Necesidades cotidianas
Sería un error subestimar estas discusiones o entenderlas como anécdotas sin mayores consecuencias.
Responder eficazmente a imprevistos que afectan la vida de los ciudadanos o simplemente garantizarles que puedan llevar a cabo sus actividades normales con tranquilidad son tareas fundamentales de cualquier acción política y gubernativa. Más allá de las grandes controversias políticas, el secreto de la gobernabilidad consiste también en satisfacer tales necesidades.
A veces resulta sorprendente cómo la opinión pública transita de un tema a otro sin respetar los lineamientos que trazan las élites políticas y mediáticas. Una fotografía parcial del estado de ánimo de la sociedad boliviana en este inicio de año podría focalizarse en la querella sobre la reelección, los malestares de la clase media y un largo colofón de suposiciones e hipótesis sobre el sentido de la conflictividad social y del fantasmagórico rebrote de la polarización. Conflictos casi existenciales, totalizadores y sin matices desde la perspectiva de muchos opinadores y actores políticos.
Sin embargo, las pasiones y criterios ciudadanos también se focalizan, con cada vez mayor frecuencia, en fenómenos y eventos relacionados con la vida cotidiana como crímenes cometidos contra grandes y chicos, desastres naturales que muestran las fragilidades de la urbanización desordenada, o las varias facetas del hedonismo carnavalero que cada año inunda las calles del país.
Sería un error subestimar estas discusiones o entenderlas como anécdotas sin mayores consecuencias. De hecho, muchos de estos incidentes constituyen síntomas de transformaciones cruciales en los malestares, comportamientos y expectativas de los ciudadanos. Al explorarlas probablemente podríamos encontrar algunas claves de las necesidades de una sociedad que se va acostumbrando a cierta estabilidad y progreso económico, pero que al mismo tiempo se enfrenta a nuevas incertidumbres y temores.
Por ello, la credibilidad del Gobierno y de los políticos que aspiran a llegar al poder depende en cierto sentido de su capacidad para tratar estas “cosas pequeñas”. La gobernabilidad no es algo abstracto que se define únicamente en los salones y disquisiciones de las élites, es un producto que se construye día a día tratando los problemas cotidianos en el terreno. Tiene que ver, por ejemplo, con una actuación eficaz, previsora y sensible cuando hay desastres naturales. Brindando seguridad a una sociedad asustada por la dislocación de valores reflejada en crímenes horrendos. E incluso compartiendo y asegurando la necesidad de evasión y de distracción cultural de las masas carnavaleras.
Preocuparse por estas temáticas con un empeño similar al que se le presta a los “grandes debates” resulta imprescindible para devolverle a la política su utilidad y sentido. Una democracia desconectada de la cotidianidad de sus ciudadanos es un cascaron vacío sin legitimidad.