Voces

Sunday 21 Apr 2024 | Actualizado a 23:59 PM

Lula, presidenciable que enciende

Lula tiene por delante una larga batalla legal, la cual puede reforzar sus posibilidades de volver a la presidencia

/ 6 de febrero de 2018 / 04:02

Primero Dios, segundo tú, Lula. Tengo mi casa y mi auto, algo que jamás hubiera comprado. Entonces, fuiste el Presidente que marcó en el Brasil”… escribió Marizete Medeiros en uno de los miles de mensajes que se enviaron mientras era transmitido en directo, vía internet, el discurso del expresidente Luiz Inácio da Silva (Lula) en Porto Alegre. En aquella ocasión, un día antes de la audiencia judicial celebrada en su contra (el 24 de enero), más de 70.000 personas corearon su nombre.

Durante su gobierno, la mayoría de los brasileños pobres tuvieron acceso a créditos bancarios, lo que les permitió adquirir electrodomésticos y otros artículos a cómodas cuotas; robusteció a los empresarios privados con políticas públicas; impulsó junto a los presidentes de las naciones vecinas un frente de contención ante EEUU y desarrolló la capacidad para mediar en conflictos internacionales entre Occidente y Oriente. Sin embargo hoy, asegura el exmandatario, Brasil ha perdido su papel de liderazgo internacional.

Sus palabras atraen como un imán y emocionan a sus seguidores hasta las lágrimas. ¿Cuál es su secreto? En sus discursos utiliza metáforas, recuerda anécdotas de la época en la que era perseguido y discriminado, e interpreta la vivencia de los humildes que alcanzaron mejorar sus condiciones económicas. Ciertamente tiene grandes dotes de orador.

En abril de 1980 estuvo 31 días preso por orden del gobierno militar. Tras su salida de prisión prometió luchar con más fuerza. Dejó volar a un pajarillo como símbolo de su libertad. Ese año fundó el Partido de los Trabajadores y las huelgas se masificaron contra la dictadura. En 1982, el Superior Tribunal Militar anuló el proceso que la Justicia había iniciado en su contra. Treinta y seis años después, el 4 marzo de 2016, un grupo de agentes de la Policía Federal ingresaron a su domicilio a las seis de la mañana para conducirlo ante el juez Sergio Moro. El incidente fue transmitido en vivo por los canales de televisión. La Fiscalía Federal había presentado una acusación. Ese día dijo “Si intentaron matar a la serpiente, no golpearon en la cabeza, golpearon en la cola”. Prometió visitar todo Brasil para denunciar el proceso amañado en su contra. Llegó a varias ciudades y poblaciones inhóspitas vestido de manera sencilla, con jeans, poleras y camisas rojas de manga corta. No duda en colocarse gorros y sombreros obsequiados mientras camina con júbilo en medio de la gente. “Lula está llegando. El Brasil va volver a sonreír”, le cantan con guitarras en cuanto reparte abrazos. Sus seguidores no lo abandonan pese a más de 40 años de actividad pública.

El juez Sergio Moro lo sentenció a nueve años de prisión por los delitos de corrupción pasiva y activa y lavado de dinero. Posteriormente tres jueces de un tribunal regional de Porto Alegre ratificaron su condena y aumentaron su sentencia a 12 años de prisión. Aunque la prensa nacional e internacional ha dado a entender que Lula no podrá ser presidenciable, todavía le quedan opciones para evitar su encarcelamiento y su inhabilitación. Según los expertos en derecho electoral, el Tribunal Supremo Electoral (TSE) se manifestará sobre su sentencia a partir del 15 de agosto de 2018. Si es inhabilitado, la Ley de la Ficha Limpia de 2010 establece un mes para resolver el reclamo. Mientras tanto, seguirá siendo elegible y continuará en campaña electoral. Si en septiembre se ratifica su inhabilitación, aún podrá presentar recursos ante el Superior Tribunal Federal, cuyo fallo puede ser resuelto incluso después de que haya sido electo. Por tanto, Lula tiene por delante una larga batalla legal y electoral, y ambas pueden reforzar sus posibilidades de volver al Palacio de Planalto. Tal parece que sus adversarios no imaginan las consecuencias de la persecución judicial de la cuál es víctima.

