Icono del sitio La Razón

Pobreza y pena capital

Con demasiada frecuencia, situaciones extremas inducen a las personas a cometer errores y delitos con consecuencias catastróficas. Este es el caso de Víctor, un boliviano que fue sentenciado a muerte en Malasia por tratar de ingresar 430 gramos de cocaína al país asiático en octubre de 2013.

Según se consigna en una nota publicada por el diario madrileño El Mundo, Víctor trabajó en España desde 2002 hasta 2009, año en el que fue deportado luego de que en un control rutinario descubriesen que estaba sin papeles. De regreso al país, empezó a desempeñarse como carpintero, y si bien ganaba un salario ínfimo (Bs 1.300 al mes), lograba cubrir sus necesidades básicas. Pero en 2012 tuvo un accidente laboral que lo dejó sin un dedo y sin su principal fuente de ingresos, pues fue despedido. Para colmo de males, poco antes había conocido a una mujer con la que tuvo un hijo, quien los abandonó.

Con un bebé a su cargo, sin trabajo y sin dinero, tomó una decisión desesperada: aceptó un préstamo de un “empresario” sudafricano, que le ofreció viajar como “mula” a Malasia para honrar la deuda contraída. Preocupado por su vida y la de su hijo, aceptó esta “alternativa”. Pero en el aeropuerto de Kuala Lumpur fue hallado con la droga. Durante cuatro años permaneció en la cárcel, hasta que días atrás fue condenado a muerte.

Una historia en verdad trágica que ojalá, por intermedio del Gobierno y de asociaciones que defienden los DDHH, tenga un final “feliz”, pues todos merecemos una segunda oportunidad, más allá de los errores y delitos que se puedan cometer.