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La hija de Régis Debray

La conmemoración del medio siglo de la muerte del Che trae engarzado, entre las lisonjas al guerrillero heroico, el libro editado por Stock (París) en cuyas 311 páginas fluye la pluma de Laurence Debray, bajo el título Fille de révolutionnaires (Hija de revolucionarios). Sería en realidad solo un banal recuento autobiográfico del agitado periplo que le tocó vivir a la hija de Regis Debray con la venezolana Elisabeth Burgos si no se detectara, entre líneas, un alma en conflicto que, usando como terapia la confesión pública de sus temores y sus complejos, acusa a sus notables progenitores de haber descuidado su deber hogareño para dedicarse por entero a tratar de cambiar el mundo, primero por las armas y luego en los pasillos del poder burgués y de la izquierda “caviar”. Los estruendosos fracasos de los experimentos en Cuba y después en Venezuela le sirven a Laurence como prueba de sentencia condenatoria.

Sin embargo, a través de sus recuerdos se observa una malsana nostalgia por los sabores aristocráticos de sus abuelos paternos, equilibrando su devoción filial al regalar a su madre blasones de una prosapia que seguramente carece. Con mucha razón traza una radiografía del infierno caraqueño para declarar enfáticamente su “antichavismo radical”. En una orgía de desórdenes cronológicos, repasa su infancia como pionera cubana y copia memorias maternas para reconstituir reuniones de Regis y su mujer con el “líder máximo”, quien profesa por el francés una admiración sin retoques, al extremo de dictarle su caótico pensamiento para que el normalista ordene esas reflexiones que culminarían en su opus magna Revolución en la Revolución (1967). Luego, revela la misión que Debray lleva a Bolivia y que, al abandonar la guerrilla, lo confina a una ergástula en Camiri. Laurence, ingenuamente, deja en suspenso la gran incógnita: ¿aquellas declaraciones de Debray bajo tortura provocaron el trágico final de Guevara?

Para la anécdota, su madre, que en 1964 fue secretaria de René Zavaleta Mercado, le echa una flor al orureño: “Solo he conocido dos hombres brillantes en mi vida, él y Malraux”. En cambio, la joven autora admira a otro movimientista: Juan Lechín, a quien apostrofa como “el más bello monsieur del mundo”. El desfile de bolivianos es incesante: los hermanos Sánchez, los Quezada, Monje, Liber Forty, el Loro Vásquez Viaña, Juan Claudio y Eduardo Arauco. Pero su desprecio al país es elocuente: “Jamás aprecié Bolivia, ni la tristeza que allí reina”; para aflorar también su furtivo racismo “el odio en los ojos de los indios bolivianos, cuyo mutismo es el primer signo de revuelta, me horrorizaban…”. Y sigue “la luna me parecería más familiar y hospitalaria”. ¿A qué se debe ese vituperio? ¿Serán los tres años de cautiverio de Regis? No se explica, porque ella misma se encarga de fustigar las luchas estériles de sus padres y el resultado patético de los intentos castristas en América Latina.

Nota curiosa es la zalamera carta de Regis al general De Gaulle en la que le expresa gratitud por interceder a su favor, reclamando su liberación, lo cual no le impide, más tarde, asomarse a su archiadversario François Mitterrand, de quien fue consejero político en la presidencia, cargo que gozó con gula de colegial.

El itinerario personal de Laurence es menos interesante, porque descarga su rebeldía en seguir la ruta burguesa: estudios superiores que la llevan a servir en la banca norteamericana, pasantía en (mi alma mater) el London School of Economics, para terminar casada con Emile Servan-Schreiber, vástago de una conocida familia judía francesa. Este es el segundo libro de Laurence, mejor redactado que la biografía Juan Carlos de España (2013), fruto de su admiración por el monarca a quien le siguió los pasos a través de la revista Hola, de la cual es ávida suscriptora.

Finalmente, en su suculento Regis Debray: entrevistas y textos, Marcel Quezada, junto al admirable prólogo de Juan Carlos Salazar, nos ofrecen mejores luces para comprender el tortuoso camino de quien iniciado como filósofo-mochilero monta al parnaso literario como imbatible ícono francés.