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Pepinos-chorizos de mandil

Curiosa y festiva, la historia del Pepino tiene vericuetos que los investigadores prefieren no allanar, tal vez para mantener el halo de magia que entorna al personaje central del Carnaval paceño. Hay quienes le atribuyen parentesco con el Pierrot francés, y otros con el Kusillo aburguesado. Parece que al Pepino tampoco le interesa saber de sus antecedencias chuscas o dinásticas y sigue, Carnaval tras Carnaval, con su tradición de sujeto pícaro y casi siempre agresivo con su prójimo.

—¡Pepino, chorizo, sin calzón!, le gritan los chicos y el personaje los corretea con su chorizo de arena o aserrín embutido en una media de nailon, que también se conoce como matasuegras.

El Pepino tiene permiso municipal para chacotear con el público que lo festeja. Munido de su patente de corso, el bufón grita bromas con voz aflautada o de tiple y persigue a los que él quiere golpear o chisguetear con agua coloreada. Nadie puede enojarse por eso, porque es el acuerdo pactado para carnavalear. El Pepino actúa envuelto en el anonimato que le dan sus coloridas ropas desgarbadas y su máscara de trapo enyesado, que lo mismo es una risotada o un rictus de dolor.

Quiero hacer una analogía del personaje de marras con un grotesco episodio reciente. Imaginen que en una entrada de Carnaval aparece, junto a los pepinos, una comparsa de disfrazados con mandiles que agitan bisturís y estetoscopios como matasuegras. Esos enmandilados enfrentan a la gente y a la autoridad perorando que les cambien un Código Penal por un patente de corso. Quieren que se les quite el reglamento de elemental ética que pena la mala praxis y se les dé una literal licencia de impunidad.

Esos personajes copan calles y plazas por casi dos meses con abandono de trabajo, agrediendo a la gente y chillando consignas resentidas —¡oh sorpresa!— contra Venezuela y Cuba, países que nada tienen que ver con su carnaval. El público infiere que los lemas de esa gritería son instructivos de la mera embajada gringa.

Pero lo que saca de quicio es que detrás de las pandillas de mandilones de la derecha hay otros personajes disfrazados de zombis, masas patéticas de seguidores que, sin ganas ni convencimiento, alzan pancartas de la COB, convertida hoy en una botica pobre, sin remedio para nadie.
Los apepinados de la juerga logran que se derogue el Código —ético— Penal y hoy se pasean por las calles de la democracia agitando su patente de corso como gran conquista, ¿para quién?

—Pepinos, chorizos, sin cal…culo de ética social ni compromiso con el país y su tanta gente enferma. ¿A qué seguir con esta historieta de Carnaval?