El reciente 8 de diciembre, en la clausura de un congreso académico en Uruguay, el Vicepresidente de Bolivia le volvió a explicar a sus acólitos del continente su plan táctico favorito, ese que viene aplicando desde la cima del poder político a partir de 2006.

La frase condensa todo lo que hay que saber sobre su particular modo de “envolver” al adversario hasta transformarlo en herramienta dócil. García Linera dijo en Montevideo: “Un proceso revolucionario es convencer y conquistar, pero también es derrotar. No basta con vencer, es importante convencer. En democracia no puedes más que convencer, pero también tienes que derrotar a tu adversario, porque si no derrotas a tu adversario, él aparece el día de mañana más fuerte y más poderoso, a partir de tus errores. ¿Cómo se derrota al adversario? Derrotando su fuerza moral, su fuerza intelectual, su proyecto de sociedad… Hay que incorporar a los adversarios, pero derrotados. No hay que incorporar al adversario organizado”.

Leo y releo, y en esas palabras se asoma una imagen entregada al auditorio minutos antes, en esa misma mesa, por Juan Carlos Monedero, uno de los ideólogos de Podemos en España. Se trata de la noción de un “leninismo amigable” que, bajo sus pautas de comprensión, es el modo de comportarse de una nueva izquierda radical, esa variante descafeinada del estalinismo del siglo XXI.

Esta receta, la de “derribar y cooptar”, fue aplicada en el pasado reciente a los dos adversarios más serios que tuvo el MAS en esta década: la “media luna”, primero; y el Movimiento Sin Miedo (MSM), después. En el primer caso el oficialismo gatilló el tiroteo del Hotel Las Américas, ahuyentó o encarceló a los supuestos separatistas, y selló un acuerdo con la crema y la nata del empresariado agroexportador. Ello le permitió desactivar la rebelión regional, seducir a Pando, neutralizar Beni y Tarija, y quebrantar la unidad de Santa Cruz. Los derrotados pasaron a callar o a agitar banderas del Che. Misión cumplida.

Con el MSM el resultado fue aún más devastador. Mientras Del Granado viajaba dentro del convoy, el MAS se preocupó por despojarlo de sus dirigentes intermedios. La transfusión dejó famélico al aliado. Los cooptados enterraron sus credenciales y se acomodaron en las butacas ofrecidas por el vencedor. La derrota sobrevino en 2014. Naufragaba una alternativa a la izquierda del MAS.  

Lo que el Vicepresidente prefiere no pensar es que, como todo plan táctico, éste exige un costo a pagar. En ese mismo discurso, minutos después, García Linera compartió la siguiente preocupación: “Por lo general, la izquierda ha tendido a concentrar su presencia histórica en líderes, y cuando los líderes tienen problemas, el proceso mismo se pone en riesgo. Es una urgencia tener liderazgos más colectivos, más amplios, que permitan que la continuidad del proceso no dependa únicamente de la continuidad del liderazgo carismático, que es el que en general jala la incursión de las izquierdas en el continente”.  

¿Se dieron cuenta? Incorporar “derrotados” le otorga al MAS una masa sumisa de militantes acobardados, ansiosos por complacer a sus nuevos amos, dispuestos a todo con tal de gozar del favor cupular y esconder sus viejas adhesiones. Cuando incorporas a tus filas a una legión de “arrepentidos” y conversos, el saldo es que la adulación al líder se erige en el comportamiento dominante. ¿Liderazgo más colectivo y amplio? Por favor… eso solo se alcanza en ambientes donde la autocrítica no se fulmina desde la jefatura.