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Bolivia hacia los BRICS

Luis Ballivián Cuenca

/ 21 de abril de 2024 / 00:26

En un último artículo, mantengo que “sería ideal que entre los países potenciales a ser incorporados al BRICS, se encuentren Argentina, Bolivia, Venezuela, Colombia y México.

Mientras tanto, hasta el año 2030, los BRICS podrán fortalecer tratados comerciales y transacciones internacionales con monedas locales entre países, obviando el dólar. Asimismo, el Banco de Desarrollo BRICS ya constituido, podrá asumir funciones de financiamiento de proyectos, fortalecimiento de reservas y asesoramiento comercial entre países miembros”.

Ahora corresponde determinar las condiciones que permitan a Bolivia ingresar a los BRICS. En primer lugar, interpretar a los BRICS como tratado internacional contemplado en el artículo 257 de la Constitución Política, para luego ser aprobado mediante referéndum vinculante. La segunda condición sine qua non es incrementar las RIN-Oro hasta un valor $us 25.000 millones y generar las RIN-Plata adicionales hasta un valor de $us 5.000 millones. La tercera se relaciona con el incremento del PIB hasta $us 70.000 millones en las siguientes áreas: minerales metálicos; siderurgia; energía y electricidad; agricultura; ganadería; gas natural y licuado; biodiésel; manufactura y artesanía; complejos productivos y proyectos de industrialización; complejos y servicios turísticos. Una cuarta condición importante radica en la atracción de inversión privada nacional y extranjera, en campos como: puertos alternos en Santa Cruz; explotación del litio y el Mutún; fundición de minerales; turismo receptivo y afluente. Una última condición subjetiva se trata sobre la estabilidad política y económica.

Como mencioné en otro artículo, “el Desarrollo Socioeconómico, vinculado al movimiento progresista en América Latina, se enmarca dentro de los siguientes objetivos socioeconómicos: alto nivel de empleo; eficiencia; estabilidad económica; distribución equitativa de ingresos; crecimiento; control y manejo ambiental”. En este sentido, en Bolivia deberá mantenerse y expandirse el “proceso de cambio” mediante le ejecución de planes periódicos, puesto que la planificación del desarrollo ha significado la esencia doctrinal del bienestar social.

La normativa, partiendo de la Constitución, contempla el Plan Nacional de Desarrollo 2006- 2011; el Plan de Desarrollo Económico y Social (PDES) 2016-2020; la Agenda Patriótica 2025; el Plan de Desarrollo Económico y Social 2021-2025 y el nuevo Modelo Económico Social Comunitario y Productivo. Respecto a la estabilidad política, el país no está en condiciones óptimas al respecto, debido fundamentalmente a la división idiosincrática que rige en el partido gobernante. Es por esta razón que los BRICS no han escuchado (o no han querido escuchar) el interés expuesto informalmente por Bolivia de ingresar al bloque. ¿Será que para ellos el ‘proceso de cambio’ no podrá “sobrevivir” sin su creador? Lo que sí está claro es que los BRICS no considerarán a Bolivia como potencial integrante hasta fines de 2025.

 Luis Ballivián es economista

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Tropezar con Ricitos de Oro

/ 21 de abril de 2024 / 00:24

La economía estadounidense ha tenido mucho más éxito en recuperarse del impacto del COVID que en lidiar con las secuelas de la burbuja inmobiliaria de la década de 2000. Y si bien hubo una ola de inflación, parece haberse roto: la inflación ya se ha reducido a aproximadamente el 2%, el objetivo de la Reserva Federal.

¿Pero podríamos haberlo hecho mejor? Y en la medida en que lo hicimos bien, ¿fuimos simplemente afortunados? Mi opinión es que lo hicimos muy bien, que la respuesta de Estados Unidos al shock del COVID fue, en retrospectiva, bastante cercana a la óptima. Pero el milagro de 2023, la combinación de una rápida desinflación con una economía fuerte, fue una especie de accidente. Las autoridades pensaron que aumentar las tasas de interés causaría una recesión y las aumentaron de todos modos porque pensaron que dicha recesión era necesaria. Afortunadamente, se equivocaron en ambos aspectos.

