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El fuego y el agua

Durante la época seca, de abril a octubre, el sol quema los pastizales. Entonces, una colilla de cigarro botada al descuido, una fogata desatendida, cualquier chispa inocente o malvada provoca un fuego incontrolable y fatal. En Cochabamba hemos visto con una frecuencia desoladora los incendios, como dragones dormidos, consumiendo los pinos y eucaliptos que los escolares plantan durante sus excursiones al Parque Tunari, en las serranías que rodean la ciudad.

Muchos de los incendios son provocados: chaqueos que se descontrolan, hectáreas en el parque que se desmontan para cultivar o para lotear. Más abajo, en las faldas del Tunari, se construyen caminos en las laderas, se explotan lechos por arena o piedras, se aplanan cerros y se amplían franjas de río para construir y urbanizar.

Durante la época de lluvias, de noviembre a marzo, las precipitaciones remojan la tierra dañada por el fuego. Las raíces de los árboles quemados, débiles y quebradizas, no resisten y se sueltan. Los cauces, perturbados por las volquetas, se remozan y las aguas regresan a retomar sus vías naturales. La tierra, sin vegetación que la contenga, se desprende y arrastra. Los cerros removidos se caen. El río y la montaña y los árboles se defienden y atacan: los metros que la fuerza del hombre le ha arrebatado al parque se pierden irremediablemente.

En el origen de la terrible tragedia que ha sobrevenido a Tiquipaya (corazón de la Madre Tierra) está la transgresión contra el Parque Tunari que llevamos perpetrando desde hace décadas. Una somera búsqueda en internet nos da muchas respuestas: el algoritmo parea inmediatamente las palabras incendio y Tunari.

Agosto 2017: incendio consume más de 2.000 hectáreas en el parque Tunari. Septiembre de 2017: 55 incendios en el parque. Octubre 2017: reportan incendio de magnitud en el parque Tunari. Noviembre de 2017: la ciudad se cubre de humo por incendio en el Parque Tunari. Diciembre de 2017: se registra un incendio en el Parque Tunari. Febrero 2018: una enorme mazamorra destruye cientos de viviendas y provoca cuatro fallecidos y seis desaparecidos. El lodo, las piedras y el agua que alcanzan hasta cinco metros de altura en algunos lugares provienen del río Taquiña, que baja hacia Tiquipaya desde el Parque Tunari. Pocas veces veremos de manera más clara la relación mortal que se puede establecer entre el fuego y el agua, entre el hombre y la naturaleza, entre la ciudad y la montaña.

La Cochabamba en la que crecí, hace no tantos años, era una ciudad de maizales y de conejos; de uvas y duraznos, de estrellas nocturnas; de choclos y techos de tejas. En la Cochabamba de hace no tantos años se iba a casi todas partes caminando.

La Cochabamba de hoy es una ciudad de cemento y asfalto, que hierve en el calor del verano. Las pocas casas que quedan se ahogan rodeadas de edificios. Ya no hay árboles de damasco, los jardines se usan como garaje para los miles de autos que incrementan la contaminación y hacen imposible, o al menos desagradable, caminar a tu destino.

Hay una relación directa entre la transformación de la ciudad, los incendios en el Parque Tunari y la mazamorra en Tiquipaya. Se llama depredación, descuido e inconsciencia. Y afecta, fatalmente, al corazón de la Madre Tierra.