraestructura, personal, insumos y equipos.

Una vez más se muestra la insensibilidad de los médicos por un lado, y la de un Gobierno que incumple su obligación de garantizar el derecho a la salud, por otro. Para sus protestas utilizaron como consigna el deficiente sistema de salud, y ahora ojalá que esta realidad que evidenciaron contribuya a mejorar la calidad y la calidez de la atención médica, por lo menos en homenaje a esos miles de pacientes que dejaron sufrir.

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