2018, 2019, 2020: la nación plagiada
La frase de Montaño ayuda a entender cómo será Bolivia hasta el 22 de enero de 2020 e incluso después.
En una entrevista con la Red Uno, la presidenta de la Cámara de Diputados, Gabriela Montaño, calificó el exitoso (para quien participó u observó las imágenes en cualquier medio) y no partidario paro cívico nacional del 21F como un “secuestro colectivo” (El Deber, 22/02/2018). Lo dicho por Montaño me proporciona una visión muy esclarecedora de los próximos años, aunque por razones diametralmente opuestas a las de ella.
La frase, que explícitamente reconoce el resultado del paro (no importa cuán consciente fue ese reconocimiento); y que además ya en julio anterior, cual libreto ideológico, fue enunciada en Venezuela por un funcionario madurista refiriéndose a las masivas protestas que pararon ese país, es muy válida para entender cómo será Bolivia hasta el 22 de enero de 2020 y después inclusive: un país plagiado por la disputa del prorroguismo, matizado cada vez más por la economía en contracción —con varios condicionantes damoclianos: la renovación de contratos de exportación de gas (urgidos de descubrimientos exitosos y explotaciones efectivas) y el largo período sin ingresos para compensar el take or pay con Brasil; el alto y creciente endeudamiento público y privado; un equilibrio perverso entre la burbuja inmobiliaria y el pago de los créditos bancarios (según la Asfi, 48% de los prestatarios son buenos pagadores, lo que significa que un 52%, más de 785.000, no lo son), entre otros, y más allá de discursos y columnas exitistas—; condicionado por el aislamiento regional, el colapso del bloque del socialismo del siglo XXI (debacles económicas populistas, corrupción incluida); y de colofón, con la esperada definición de la Corte Internacional de Justicia (CIJ), todo ello junto con una oposición partidaria dispersa y asaz enfrentada entre sí en beneficio oficialista (como recién en la Asamblea). En otras palabras, un país secuestrado en la dicotomía del Sí y el No y con un futuro próximo de oposición partidaria reactiva y disgregada, solo enarbolando la bandera del fin del evismo, de un lado, y del otro, oficialista, con el discurso de glorias apropiadas (la bonanza de crecimiento y distribución fue una coyuntura externa) y expectaciones con un proyecto de desarrollo (la Agenda del Bicentenario) basado en presupuestos que fueron y ya no son.
Al final de cuentas, y más allá de los objetivos políticos, partidos de oposición y oficialismo se debaten en encrucijadas comunes: En los dos casos, ningún líder tiene confianza ciudadana suficiente (excepto aún Evo Morales para el oficialismo y descartando a Carlos Mesa Gisbert por autoexclusión); ambos están urgidos de un proyecto país, del que adolece el arco atomizado y reactivo de partidos opositores; mientras el oficialismo urge de recrearlo, sumando a lo explicado para la Agenda del Bicentenario el que muchas de sus banderas originales (protección de la Madre Tierra, indigenismo, socialismo comunitario) quedaron en discurso o excluidas, reduciéndose las bazas a resultados favorables en la CIJ, hipotéticas alzas de los commodities (irreales por buen tiempo) e ilusorio regreso al poder de nuevos gobiernos del socialismo del siglo XXI.
En conclusión, doy tres hipótesis de segura confirmación. i) Para sobrevivir, la oposición partidaria necesita de una profunda refundación sin sectarismos y de un proyecto país. ii) Con las vigentes reglas electorales, el oficialismo camina a un suicidio (moral y político) con Morales de candidato, por su creciente rechazo y otro mayor, electoral, sin él por el “efecto caudillo”. iii) Las plataformas ciudadanas continuarán en su avance propositivo, impelidas de cohesionarse como única forma de proponer nuevos liderazgos efectivos.