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Los buenos, los malos y nosotros

La impotencia suele caminar detrás de la sombra de la desgracia. La bronca llega siempre después de que las malas noticias se patentizan. Cuando los peores pronósticos se hacen realidad ahí está ella, la impotencia, usualmente vestida de negro.

El viernes las noticias llegaban como puñaladas certeras, una detrás de otra. Primero se supo que hallaron dos cuerpos sin vida en el embovedado del río Orkojahuira. Luego se informó que éstos pertenecían a los dos jóvenes que salieron a recibir el Año Nuevo en una discoteca de la ciudad de La Paz y que permanecían desaparecidos desde entonces.

Todos conocimos, aunque de reojo, aquella historia. De reojo porque mientras no nos toca la desgracia en persona, no nos importa. Mientras no somos nosotros los actores de esta mala telenovela, nos sentimos en nuestra zona de confort. Nacimos y crecimos con el gen del egoísmo.

Al final de la noche del viernes, las últimas puñaladas confirmaron que la pareja fue cruelmente asesinada. Uno no entiende por qué la saña al quitar la vida; pero parece que ser ruin es también parte del ser humano.

La venganza, que es hermana ilegítima de la impotencia, impulsó a los allegados a la pareja fallecida a destrozar la entrada de la discoteca Planta Baja. Fue, después de todo, el último lugar donde ambos llegaron. El sitio, en esta mala película con final infeliz, había sido clausurado, pero estaba de fiesta. Es que cuántos locales hay así: clausurados, pero que funcionan. Pasa lo mismo con la gente que mata y daña, pero que sigue libre.

Es entonces cuando, cegados por una “venganza justa”, apoyamos al padre que mata al asesino de su hijo, un hecho que parece de ficción, pero que se dio en la ciudad de Cochabamba.

Y, enceguecidos por la ira, en estos días volvemos la mirada hacia esas injusticias cotidianas. Será unos días y nos olvidaremos, porque ya llega Alasita y Carnaval, y en unos días tendremos un nuevo Año Nuevo.

Y estamos tan malamente acostumbrados a este escenario que ya convivimos con la desgracia. Aprendimos a voltear la vista hacia un lado.

Desconocemos lo que dijo el poeta John Donne: “Nadie es una isla por completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo de un continente, una parte de la Tierra. Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia; por eso la muerte de cualquier hombre me disminuye, porque estoy ligado a la humanidad; y por tanto, nunca preguntes por quién doblan las campanas, porque están doblando por ti”.

Es periodista de La Razón.