A pesar de que la democracia digital, o e-democracia, se encuentra hoy más que nunca en constante reconstrucción, de manera general esta noción suele hacer referencia al uso de las tecnologías de la información y comunicación (TIC) en los procesos/mecanismos institucionales de la democracia en general y de nuestra democracia intercultural y paritaria en particular (procesos electorales, referendos, consultas previas, fortalecimiento de organizaciones políticas, cultura democrática intercultural, etcétera); así como en aquellos que recrean la democracia desde procesos más cotidianos (participación y movilización ciudadana, deliberación informada, control social, rendición de cuentas, acceso a la información pública, entre otros).     

A nivel global, los colectivos ciudadanos son los que, desde su trabajo en mecanismos de transparencia, rendición de cuentas y control social (gobierno abierto); y participación y movilización ciudadana (deliberación informada y organización política), han ido impulsando mayoritariamente la carrera contra el tiempo que implica poner a la tríada de actores que dinamiza la democracia (Estado/políticos, conglomerados mediáticos y sociedades) a la altura de lo que son hoy en día los sistemas democráticos en clave digital. Y es que resulta innegable pensar que la tecnología ha cambiado nuestras vidas y colectividades no solo de forma definitiva, sino también irreversible y de manera cada vez más acelerada.

Empero, son también cada vez más los países que desde sus iniciativas político-gubernamentales han ido “abriendo” el Gobierno a la ciudadanía. A su vez, algunos medios de información han buscado constituirse en escenarios de comunicación y deliberación. De hecho, la tendencia a la polarización informativa es la norma en unos medios que se reconocen en crisis ante el fenómeno tecnológico. Por último, gran parte de la ciudadanía, desde y para lo digital, reclama que la democracia no solo se extienda hasta sus dispositivos, sino que además se amplíe mucho más en la cotidianidad, ante los cambios de nuestra sociedad en este tiempo.

A nivel local, la tendencia es similar pero las brechas con la realidad global son cada vez más amplias y, por tanto, preocupantes. El Estado y los políticos (en todos los niveles territoriales) entienden con demora e implementan con lentitud mecanismos de participación ciudadana o experiencias de gobierno abierto y electrónico para la gestión pública. A su vez, los medios de información, en la carrera por sobrevivir digitalmente, se quedan en su nunca superada labor informativa y no enfatizan en tender puentes para la convivencia y la comunicación (además de poner en práctica deficientemente, si es que lo hacen, la interacción con la ciudadanía). Mientras tanto, la ciudadanía se muestra, como nunca antes, ávida de decir y exponer su opinión en las redes sociodigitales (muchas veces sin vocación democrática y desinformadamente), a título de participación ciudadana.

Este tiempo encuentra a la generalidad (siempre están las pocas y honrosas excepciones) de la tríada democrática del país sorprendida por un fenómeno global que, con dificultad, empezamos a visualizar para entender y proponer. Y este rezago empieza a mostrar signos de deterioro en nuestra democracia que, en el difícil y aún inacabado camino de construirse intercultural y paritariamente, tiene que aprender con premura a entenderse también como digital.