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Thursday 28 Mar 2024 | Actualizado a 16:07 PM

Desagravio a Rilda Paco

Paco ha sido capaz de destapar un sórdido mundo de hipocresía cubierto con un tenue barniz de supuesta fe.

/ 7 de marzo de 2018 / 04:00

Hasta España, a miles de kilómetros de donde vive Rilda Paco, ha llegado nítido el eco del ruido y la furia con la que han querido avasallarla y abrumarla desde que pintara un hermoso cuadro de la Virgen del Socavón; obra encantadora por su frescura, inocencia e ingenuidad, en el mejor sentido de esos términos. Y uno se pregunta ¿cómo es posible que ese tierno candor, plasmado tan bellamente por la artista, haya sido capaz de desatar las fuerzas del infierno? ¿Será quizás que había más diablos en Oruro que esos alegres bailarines del Carnaval? ¿Son los diablos de verdad esos truculentos personajes embozados tras formales vestimentas, blandiendo ferozmente dizque principios religiosos y piadosas maneras? ¿Será que de nuevo despierta el monstruo? ¿Será que la temible Inquisición vuelve a olisquear sangre y hogueras y prepara otra vez sus atroces rituales?

Lo que ha hecho Rilda Paco, lejos de ser blasfemo, es maravilloso: con un solo, sencillo y valiente gesto y sin siquiera proponérselo, ha sido capaz de destapar el sórdido mundo de hipocresía cubierto a duras penas con un tenue barniz de supuesta fe. Pero ¿fe en qué? ¿Fe en la compasión, en la bondad, en la comprensión, en la clemencia, en el amor? ¿Qué clase de religión del “amor” es esa que, en nombre de una supuesta virgen le desea el mal a una persona, a cualquier persona, como le han deseado a Rilda en ese vertedero de odio que son las mal llamadas redes sociales? ¿Es que acaso un trozo de madera o de yeso pintado es más importante que un ser humano, que cualquier ser humano? ¿Es que vamos a asumir una vez más que nuestras idolatrías nos dan algún derecho sobre otras personas que no piensan como nosotros o no creen lo que nosotros creemos?

Ya va siendo tiempo de que los señores de las religiones empiecen a comprender que no son dueños de nada más que de sus propias creencias. No hay ninguna razón para asumir que sus credos no puedan ser contestados, criticados e incluso condenados. La religión, cualquier religión, no tiene por qué ser inmune a la crítica, al debate e incluso a la burla de sus principios y valores desde el momento en que no pasan de ser identidades ideológicas, precisamente cargadas de valores que pueden no ser compartidos por todos.

En un mundo donde priman todo tipo de causas identitarias, la religión como identidad ideológica no es sino una más de estas causas, y no es lícito que intente sobreponerse a otras identidades ideológicas, incluidas las éticas o las políticas. Vivimos en un mundo raro donde aquellos que actúan como portavoces de algunas instituciones que se han caracterizado a lo largo de la historia por haber cometido todo tipo de tropelías y horrendos crímenes, y que aún hoy los siguen cometiendo (sobre todo contra los niños), se permiten dar lecciones sobre lo que está bien y lo que está mal, erigiéndose en guardianes de la moral pública. Son esos mismos cancerberos que a nombre del “amor” y de la religión no hesitan ni un instante en azuzar a sus esbirros contra cualquiera que amenace su poder.

La actitud arrogante de estos personajes que muestran descarnadamente la misma intolerancia agresiva que produjo en el pasado tanto dolor y terror es primordialmente una cuestión de ignorancia. A todos ellos les sugiero que busquen y vean las imágenes del pesebre o Belén de la pasada Navidad montado a las mismísimas puertas del centro de la cristiandad: el Vaticano. No obstante de no haber sido censurado ni rechazado por el Papa, una foto de aquel Belén fue calificada por un medio como “sexualmente sugestiva o provocativa”.

En un Estado laico, como dice el artículo 4 de nuestra Constitución (“El Estado es independiente de la religión”), es importante que autoridades, representantes del Estado, representantes de los diversos credos y ciudadanía en general tomemos consciencia de la necesidad de darnos las garantías necesarias de que no haya ningún tipo de interferencia con aquellos que profesan doctrinas o valores que están en conflicto con los nuestros o con los de la mayoría. Esa es la sociedad tolerante y moderna que, en aras de una convivencia pacífica y creativa, deberíamos esforzarnos en construir. Vayan estas palabras como desagravio a la valiente artista Rilda Paco.

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Un amigo de Bolivia

Marchena fue un formidable promotor de intercambios entre las universidades iberoamericanas

Alfonso Bilbao Liseca

/ 29 de mayo de 2023 / 08:51

En España, en la Universidad Internacional de Andalucía (UNIA), sede de La Rábida, se programa el Homenaje a Juan Marchena Fernández. Iberoamérica en la encrucijada del siglo XXI, en memoria del insigne profesor sevillano que nos dejó en octubre de 2022.

