Icono del sitio La Razón

Lula, presidenciable que enciende

Primero Dios, segundo tú, Lula. Tengo mi casa y mi auto, algo que jamás hubiera comprado. Entonces, fuiste el Presidente que marcó en el Brasil”… escribió Marizete Medeiros en uno de los miles de mensajes que se enviaron mientras era transmitido en directo, vía internet, el discurso del expresidente Luiz Inácio da Silva (Lula) en Porto Alegre. En aquella ocasión, un día antes de la audiencia judicial celebrada en su contra (el 24 de enero), más de 70.000 personas corearon su nombre.

Durante su gobierno, la mayoría de los brasileños pobres tuvieron acceso a créditos bancarios, lo que les permitió adquirir electrodomésticos y otros artículos a cómodas cuotas; robusteció a los empresarios privados con políticas públicas; impulsó junto a los presidentes de las naciones vecinas un frente de contención ante EEUU y desarrolló la capacidad para mediar en conflictos internacionales entre Occidente y Oriente. Sin embargo hoy, asegura el exmandatario, Brasil ha perdido su papel de liderazgo internacional.

Sus palabras atraen como un imán y emocionan a sus seguidores hasta las lágrimas. ¿Cuál es su secreto? En sus discursos utiliza metáforas, recuerda anécdotas de la época en la que era perseguido y discriminado, e interpreta la vivencia de los humildes que alcanzaron mejorar sus condiciones económicas. Ciertamente tiene grandes dotes de orador.

En abril de 1980 estuvo 31 días preso por orden del gobierno militar. Tras su salida de prisión prometió luchar con más fuerza. Dejó volar a un pajarillo como símbolo de su libertad. Ese año fundó el Partido de los Trabajadores y las huelgas se masificaron contra la dictadura. En 1982, el Superior Tribunal Militar anuló el proceso que la Justicia había iniciado en su contra. Treinta y seis años después, el 4 marzo de 2016, un grupo de agentes de la Policía Federal ingresaron a su domicilio a las seis de la mañana para conducirlo ante el juez Sergio Moro. El incidente fue transmitido en vivo por los canales de televisión. La Fiscalía Federal había presentado una acusación. Ese día dijo “Si intentaron matar a la serpiente, no golpearon en la cabeza, golpearon en la cola”. Prometió visitar todo Brasil para denunciar el proceso amañado en su contra. Llegó a varias ciudades y poblaciones inhóspitas vestido de manera sencilla, con jeans, poleras y camisas rojas de manga corta. No duda en colocarse gorros y sombreros obsequiados mientras camina con júbilo en medio de la gente. “Lula está llegando. El Brasil va volver a sonreír”, le cantan con guitarras en cuanto reparte abrazos. Sus seguidores no lo abandonan pese a más de 40 años de actividad pública.

El juez Sergio Moro lo sentenció a nueve años de prisión por los delitos de corrupción pasiva y activa y lavado de dinero. Posteriormente tres jueces de un tribunal regional de Porto Alegre ratificaron su condena y aumentaron su sentencia a 12 años de prisión. Aunque la prensa nacional e internacional ha dado a entender que Lula no podrá ser presidenciable, todavía le quedan opciones para evitar su encarcelamiento y su inhabilitación. Según los expertos en derecho electoral, el Tribunal Supremo Electoral (TSE) se manifestará sobre su sentencia a partir del 15 de agosto de 2018. Si es inhabilitado, la Ley de la Ficha Limpia de 2010 establece un mes para resolver el reclamo. Mientras tanto, seguirá siendo elegible y continuará en campaña electoral. Si en septiembre se ratifica su inhabilitación, aún podrá presentar recursos ante el Superior Tribunal Federal, cuyo fallo puede ser resuelto incluso después de que haya sido electo. Por tanto, Lula tiene por delante una larga batalla legal y electoral, y ambas pueden reforzar sus posibilidades de volver al Palacio de Planalto. Tal parece que sus adversarios no imaginan las consecuencias de la persecución judicial de la cuál es víctima.