Desagravio a Rilda Paco
Paco ha sido capaz de destapar un sórdido mundo de hipocresía cubierto con un tenue barniz de supuesta fe.
Hasta España, a miles de kilómetros de donde vive Rilda Paco, ha llegado nítido el eco del ruido y la furia con la que han querido avasallarla y abrumarla desde que pintara un hermoso cuadro de la Virgen del Socavón; obra encantadora por su frescura, inocencia e ingenuidad, en el mejor sentido de esos términos. Y uno se pregunta ¿cómo es posible que ese tierno candor, plasmado tan bellamente por la artista, haya sido capaz de desatar las fuerzas del infierno? ¿Será quizás que había más diablos en Oruro que esos alegres bailarines del Carnaval? ¿Son los diablos de verdad esos truculentos personajes embozados tras formales vestimentas, blandiendo ferozmente dizque principios religiosos y piadosas maneras? ¿Será que de nuevo despierta el monstruo? ¿Será que la temible Inquisición vuelve a olisquear sangre y hogueras y prepara otra vez sus atroces rituales?
Lo que ha hecho Rilda Paco, lejos de ser blasfemo, es maravilloso: con un solo, sencillo y valiente gesto y sin siquiera proponérselo, ha sido capaz de destapar el sórdido mundo de hipocresía cubierto a duras penas con un tenue barniz de supuesta fe. Pero ¿fe en qué? ¿Fe en la compasión, en la bondad, en la comprensión, en la clemencia, en el amor? ¿Qué clase de religión del “amor” es esa que, en nombre de una supuesta virgen le desea el mal a una persona, a cualquier persona, como le han deseado a Rilda en ese vertedero de odio que son las mal llamadas redes sociales? ¿Es que acaso un trozo de madera o de yeso pintado es más importante que un ser humano, que cualquier ser humano? ¿Es que vamos a asumir una vez más que nuestras idolatrías nos dan algún derecho sobre otras personas que no piensan como nosotros o no creen lo que nosotros creemos?
Ya va siendo tiempo de que los señores de las religiones empiecen a comprender que no son dueños de nada más que de sus propias creencias. No hay ninguna razón para asumir que sus credos no puedan ser contestados, criticados e incluso condenados. La religión, cualquier religión, no tiene por qué ser inmune a la crítica, al debate e incluso a la burla de sus principios y valores desde el momento en que no pasan de ser identidades ideológicas, precisamente cargadas de valores que pueden no ser compartidos por todos.
En un mundo donde priman todo tipo de causas identitarias, la religión como identidad ideológica no es sino una más de estas causas, y no es lícito que intente sobreponerse a otras identidades ideológicas, incluidas las éticas o las políticas. Vivimos en un mundo raro donde aquellos que actúan como portavoces de algunas instituciones que se han caracterizado a lo largo de la historia por haber cometido todo tipo de tropelías y horrendos crímenes, y que aún hoy los siguen cometiendo (sobre todo contra los niños), se permiten dar lecciones sobre lo que está bien y lo que está mal, erigiéndose en guardianes de la moral pública. Son esos mismos cancerberos que a nombre del “amor” y de la religión no hesitan ni un instante en azuzar a sus esbirros contra cualquiera que amenace su poder.
La actitud arrogante de estos personajes que muestran descarnadamente la misma intolerancia agresiva que produjo en el pasado tanto dolor y terror es primordialmente una cuestión de ignorancia. A todos ellos les sugiero que busquen y vean las imágenes del pesebre o Belén de la pasada Navidad montado a las mismísimas puertas del centro de la cristiandad: el Vaticano. No obstante de no haber sido censurado ni rechazado por el Papa, una foto de aquel Belén fue calificada por un medio como “sexualmente sugestiva o provocativa”.
En un Estado laico, como dice el artículo 4 de nuestra Constitución (“El Estado es independiente de la religión”), es importante que autoridades, representantes del Estado, representantes de los diversos credos y ciudadanía en general tomemos consciencia de la necesidad de darnos las garantías necesarias de que no haya ningún tipo de interferencia con aquellos que profesan doctrinas o valores que están en conflicto con los nuestros o con los de la mayoría. Esa es la sociedad tolerante y moderna que, en aras de una convivencia pacífica y creativa, deberíamos esforzarnos en construir. Vayan estas palabras como desagravio a la valiente artista Rilda Paco.