Juan Marchena, institución en la historiografía de América Latina, fue un intelectual que centró su compromiso vital en su amor a los pueblos americanos cuya historia revisó, reinterpretó y expandió, realizando una labor casi inconcebible para una sola persona. Deja un legado que va desde la creación de numerosas maestrías y doctorados de Historia de América en las universidades de Sevilla, UNIA y Pablo de Olavide, donde fue catedrático de Historia de América. Más de 150 publicaciones, entre libros, capítulos de libros y artículos académicos avalan su ingente producción intelectual junto a innumerables cursos, charlas, coloquios, seminarios, presentaciones, congresos, etc., poniendo en valor la historia de nuestros pueblos. Un currículum vitae ¡de 118 páginas!

Alejado de la figura del académico puro en su torre de marfil, Marchena fue un formidable promotor de intercambios entre las universidades iberoamericanas, liderando la creación de una red de universidades entre España y América Latina cuyo tejido es nuestra historia común. Como extraordinario gestor de oportunidades para la formación de profesionales e investigadores académicos de América, ayudó a enriquecer nuestros centros superiores de estudio. Por sus clases pasaron centenares de estudiantes de maestrías y doctorados, muchos de ellos bolivianos, ávidos de escuchar el verbo del magnífico comunicador e iconoclasta que encandilaba a aquellos que tuvieron la suerte de escucharlo. Historiadores e historiadoras nacionales como René Arce, Fernando Cajías, Clara Beltrán, Ana Capra, María Luisa Soux o Patricia Fernández, actual presidenta de la Academia Boliviana de Historia; archivistas como Édgar Valda o educadores sociales como Ponciano Wilcarani, junto a muchos otros que hoy amplían nuestros marcos de referencia culturales, pasaron por las aulas de La Rábida, obra en buena medida de Marchena.

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Lo más destacado en Juan Marchena fue su inmenso amor por nuestros pueblos y su irrefrenable pasión por conocerlos en la cercanía de sus gentes. Recorrió, cual incansable Quijote, una gran parte de la geografía del continente americano, dejando amigos allí por donde pasó. Sus dotes humanas y humanistas, junto a su carisma y cercanía, lograron crear esa tupida red de personas, instituciones y países que hoy constituyen un importante capital humano e intelectual que reafirma y fortalece la amistad entre nuestros pueblos. Lograr algo así solo está al alcance de gentes como Juan Marchena, quizás por aquello que el historiador cubano Manuel Moreno Fraginals afirmaba en La historia como arma: “Quien no sienta la alegría infinita de estar aquí en este mundo revuelto y cambiante, peligroso y bello, doloroso y sangriento como un parto, pero como él creador de nueva vida, está incapacitado para escribir historia”.

Amaba Bolivia, a la que consagró muchas horas de estudio y fructíferas visitas a universidades y centros superiores; también fue habitué de fiestas populares como los Ch’utillos en Potosí, a las que asistía siempre que podía. Dedicó al país algunos de sus mejores textos, como Alabanza de Corte y menosprecio de Aldea. La ciudad y Cerro Rico de Potosí, compilación que dirigió bajo el título de Potosí. Plata de América para Europa. La dedicatoria que me firmó reza: “Juan Marchena, un potosino en el exilio”. Otro trabajo, Las paradojas de la ilustración. Josef Reseguín en la tempestad de los Andes, 1781-1788, lleva de alguna manera a la reflexión de por qué los bolivianos seguimos rindiendo pleitesía  a personajes tan nefastos en nuestra historia poniendo su nombre a nuestras calles.

La última vez que nos vimos me dejó un mensaje que ahora paso a nuestros historiadores: “La Historia de América, la de los países americanos, no es una Historia local, siempre será parte de la Historia Universal y así hay que tratarla”.

(*) Alfonso Bilbao Liseca es médico anestesiólogo

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Productos nacionales

/ 21 de abril de 2023 / 01:19

A fines de la década de los 60, igual que a lo largo de todo el siglo XX, en el país se debatía el cómo y el con qué se podía competir en el mercado externo para equilibrar, al menos con nuestros vecinos, nuestra siempre deficitaria balanza comercial. Y respecto al mercado interno, cómo sustituir importaciones de productos industriales básicos, como ropa, calzados, etc.

Al hilo de aquel debate, un columnista socarrón y un tanto cruel, se burlaba de nuestra capacidad productora y afirmaba que Bolivia solo podía competir con cosas tan “útiles” como agujeros para quesos, mangas de chaleco, etc.

