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¿Resilientes ante La Niña?

Reportes difundidos hasta la primera semana de febrero alertan que al menos 113 municipios de siete departamentos del país están en máxima alerta por las inundaciones. Hasta el 4 de febrero, el Viceministerio de Defensa Civil reportó más de 6.320 familias damnificadas por las inundaciones y el desborde de ríos, y se esperan mayores inundaciones en las zonas bajas. Los municipios más afectados hasta ahora son Tupiza (Potosí), Yacuiba (Tarija), Tiquipaya y Vinto (Cochabamba); y varias localidades de Beni y el norte de La Paz. Este escenario climático deviene por el fenómeno de La Niña, cuya intensidad este año, según los expertos, es más bien moderada y con tendencia a disminuir.

El fenómeno ENSO (fenómeno de La Niña con oscilación sur) consiste en la disminución de la temperatura en el océano Pacífico por debajo de los 0,5°C, lo que genera una serie de anomalías climáticas en los países de Sudamérica, y que en Bolivia se caracteriza por intensas precipitaciones. Debido al cambio climático, se sabe que estos fenómenos serán cada vez más recurrentes y de mayor intensidad. Por tanto, la pregunta de rigor es ¿cuán resilientes somos ante estos eventos climáticos extremos?, ¿estamos preparados para enfrentarlos?, ¿estamos impulsando políticas que reduzcan la pobreza y a la vez fortalezcan la gestión de riesgos en las poblaciones más desfavorecidas?

Si bajo un escenario de calentamiento global de un 1°C y un fenómeno de La Niña moderado tenemos semejantes impactos, también cabe preguntarse qué pasará cuando el calentamiento supere los 1,5°C y La Niña sea fuerte.

Por lo visto hasta el momento, urge un mayor esfuerzo orientado a reforzar la infraestructura local y la institucionalidad de los gobiernos subnacionales para alcanzar el sello de resiliente. Una iniciativa altamente rescatable en este sentido es la resolución 115/2015 del Ministerio de Planificación y Desarrollo, la cual establece que los proyectos y las preinversiones en Bolivia deben contemplar un análisis de reducción de riesgos de desastres y la adaptación al cambio climático. Sin embargo, resta mucho por hacer para que esta norma sea entendida, interpretada y aplicada en su justa dimensión.

Hoy en día la presencia de eventos climáticos extremos, capaces de poner en riesgo la vida y el bienestar de miles de personas en el país, no debiera ser una sorpresa. Ante esta situación, que según los científicos es sin retorno, urge que los países industrializados cumplan y profundicen los compromisos que han asumido para reducir la emisión de gases de efecto invernadero; así como también el apoyo tecnológico y económico comprometido en favor de las naciones en vías de desarrollo para que puedan implementar acciones, hoy más necesarias que nunca, de adaptación al cambio climático.