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Un hombre bueno

Hace siete meses su hija fue violada, asesinada y quemada; y la Policía no encuentra rastros del culpable. Indignada, enojada y herida esa “mala” madre malhablada decide poner tres avisos en tres vallas a las afueras de su pueblo: Ebbing, en el sureño Missouri (EEUU). Su nombre es Mildred (Hayes) y es interpretada por una actriz, soberbia, llamada Frances (McDormand).

Cuando Mildred entra en la agencia de publicidad del Rojo Welby (rojo por su pelo, no por comunista, como creen algunos en el pueblo) él está leyendo un libro: Un hombre bueno no es fácil de encontrar de Flannery O’Connor, otra mujer singular que dejó dos novelas y 39 relatos que retratan cruelmente el sur del país del norte, donde todavía no cicatrizan las heridas de la esclavitud, el racismo y la violencia. Los tres avisos no violan ninguna ley, aunque están escritos de manera directa y sin filtro, como ella: “Violada mientras moría”, “¿Y todavía no hay arrestos?”, “¿Cómo, oficial Willoughby?”. La madre paga 5.000 dólares. Su hija se llamaba Ángela, tenía 17 años.

Se grita para aquellos que son duros de oído, dijo una vez Flannery O’Connor, muerta a sus 39 años en 1981, víctima de un lupus heredado. Y se grita para pedir justicia. El mal no es un problema que hay que resolver, es un misterio que hay que sobrellevar, añadió la señora O’Connor. Mildred ha mirado a la maldad a los ojos. El mal es el jefe de Policía que no investiga, es el pueblo que calla y mira para otro lado, es el cura que la visita en su cocina para aconsejarle que retire los tres avisos en las tres vallas a las afueras del pueblo.

La respuesta de la madre enojada y herida al “padre” Montgomery es perfecta: “Hoy pensé, sabe, en esas pandillas callejeras de Los Ángeles, los Crips y los Bloods. Pensaba sobre esas leyes que crearon en 1980 para combatirlas: si te unías a ellos y abajo de tu cuadra, una noche, sin tu conocimiento, uno de tus amigos Crips o de los Bloods dispara a alguien, aunque no supieras nada sobre eso, eras culpable (por el simple hecho de unirte a esa pandilla). Lo que me dejó pensando, padre. Toda esa situación es parecida a la de los chicos de su iglesia, ¿cierto? Tienen sus colores, tienen su casa club; son, en otra palabra, una pandilla. Y si están arriba fumando una pipa y leyendo su Biblia, mientras sus amigos, miembros de pandilla, se cogen a un ayudante, son igual que esos Crips y esos Bloods, son culpables. Y cuando una persona es culpable, de cogerse a un sacristán o de cogerse a cualquier chico, porque sé que ustedes realmente lo minimizan, entonces, ustedes pierden el derecho de venir a mi casa y decir cualquier cosa sobre mí, de mi vida, de mi hija o de mis vallas. ¿Por qué no termina su té, padre, y se va de mi maldita cocina?”.

En los cines de la India, el público expresa sus sentimientos, grita, canta, baila, reniega, aplaude, putea. Cuando ella termina de hablar con el cura, quiero aplaudir, ponerme en pie, gritar como el hincha más fanático del Mildred Fútbol Club. Hacía rato que no me daban ganas de hacer eso lejos de una cancha.

Hacía tiempo que no veía una película tan “teatral” con un guion tan poderoso, con un impecable trabajo de dirección (Martin McDonagh), con personajes densos y multidimensionales, con un elenco tan punkie (Frances McDormand, Woody Harrelson, Sam Rockwell…), con un humor tan negro como esta “comedia” dramática, como esta fábula criminal, dirigida por un londinense, de padre y madre irlandeses, obviamente.

Tres anuncios por un crimen (la traducción no se compara con el preciso título original: Three Billboards outside Ebbing, Missouri) es muerte, culpa, deber, redención y amor; justicia o venganza. Es un western salvaje, a lo Peckinpah; gasolina y fuego; crueldad; un mixto de Tarantino y Beckett; una película desagradable y difícil donde un policía racista e idiota (perdón por la redundancia) es más que un policía racista e idiota. ¿Qué hace esta obra de arte en nuestros cines? Hay esperanza. Y con suerte, todavía puedes encontrar un hombre bueno, incluso en es(t)e infierno.