¿Qué quiero decir con que la política estaba cerca de ser óptima? El COVID alteró la economía de maneras que antes se asociaban solo con la movilización y desmovilización en tiempos de guerra: hubo un gran cambio repentino en la composición de la demanda, con los consumidores alejándose de los servicios en persona y comprando más cosas físicas, un cambio ampliado y perpetuado por el aumento del trabajo remoto. La economía no pudo adaptarse rápidamente a este cambio, por lo que nos encontramos enfrentando problemas en la cadena de suministro (capacidad inadecuada para entregar bienes) junto con un exceso de capacidad en los servicios.

¿Cómo deberían responder las políticas? Había un argumento claro, muy formalizado en un artículo de 2021 de Veronica Guerrieri, Guido Lorenzoni, Ludwig Straub e Ivan Werning presentado en la conferencia de la Fed en Jackson Hole ese año, a favor de una política monetaria y fiscal fuertemente expansiva que limitó la pérdida de empleos en el sector de servicios, aunque esto significaría un aumento temporal de la inflación. Y eso es más o menos lo que pasó.

De hecho, Estados Unidos ha tenido la recuperación más fuerte en el mundo avanzado sin experimentar una inflación significativamente más alta que otros países. Entonces, las autoridades estadounidenses parecen haber acertado más o menos. Pero como ya he sugerido, podría decirse que fue un accidente afortunado.

Lo que en realidad sucedió fue que la economía demostró ser mucho más resistente a tasas de interés más altas de lo que esperaba la Reserva Federal, por lo que el crecimiento siguió avanzando y el desempleo no aumentó significativamente. Pero la inflación cayó de todos modos, quedando por debajo de las proyecciones de la Reserva Federal. Así pues, la economía sorprendió a la Reserva Federal de dos maneras, ambas positivas. Resultó que la desinflación no requería un aumento del desempleo; pero resultó que los aumentos de tasas no dañaron el empleo como se esperaba.

Mi opinión es que el primer error, creer que necesitábamos un alto desempleo, es difícil de excusar (había muy buenas razones para creer que la década de 1970 fue un mal modelo para la inflación pospandémica), mientras que nadie podría haber sabido que la economía haría caso omiso de los altos niveles de desempleo. Pero entonces diría eso, ¿no?, porque no cometí el primer error pero sí el segundo.

En cualquier caso, lo destacable es que se trataba de errores de compensación. El error de la Reserva Federal en materia de inflación podría haberla llevado a imponer una recesión gratuita a una economía que no la necesitaba, pero las subidas de tipos resultaron ser apropiadas, no para inducir una recesión sino para compensar un aumento del gasto que de otro modo podría haber sido inflacionario. En general, la política parece haber sido correcta: crear una economía que no era ni demasiado fría ni padecía un desempleo innecesario, ni demasiado caliente y experimentaba un sobrecalentamiento inflacionario.

Sí: los formuladores de políticas tropezaron con Ricitos de Oro.

¿Qué salió bien? Como he dicho, la afirmación de que sería difícil controlar la inflación nunca tuvo mucho sentido dado lo que sabíamos. La resiliencia de la economía frente a las altas tasas de interés es más difícil de explicar, aunque una fuerza impulsora puede haber sido la inmigración: el lento crecimiento demográfico fue una explicación popular del estancamiento secular, por lo que una afluencia de adultos en edad de trabajar puede haber sido justo lo que necesitábamos.

Supongo que el punto más importante es que en la macroeconomía, como en la vida, es importante ser bueno, pero también muy importante tener suerte. Y esta vez tuvimos suerte.

Paul Krugman es premio Nobel de Economía y columnista de The New York Times. 

