Posverdad
Hoy en día las percepciones de la sociedad parecen más maleables que nunca.
El estado de crispación de las últimas semanas ha propiciado la emergencia de un ámbito idóneo para la circulación de elementos de desinformación, desde rumores hasta noticias falsas, pasando por una innumerable cantidad de “memes” con datos erróneos o simples consignas. Estamos ante la posverdad y sus peligrosas consecuencias para la salud de la democracia.
Tómese como ejemplo lo sucedido el fin de semana anterior, cuando una ola de mensajes con datos falsos sobre el contenido y alcances de la Ley del Código del Sistema Penal y las intenciones del Gobierno para con los grupos que se manifiestan en diversas ciudades terminó produciendo pánico ante un supuesto desabastecimiento de combustibles.
Entonces se hizo evidente que las modernas plataformas de comunicación mejor conocidas como redes sociales tienen limitaciones, pero sobre todo un gran poder para movilizar las opiniones de los individuos y, como se vio en Sucre y Santa Cruz de la Sierra, llevar a los ciudadanos a manifestarse en las calles.
El poder de las redes sociales reside fundamentalmente en su enorme capacidad de transmitir mensajes, orales, escritos y visuales, de una manera instantánea, pero además de un modo “viral”. Es decir que se disemina a gran velocidad de persona a persona, lo cual hace difícil distribuir de manera oportuna una “vacuna” contra la desinformación. El resultado son percepciones de la población que no necesariamente coinciden con lo que sucede en la realidad.
Sus limitaciones están en el hecho de que tarde o temprano la discrepancia entre los datos diseminados y la realidad observable se hace evidente para la mayoría, lo cual conduce a una pérdida de confianza en las fuentes que proveen información, al punto en que cada vez es más difícil creer en algo, lo cual puede conducir a procesos de anomia social.
Otro factor que abona al ámbito de la desinformación es la natural tendencia de las personas a dar crédito y a adoptar como propios a aquellos mensajes que confirman sus percepciones e ideología, descartando aquellas que las ponen en cuestión, sin importar el grado de veracidad o siquiera de verosimilitud que tengan.
Por lo pronto, y aunque sea irónico, ya circulan en las redes sociales mensajes virales alertando sobre los males que provoca distribuir desinformación y mostrando la forma correcta de actuar ante este tipo de comunicaciones. Asimismo, no son pocos los periodistas que están reflexionando sobre el fenómeno y es probable que terminen por llevar estas ideas a sus respectivos medios de comunicación, mejorando de algún modo las prácticas del oficio.
No es desdeñable, pues, el problema que plantean estos fenómenos, pues estamos en tiempos en los que las percepciones de la sociedad parecen más maleables que nunca, lo que significa que es posible introducir datos falsos en el debate público. Las y los periodistas tenemos un gran reto ante nosotros, y no podemos fallar.