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El espejo

El espejo, esa superficie finamente pulida, suele ser un instrumento altamente revolucionario. Quién pudiera pensar que el espejito puede proporcionarnos muy ricas reflexiones útiles para nuestras vidas y nuestras luchas. ¿Qué miras cuando te miras?, pregunto. ¿No es acaso angustiante pararse frente al espejo y no mirar a quien tú te imaginas, y más bien descubrir a quien no quieres ver?

Cuando pasamos las fronteras, y peor cuando vamos al norte, la gran mayoría de las bolivianas y bolivianos somos bolitas, sudacas, negros, negras. No me van a dejar mentir los chicos y chicas que hoy tienen, gracias al proceso de cambios impulsado por los indios, la posibilidad de viajar y conocer otros países que, por más ropa de marca que se pongan y hoteles de lujo en los que se alojen, siempre van a ser no blancos. ¡Siempre!

El espejo también refleja los complejos y las envidias que nos corroen por dentro. De ahí que me explico la rabiosa espuma que hoy sacan por la boca y la vomitan en las redes los racistas, quienes antes disimularon su racismo por estrategia, rumiaron su amargura de mirarse en el espejo del indio Evo Morales. Fueron superados en la gestión y manejo del Gobierno por los indios clasificados como sucios, feos y tontos, predestinados a servirles. Se callaron, pero no cambiaron en 12 años el mejor gobierno que tuvo la historia de nuestra Bolivia. Ojo, digo mejor gobierno que los que tuvimos; no digo el autogobierno revolucionario del Vivir Bien, que es el que queremos.

Racistas que nunca dejaron de complotar contra las esperanzas de nuestros pueblos. Permanentemente estuvieron boicoteando y hasta entraron al Gobierno, se sumaron al MAS con el pretexto de ser independientes. Muchos de ellos trabajan en la burocracia del aparato público, y desde todos esos espacios que las organizaciones sociales fueron cediendo han serruchado el piso de la construcción del Vivir Bien.

El espejo también nos devuelve la imagen de la corrupción de nuestras acciones e ideales como movimientos y organizaciones sociales. También nosotros, los indios, dejamos corroer nuestro espíritu revolucionario con la envidia de la competitividad entre hermanos, la ambición del poder para usufructo personal. También nos volvimos comodonas y comodones, soberbios, mentirosos. También nosotras y nosotras dejamos de sentir y llorar con las y los que más necesitan y sufren. Abandonamos la escuela política porque nos creemos sabiondos o que nos basta vestirnos con poncho o pollera para decir que somos pueblo.

¡Pues no basta, hermanas y hermanos! El poncho y la pollera se los defiende con argumentos, con información y con propuestas. No podemos dejar a las ministras y ministros y a los asambleístas manejar solos el Gobierno. Este es el gobierno del pueblo organizado; la Coordinadora Nacional por el Cambio (Conalcam) debe ampliar su base social, convocar a mas sectores. Pues no se trata de asistir o meterse a la Conalcam para buscar cuotas de pegas, sino para cogobernar. Es decir, proponer sugerir, informarse, controlar, apoyar, criticar, construir, aportar, sostener, resolver conflictos y cuidar nuestro proceso de cambios.