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Los señores de los páramos

/ 21 de abril de 2024 / 00:20

La relación del hombre de las tierras altas con los camélidos que la habitan, es de un fuerte vínculo familiar. A diferencia de la cultura occidental donde son considerados solamente como insumos productivos, para las mujeres y hombres del altiplano de Abyayala, son seres cercanos a quienes les ponen nombre y los consideraran parte de su familia y en algunos casos, son criados para ritos consagratorios y considerados sagrados, como el llamo blanco llamado napa y el apuruku, destinados a este fin. Los fetos también componen las mesas rituales anuales, asimismo su grasa, llamada llampu. Pueden estar sin beber agua un largo tiempo, por su lana los clasifican de varias formas: chak’u, lana densa que crece en sus orejas y frente; su color varía desde blanco, gris hasta marrón y negro; se alimentan, como los de su género, de pasto duro y seco, y pueden recorrer entre 16 y 20 kilómetros diarios.

La llama (Lama glama) es la de mayor altura y resistencia, es un ejemplar que no se desperdicia, todo es útil, desde sus deposiciones hasta sus pezuñas con almohadillas que le permiten recorrer grandes extensiones, vinculando poblados repartidos en la inmensidad altiplánica, transportando sal y productos agrícolas.

La familia a la que pertenece, artiodáctilos, suborden tilópodos, tiene tres géneros y otros que se extinguieron en el transcurso del tiempo, a causa de los fenómenos naturales y la depredación humana. Otro ejemplar es el guanacu (Lama guanacoie), la alpaca (Vicugna pacos) y la vicuña (Vicugna vicugna), agreste y salvaje, buscada y asediada por su exquisito pelaje. Desde niños aprendimos el soneto de Gregorio Reynolds: Inalterable por la tierra avara/ del horizonte ostenta la mesura/ la sobria compañera del aymara/ Parece, cuando lánguida se para y mira la aridez de la llanura/ Que en sus grandes pupilas la amargura/ del erial horizonte se estancara (…)

Todas las designaciones terminan en femenino, es por eso que en estas tierras siempre se compara la altanería y el donaire de las jóvenes indígenas con su soberbia apostura.

Estos cuatro magníficos ejemplares de la fauna altiplánica han contribuido a la formación de las civilizaciones de Tiwanaku y el incario durante milenios, su presencia se encuentra en pinturas rupestres, cerámicas y textiles que atestiguan su importancia y veneración. Así, se descubrieron representaciones de oro en el fondo del lago Titicaca que fueron arrojadas como ofrenda. El grado de sofisticación al que llegaron para su diseño es fruto de su relación con la religiosidad indígena al conformar seres híbridos con su correspondiente simbología. Existen representaciones de cóndores y llamas, asimismo jaguares, peces y víboras entrelazadas, significando la unión del cielo y la tierra, conformando un imaginario de extraordinaria belleza.

Un espectáculo fascinante es ver, en el salar de Uyuni, los grupos de llamas que se confunden con la sal y solo resaltan sus cargamentos multicolores. Tienen un líder que luce una campana que lleva el ritmo y conoce el camino; avanza junto al llamero que entona una melodía en aerófono que hace la excursión más llevadera. Muchos dueños les fabrican pequeños calzados para que la sal no maltrate sus almohadillas. El origen de la llamerada tiene relación con esta conjunción humana a los que sirven, y éstos le rinden su homenaje y veneración por sus servicios, antropomorfizándolas en esta danza ritual.

En algunas comunidades de Bolivia, seleccionan ejemplares que se distinguen por la finura de su lana, los crían para que cuando estén listos para ser trasquilados, teñidos y luego tejidos con su historia por la abuela o la madre para abrigar al futuro infante que nacerá. Durante este proceso, el padre o los padrinos componen música que escuchan estos camélidos para que su lana sea suave y delicada, y acoja al nuevo ser.

Durante las crisis económicas que nuestro Estado sufre cíclicamente, su carne —antes despreciada— fue consumida en embutidos caseros y en las llamadas llameradas de la Pérez Velasco, que los consumidores devoraban pensando que era res.

En la etapa colonial, los españoles no consumían su carne, en cambio, para los mitayos era su principal fuente de proteína con la quinua y podían guardar el tasajo o charqui que es parte de la gastronomía de Bolivia.