Desde entonces las cosas han cambiado, y mucho. Bolivia ha cerrado 2022 con un (para el país) asombroso récord histórico de exportaciones por un valor de $us 13.653 millones, ¡un 23,2% más que en 2021! Siendo lo más interesante el dato de que el factor más importante para alcanzar esas cifras ha sido el de las exportaciones no tradicionales, con un incremento del 42,5% respecto al año anterior. Enhorabuena a Bolivia porque éste, más allá de ser un innegable logro del Gobierno, lo es también de la iniciativa privada y de la sociedad en su conjunto. Hay que destacar el ímprobo esfuerzo de nuestros transportistas que a veces en condiciones extremas cumplen con su cometido para beneficio general.

Pero, cambiando un poco de tema, me quiero referir a ese otro tipo de “productos” nacionales que ni en la ya lejana década de los 60 ni en la actualidad han dejado de estar presentes, jugando un importante rol en nuestra cambiante realidad; me refiero, siguiendo los doctos criterios de la Unesco, a “cierta parte” de nuestro acervo cultural, es decir, a las tradiciones, hábitos, costumbres, arte y en definitiva a la cultura desde un punto de vista antropológico, que transmitimos de generación en generación.

Como sería largo y tedioso discernir sobre un tema de tan altos vuelos intelectuales, supongo que con algún que otro ejemplo típico el tema quedará más o menos claro.

Tal es el caso, por ejemplo, de los “relatores”; y no aludo a esa histórica pléyade de periodistas deportivos como Cucho Vargas o Toto Arévalo, sin mencionar a otros, seguramente tan buenos como aquellos, que nos hacían y nos hacen vibrar como si nosotros mismos lleváramos la pelota en nuestros pies, sino más bien a esos “creadores de relatos” que desde el nacimiento mismo de nuestra república (véase el caso Olañeta) nos han ido, como suelen decir nuestros hermanos argentinos, “contando milongas”, mentiras, cuentos y estafas sin fin para uso y abuso de una clase dominante insaciablemente depredadora con los recursos del país. Esos “relatores”, a menudo instalados en su cómoda atalaya de algún medio de comunicación, hoy nos quieren contar el cuento de que lo que ocurrió en octubre y noviembre de 2019 no fue un golpe de Estado; de que los muertos no existieron; de que el contubernio entre los autores intelectuales y los cuerpos y fuerzas de “seguridad del Estado” (¿?) nunca existió. Alguno llega a preguntar “¿Y si no fue golpe qué fue?”, ofreciéndonos la invalorable oportunidad de hacernos otra pregunta: ¿una mentira tal vez?

Otro de los productos nacionales “intangibles” ¡como para entrar en el Libro Guinness de los récords! es el ego de algunos de nuestros compatriotas. El ego fue una brillante concepción de Freud para representar el Yo, o sea la forma en que nosotros mismos estamos representados en nuestra propia mente. ¡No quieras ver la representación que tienen algunos de nuestros compatriotas de sí mismos! Es de una magnitud tan abrumadora que al parecer el mundo es incapaz de girar si no es pasando por su ombligo. Estos colosales egos suelen haber escrito alguna cosa que ellos, por supuesto, consideran una obra maestra; también, una vez más, son a menudo columnistas de algún medio afín a sus ideas. Algunos hasta tienen un “Yog” (Definición de Yog: blog de un megalómano).

Cuentan una anécdota de Fidel Castro, muy ilustrativa al respecto. Cuando aquel finalmente anunció en un acto público que traspasaría el poder a su hermano, afirmó que en adelante se dedicaría a escribir. Uno de los presentes en aquel evento comentó en voz baja con su vecino de asiento: “Si tú creías que el ego del Fidel político era gigantesco, ¡espera a ver el ego del Fidel escritor!”.

Alfonso Bilbao Liseca es médico anestesiólogo.

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Sobresaltos bolivianos

/ 19 de enero de 2023 / 01:15

Reviso la prensa boliviana con cierta asiduidad. Hace pocos días estaba en ello y me di de bruces con un artículo de opinión que más que artículo parecía un exabrupto: “Bolivia no existe”, venía a decir el autor del dislate y recordé haber escuchado antes tal aseveración.

En 1985 y 2009, los periódicos El País y ABC de España se hicieron eco de la frase aprovechando una anécdota, probablemente apócrifa, acaecida alrededor de 1870 y atribuida a la proverbial intemperancia de Mariano Melgarejo, dictador de Bolivia.

La anécdota refiere que tras una agria disputa entre Melgarejo y un diplomático británico, aquél, dando por concluida la discusión, resolvió expulsar al diplomático de su majestad, echándolo del país de forma humillante, montado del revés en un burro. Informada del hecho la reina Victoria, “montando” por su parte en cólera, ordenó una acción punitiva contra Bolivia para lavar la afrenta. Pero, un funcionario le explicó en un mapa las enormes dificultades que conllevaría tal empeño. La soberana del imperio inglés, con un gesto que delataba ira e impotencia, pidió pluma y tintero y estampó una cruz sobre el mapa que representaba a nuestro país, declarando con voz solemne “¡Bolivia no existe!”

