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Déficits buenos y malos

En 2012, Robert Skidelsky, profesor e investigador de la Universidad de Warwick (Inglaterra), publicó el artículo Déficits buenos y malos, en el cual analiza el resultado fiscal de Estados Unidos y del Reino Unido a partir de los conceptos desarrollados en el libro The American Gridlock, denominado también el Estancamiento americano.

En su artículo Skidelsky señala que “la distinción entre el gasto de capital y el gasto corriente (y por tanto, entre déficits ‘buenos’ y ‘malos’), no es nada nuevo para cualquier estudioso de la Hacienda Pública, pero se olvidan los conocimientos a un ritmo tan alarmante que vale la pena volver a exponerla”, en particular para aquellos alquimistas del pasado boliviano.

Luego critica la ortodoxia fiscal, indicando que “(…) no debemos atribuir el entusiasmo actual por la disciplina fiscal a semejantes contingencias. Fundamentalmente, se debe a la creencia de que todo gasto estatal por encima de un mínimo necesario es despilfarrador. Europa tiene sus propios chalados del Tea Party, que aborrecen el Estado del bienestar y quieren abolirlo o recortarlo radicalmente, y que están convencidos de que todo el gasto de capital patrocinado por el Estado es una ‘pérdida de tiempo’: tantas carreteras, puentes y líneas férreas que no van a parte alguna y absorben ‘su’ dinero (…). Quienes creen eso no se inmutan ante la corrupción y el despilfarro que caracteriza gran parte del gasto del sector privado y prefieren el despilfarro ‘total’ de mantener a millones de personas sin hacer nada (Brock calcula que el 16% de la fuerza de trabajo estadounidense está desempleada, subempleada o demasiado desalentada para buscar trabajo)”.

En el caso de América Latina, según datos del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y del Fondo Monetario Internacional (FMI), en los últimos años presentó una disminución de ingresos y por tanto un déficit fiscal mayor al 4% del PIB. Como consecuencia se incrementó el endeudamiento de los países, llegando en promedio al 50% del PIB. Como la mayoría sigue políticas ortodoxas, en los últimos dos años 15 países ajustaron sus presupuestos, incluyendo la inversión en torno al 2% del PIB, e incrementaron los impuestos a la población en casi la mitad de lo que representaron los recortes, aspectos que también influyeron en la inflación y la tasa de desempleo.

En el caso boliviano, luego de 49 años de registrar un déficit fiscal consecutivo, recién en el 2006 el país consiguió un superávit fiscal, el cual se mantuvo durante ocho gestiones (2006-2013), algo que no se había visto antes en la historia económica del país. Solo a partir de 2014 se evidencia un déficit fiscal, ¿a qué se debe esto? El Plan Nacional de Desarrollo, primero, y posteriormente el Plan de Desarrollo Económico y Social plantean objetivos ambiciosos en cuanto a la inversión pública, por los megaproyectos en curso y aquellos por realizar.

En efecto, entre 2016 y 2020 se pretende invertir $us 48.574 millones para la construcción de carreteras, aeropuertos, plantas hidroeléctricas, termoeléctricas y hospitales; así como proyectos para impulsar la industrialización de nuestras materias primas, entre muchos otros.

Si revisamos los ingresos y gastos corrientes y de capital, como corresponde, se puede advertir que en el balance corriente se registró un superávit del 13% del PIB entre 2006 y 2016. Mientras que en el caso del balance en capital existe un déficit, explicado principalmente por la fuerte inversión pública que se está realizando. Por tanto, según el esquema de Skidelsky, el déficit registrado en el país en los últimos años es bueno, por las inversiones realizadas; las cuales a su vez fortalecen el crecimiento de la economía; muy diferente a los déficits registrados durante 49 años consecutivos, los cuales no trajeron nada bueno para el país.