Tensiones regionales
Nuestra diplomacia debe evitar dejarse arrastrar a un escenario inútil de polarización regional.
América Latina aparece nuevamente dividida por la situación que se vive en Venezuela. Sería aconsejable que Bolivia insista en su apoyo a las iniciativas que promueven un diálogo entre los venezolanos para que encuentren soluciones democráticas a sus problemas, pero también debería constituirse en un factor de moderación en una región que tiende a polarizarse.
La decisión de adelantar las elecciones presidenciales en Venezuela para el 22 de abril y el fracaso de las negociaciones entre el Gobierno y la oposición en República Dominicana han tensionado nuevamente las posiciones de la mayoría de países de la región al respecto. Esta división ya se venía dando desde el año pasado, al punto que entidades claves para la promoción del diálogo político y que podrían actuar como facilitadores de conflictos, como la OEA o Unasur, han quedado prácticamente paralizadas por la falta de consenso sobre cómo actuar frente a estos problemas. Hoy esas fracturas se han abierto aún más, agravadas por la interferencia, a veces desproporcionada, de la Administración estadounidense y de otras potencias mundiales.
Persiste una gran incertidumbre sobre los escenarios futuros. Los 14 países que integran el Grupo de Lima están aumentando la presión diplomática sobre el Gobierno de Venezuela y es bastante probable que Estados Unidos anuncie nuevas sanciones contra el país caribeño en los próximos meses. Por otra parte, el gobierno de Maduro ha anunciado que persistirá en la agenda electoral definida por sus instituciones, reclamando el respeto de su soberanía.
El Gobierno boliviano tiene una afinidad histórica con las fuerzas chavistas y ha apoyado al presidente Maduro desde el inicio de su mandato. Posición que se sostiene en una doctrina de resguardo de la soberanía de las naciones y de rechazo a las intervenciones unilaterales de las grandes potencias. En este contexto, sería aconsejable que Bolivia insista en los esfuerzos, junto con otras naciones, para promover y facilitar soluciones democráticas y deliberativas a los conflictos del país hermano, no hay que cejar en ese empeño pese a los retrocesos.
De igual manera, resulta crucial que nuestra diplomacia no se deje arrastrar a un escenario inútil de polarización regional. Hay que mantener la sangre fría e intentar ser un puente, por lo menos en términos de diálogo y escucha, entre las posiciones enconadas que están asumiendo muchos países latinoamericanos en este asunto. Pese a las notables diferencias de criterio existentes en la comunidad regional sobre la situación en Venezuela, hay que trabajar para que la apuesta por la paz y democracia, por el multilateralismo y de rechazo a la vulneración de la soberanía sigan siendo pilares ineludibles de la política internacional en América Latina.