Édgar Arandia Quiroga es artista y antropólogo. 

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Agregar voluntades en defensa de la Amazonía

/ 21 de abril de 2024 / 00:17

El mundo está cambiando desde un orden internacional hegemónico con predominio del enfoque neoliberal y su correlato de la eficiencia como prioridad, en dirección hacia nuevos acomodos impulsados por la primacía de la seguridad de los abastecimientos tecnológicos y militares en general.

Todavía no se ha instalado en forma un orden multipolar, pero ya se manifiestan algunos rasgos que señalan en esa dirección. El sistema multilateral de las Naciones Unidas está visiblemente debilitado, en particular debido a la incapacidad del Consejo de Seguridad de influir positivamente en el cese de las guerras en Ucrania y en el Cercano Oriente, y en el cumplimiento de las normativas internacionales en cuanto a la protección efectiva de la población civil. Las graves violaciones de los derechos humanos y los crímenes de guerra que ya se han perpetrado no cuentan con instancias de juzgamiento y castigo efectivo.

Las dos grandes potencias están en bandos diferentes en cuanto a los conflictos geopolíticos, lo que no les impide buscar entendimientos en lo que se refiere a sus relaciones económicas, comerciales y financieras.

En ese mundo desordenado al extremo, impulsado por transformaciones tecnológicas de alcance estratégico, económico e informático, ningún país por sí solo está en condiciones de proteger sus intereses nacionales de manera efectiva. Ocurre, sin embargo, que el orden mundial bipolar no es lo que se está configurando en esta coyuntura, ni tampoco se trata de un sistema Centro-Periferia como el que caracterizó la división internacional del trabajo en un largo trecho del siglo pasado.

Existen hoy varios países que pueden considerarse centrales por constituir polos de dominio tecnológico, innovación y apropiación de excedentes por encima del que se genera en sus propios territorios, así como existen países claramente periféricos en términos de que no retienen para sí el excedente que se genera en sus territorios.

Lo característico de la época estriba sin embargo en que entre medio está colocada una gran cantidad de países con características de semiperiferias, ubicados en América Latina, Asia y África. Lo que quiere decir que la división del mundo en un Norte Global y un Sur Global no es apropiada para ningún tipo de análisis riguroso, ni tampoco por supuesto la división Occidente y Oriente. Y obviamente mucho menos pertinente es considerar que la verdadera división del mundo corresponde a la separación entre países democráticos y países autoritarios.

Ningún esquema binario da cuenta cabal de las diversas relaciones en que se encuentran los 193 países que forman el mundo de hoy, que han establecido entre ellos una diversidad de agrupamientos regionales, militares, comerciales, por el tipo de producto que exportan, por aspectos religiosos y por muchas otras razones más.

Existen también algunos mecanismos de integración que se han construido sistemáticamente después de la Segunda Guerra Mundial y cuya membresía se ha ampliado por etapas, como es el caso de la Unión Europea. Tres aspectos explican el éxito de esta experiencia: la decisión de poner fin a las cruentas guerras del pasado; el liderazgo estable entre Alemania y Francia, así como la existencia de fondos de compensación para los países con menor grado de capacidad económica. Esto ha permitido cerrar las brechas de desarrollo internas en una magnitud notable.

La integración regional persigue, entre otros objetivos, aumentar la capacidad de negociación internacional del grupo. Es de lamentar que en América Latina fuerzas centrífugas de todo tipo hayan debilitado los mecanismos de integración regional y subregional que se han intentado en el pasado. Más allá de las diferencias existentes, algunos temas críticos justifican hoy en día un nuevo esfuerzo: la defensa eficaz de la Amazonía es uno de ellos.

Horst Grebe es economista.

