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Exhibición y cultura carnavalera

A la ciudad de La Paz se la puede analizar desde muchos puntos de vista, no solo porque toda urbe tiene mucho que relatar, sino también porque este ejercicio se puede convertir en el medio más rico para el encuentro de contenidos culturales y urbanos y, por ende, de riqueza de significados. Lo importante es que esas apreciaciones sean lo suficientemente claras y se aproximen al verdadero sentido de la ciudad para descubrir su significación. Esto sin omitir otros caminos como la investigación para dar a conocer hechos culturales del pasado.

En estos días el Carnaval y sus bailes festivos forman parte del espacio urbano y protagonizan distintas entradas y otro tipo de expresiones culturales. Lo interesante es que cada ciudad se ha preocupado en los últimos años de mostrar sus propias manifestaciones, y con ello, construir su propio imaginario cultural, ciertamente un atractivo tanto para la ciudadanía espectadora como para el visitante o turista. Nos referimos a que las urbes buscan la recuperación de su identidad singular a través de sus costumbres y de sus bailes.

Así, vemos cómo Tarija (a partir de su ch’alla de mercados) llegó a consolidar la denominada festividad de las Comadres. Lo llamativo es que de aquella aparente sociedad tradicional y conservadora surgieron las mujeres que hoy se apropian de las calles a través de la alegría, el vino y el baile.

En el caso de Santa Cruz de la Sierra, esa ciudad ha construido hasta su propio Cambódromo para el paso de las decenas de comparsas que bailan y que tienen por delante a carrozas decoradas, en algunos casos, con elementos del lugar, las cuales transportan a sus reinas; detalle que aminoró la otrora crítica sobre su similitud con el Carnaval brasileño. Asimismo, no se puede negar que en el último tiempo la identidad camba comienza a resurgir con mayor fuerza.

En las carnestolendas, la exhibición cultural se hace presente en cada ciudad, aunque la entrada más madura y rica en expresión —según nuestro parecer— es la orureña, ya que cada año la creatividad de los artesanos en sus bordados no deja de sorprender por las verdaderas obras de arte que realizan, sin olvidar las reformas que hacen a las máscaras de diablos y otros, que aumentan su espectacularidad.

Lo lamentable en Oruro es la desorganización y las grandes pinturas en el asfalto de la avenida principal, que sobresalen más que los bailarines y merman el disfrute de observar su danza y su atuendo. Y es que el movimiento rítmico de esos cuerpos con tanta agilidad y coquetería logra emocionar al público. Sin duda, un espectáculo imperdible.
Volviendo a la ciudad de La Paz, habrá que decir que pese a su sólida expresión cultural, su carnaval no alcanza el cenit. En el caso de su farándula, los disfraces burdos que se mofan del cuerpo de la mujer parecieran revelar falta de creatividad e improvisaciones negativas. El pepino, parte irrenunciable del Carnaval paceño (que según algunos estudios tiene raíces externas), debiera ser mejor aprovechado en grandes grupos que exalten lo agradable del personaje, su expresión y vestimenta.

Evidentemente el Carnaval expresa un espectáculo que forma parte de la recreación de la población; mientras que la ch’alla del martes refleja el deseo de buen augurio para todo el año. Destacan los nuevos bailes como el salay, que se han puesto de moda en estas carnestolendas. Lo particular de esta danza es que desborda donaire gracias a su ritmo acelerado. De esa manera, el Carnaval trastoca el proscenio de las calles del país, develando alegría y movimientos corporales, pero el alcohol en exceso no deja de ser un problema social complejo.