La derrota del Estado Islámico (ISIS, por sus siglas en inglés) en Irak no solo ha impulsado el retorno de la estabilidad en grandes franjas de territorio en Medio Oriente, también está avivando nuevos conflictos y tensiones, incluido el esfuerzo concertado para revivir la histeria que durante mucho tiempo ha oscurecido la realidad de la política exterior de Irán.

El ISIS ha demostrado las profundidades más oscuras de la maldad humana. Sin embargo, también brindó la oportunidad de unirse para luchar contra una amenaza mundial. Las relaciones en materia de cooperación forjadas en esa lucha pueden suponer el comienzo de una nueva era. Necesitamos nuevos enfoques y una nueva terminología para dar sentido a un mundo que está en transición hacia un orden global postoccidental.

En este sentido, hay dos conceptos que forman el paradigma emergente en Asia occidental: la idea de una región fuerte y la creación de redes de seguridad, mediante las cuales los países pequeños y grandes, incluso aquellos que mantienen rivalidades históricas, pueden contribuir a la estabilidad.

El objetivo de una región fuerte, en oposición a la búsqueda de la hegemonía y la exclusión de otros actores, radica en el reconocimiento de la necesidad de respetar el interés de todos los implicados. Cualquier esfuerzo de dominio por parte de un país no solo es inapropiado, sino esencialmente imposible: aquellos que insisten en seguir ese camino provocan inestabilidad. La carrera armamentista en nuestra región es un ejemplo de ese tipo de rivalidad destructiva: el desvío de los recursos vitales hacia los cofres de los fabricantes de armas no ha contribuido en nada al objetivo de la paz y la seguridad. El militarismo solo ha servido para alimentar aventuras desastrosas.

La mayoría de los modelos tradicionales para conformar alianzas también se han vuelto obsoletos. En nuestro mundo interconectado, la idea de la seguridad colectiva está actualmente extinta, especialmente en el Golfo Pérsico, por una razón básica: supone una coincidencia de intereses. La creación de redes de seguridad es la innovación propuesta por Irán dirigida para abordar distintos problemas, que van desde el conflicto de intereses hasta el poder y las disparidades de tamaño. Sus parámetros son simples pero efectivos: en lugar de tratar de ignorar los conflictos de intereses, se deben aceptar las diferencias. Igualmente, tener como premisa la inclusión serviría como un cortafuegos contra el surgimiento de una oligarquía entre los grandes Estados y permitiría la participación de los Estados más pequeños. Las reglas de ese nuevo orden son sencillas: normativas comunes, y más significativamente los propósitos y principios de la Carta de las Naciones Unidas, como la igualdad soberana de los Estados, abstenerse de las amenazas o el uso de la fuerza, resolución pacífica de los conflictos, respeto por la integridad territorial de los Estados, no intervención en los asuntos internos, y respeto por la autodeterminación dentro de los Estados.

La red de seguridad no es una utopía. Es la única forma realista de salir del círculo vicioso de depender de las potencias extrarregionales, las alianzas excluyentes o la falsa ilusión de que la seguridad se puede comprar con petrodólares o halagos. Sería deseable que otros países, especialmente nuestros vecinos europeos, se den cuenta de que instar a sus aliados de Medio Oriente la adopción de esta política incidiría en favor de sus propios intereses.

Para pasar de la agitación a la estabilidad debemos, ante todo, recurrir al diálogo y a otras medidas que impulsen la confianza. En todos los niveles afrontamos un déficit de diálogo en Asia occidental. Algunos aspectos de ello son visibles entre los gobernantes y los gobernados, entre los gobiernos y los pueblos. El diálogo debe tener como objetivo dejar claro que todos tenemos inquietudes, temores, aspiraciones y esperanzas similares. Ese diálogo puede y debe reemplazar la retórica y la propaganda. El diálogo debe ir acompañado de medidas de fomento de confianza: la promoción del turismo; la creación de grupos de trabajo conjuntos sobre cuestiones de diversa índole, desde la seguridad nuclear hasta la contaminación o la gestión de desastres; visitas militares conjuntas; notificación previa de maniobras militares; medidas de transparencia en materia de armamento; reducir los gastos militares; todo ello dirigido finalmente a un pacto de no agresión.

Como primer paso, la República Islámica de Irán propone establecer un foro de diálogo regional en el Golfo Pérsico. Nuestra invitación al diálogo, propuesta desde hace mucho tiempo, sigue abierta y esperamos el día que nuestros vecinos la acepten; y que sus aliados en Europa y en otras partes de Occidente la impulsen.