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La nube y el deseo

/ 21 de abril de 2024 / 00:13

Si esta A no estuviera tan anclada en los contenidos periodísticos, ¿tendría la misma sensación de incertidumbre, de crisis, de pesimismo? ¿Un arquitecto que diseña un moderno edificio o una comerciante que vende jugo de mandarina compartirán estas percepciones nubladas de lo que el país y el mundo que lo sostiene presentan a estas alturas del año? Para salir de estos interrogantes viene bien dar un vistazo a algunas cifras. Hace no muchos días salió la última actualización del Informe Delphi, un estudio con liderazgos de todo el territorio que deja un retrato de país que puede cambiar.

Uno de los datos más llamativos es justo ése que confirma la percepción con la que arrancamos esta columna: cerca del 81% de los consultados sobre el rumbo del país cree que vamos por mal camino, el dato más negativo desde el 2020. Un porcentaje sobre el que se sostienen otros datos que dan un entramado de preocupaciones. Repasemos algunos insumos generales. Se cree que la situación política del país es mala, 45%; regular, 30%; muy mala, 19%; buena, 5%. Detrás de estas cifras tiene que estar la división dentro de las principales fuerzas políticas, la agresión, la mezquindad y la falta de propuestas a la altura de las circunstancias del momento boliviano.

En cuanto a la situación económica, los interrogados creen que es mala en un 37%; regular, en un 35%; muy mala, en un 21%; buena, en un 5%. Percepciones que están articuladas seguramente en las informaciones (o la falta de ellas) sobre los movimientos de la macroeconomía y de manera más sensible, lo que los individuos sienten día a día en los precios del café o del tomate, en la escasez de los dólares, en la falta de clientes, en el atraso de su salario, en la fluidez de los negocios individuales o familiares. Este termómetro tiene, lamentablemente (porque no es del todo justo), un peso determinante en las lecturas de los marcos ideológicos, en los ciclos políticos de un país o de una región logrando llevarnos a abrazar propuestas electorales radicales que ya acumularon un historial de más pobreza y desigualdad. Pero en la percepción manda el bolsillo y la angustia por el horizonte de lo que se trabajó y se acumuló con esfuerzo.

La cereza de los datos precedentes es que se ha instalado la percepción de que el futuro no va a poner estos porcentajes en rutas inversas. Si nos vamos a anteriores mediciones, la gestión de la economía boliviana permeaba mejor las percepciones pesimistas pese a las ya adultas crisis en la política. Hoy, lo predominante es que la cosa está mal y que puede empeorar pese al notable control de la inflación, pieza clave en los comportamientos de las sociedades.

El termómetro boliviano parece marcar, por otro lado, una alta preocupación por la conflictividad en el país. La polarización no duerme, se alimenta de odios e intolerancia. Hay que decir, al mismo tiempo, que dos tercios creen que al final del camino podremos resolver estas diferencias pacíficamente y no en un enfrentamiento violento. En medio de estos porcentajes está la confianza, un valor en la economía. Como el amor en la estabilidad de nuestras relaciones nucleares. Si la gente confía, la economía se aceita.

Esta A confía esencialmente en la gente. Hace pocos días, el centro de la sede de gobierno volvió a cerrar principales arterias debido a bloqueos de trabajadores municipales que decidieron que sus reclamos van a poner el tablero complicado al Negrito, el alcalde. Así, El Prado presentaba, en su punta, unas enormes pancartas y objetos de bloqueo mientras que su largo cuerpo de calzada y acera florecía de gente. ¿De dónde sale tanta gente? La luz del día iba cediendo a una fresca noche paceña anunciada en las calientes pipocas del carrito empujado por la joven vendedora que alterna entre la sal y el cobro por cada bolsita. Más adentro, la venta de camperas, de camisas. Los grupos de amigos, riendo de cualquier cosa, con sus papas bañadas en salsa. En plena calle, los autos han sido cambiados por zapatillas a 80 o 60 bolivianos; todos los números disponibles. Un paraíso de llaveros coloridos a 5 pesos. Los perros de la noche, con dueño o callejeros, sellando con sus patas el encanto de este tiempo de la risa, de la venta, del antojo, del paseo sin prisa, del deseo de una Bolivia que quiere vender más, comprar más, encontrarse más, confrontarse menos, cruzarse en las calles, darse un beso inesperado.

Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista.

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