El periódico El País de España, en 1985, publicó un artículo con el título El país que nunca existió, donde aludía a la anécdota mencionada y expresaba: “De alguna manera, el exabrupto victoriano encerraba una pizca de verdad”. Citando algunas estadísticas, llamaba a Bolivia “golpilandia”, aseverando que tras su independencia Bolivia tenía “una media de un golpe de Estado cada nueve meses”. “El país es rico para su nivel de población e inmensamente depredado por su oligarquía nacional y las compañías internacionales”, observaba. Sostenía que nuestra historia era “…una sarta de desdichas”, repasando algunas de ellas (guerras, pérdidas territoriales, etc.), centrándose luego en la actualidad de aquel momento (año 1985): “El déficit fiscal del país es sideral y el contrabando ha devenido en una intocable fuente de subsistencia popular”; terminaba mencionando el narcotráfico: “La elaboración de cocaína —dice— produce a los narcotraficantes bolivianos tres veces más ingresos que los del país por sus exportaciones, y el Ejército, la Policía, la Administración están penetradas por la corrupción consiguiente.” Pregunta: ¿quién gobernaba entonces el país?

Por su parte, el ABC español, en 2009, publicó un artículo esta vez con el título literal Bolivia no existe, cuya fecha coincidió con el 200 aniversario del primer intento independentista (julio de 1809). Mencionaba la misma anécdota del “Bolivia no existe” victoriano y señalaba que Bolivia es “Un país a punto de desaparecer en incontables ocasiones, esquilmado por sus vecinos y las multinacionales” y que “No en vano… ostenta el récord de golpes de Estado en toda América Latina”. Citando otra vez nuestras desgracias guerreras, etc., aludía a la revolución del 52, la traición del 64 y el “túnel de 20 años de gobiernos militares, cuyos hitos fueron asesinar al Che Guevara y fomentar la exportación de cocaína, la nueva ‘industria’ del país”. Señalaba el peligro de escisión de “las provincias rebeldes”, finalizando con: “Los partidarios del Gobierno [ahora sí, el MAS] planean por su parte la creación de un nuevo Estado Plurinacional de corte indigenista…” “Tanto unos como otros parecen empeñados en que Bolivia no exista”.

Contaba el escritor Enrique Vila-Matas, que un día su acompañante ocasional le hizo una pregunta inquietante: “¿De dónde viene tu pasión por desaparecer?” Tras un largo silencio el autor contestó: “Ignoro de dónde viene, solo sé que paradójicamente esa pasión por desaparecer, esas tentativas, llamémoslas suicidas, son a su vez intentos de afirmación de mi yo”.

¿Será que colectivamente, la pasión que tenemos los bolivianos por hacer desaparecer nuestro país, y que deje de existir, es una suerte de reafirmación de nuestro ser nacional? Mientras dilucidamos estas graves cuestiones, sería bueno que todos dejemos de decir barbaridades. Al perpetrador actual del “Bolivia no existe” le diría, con palabras del filósofo Fernando Savater: “Es muy difícil ser grande pero es muy fácil ser enorme, para esto último solo basta con decir enormidades”.

Alfonso Bilbao Liseca es médico anestesiólogo.

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Manifiesto ciudadano

/ 4 de agosto de 2020 / 09:32

Circula por las redes un documento con el título de Manifiesto ciudadano por la defensa de los recursos naturales, la democracia y la vida, respaldado por un grupo de ciudadanos deseosos de expresar su compromiso con el proceso de cambio en Bolivia. Es un manifiesto que recoge las inquietudes de personas de diversos sectores representativos de nuestra realidad nacional y que efectúa un examen razonado de los sucesos de octubre y noviembre de 2019; analiza la actual coyuntura y desgrana, al final, algunas propuestas programáticas dirigidas al próximo gobierno constitucional que salga de las urnas en la próxima justa electoral. Por su interés, hemos querido hacer una breve reseña.

Comienza el documento, como no podía ser de otra manera, mencionando algunas de las causas que dieron lugar al golpe de Estado que entronizó al actual “gobierno transitorio”. Alude a la ya conocida injerencia del imperio norteamericano, que más allá de toda duda, vuelve a erigirse en el principal protagonista del rompimiento del orden democrático en una nación soberana como Bolivia, esto a pesar de su insustancial y permanente cháchara en “defensa” de la democracia en el mundo. Tal parece que para los Estados Unidos la democracia solo es buena cuando sirve a sus intereses. Como ya viene siendo un clásico, la intromisión americana estuvo respaldada eficazmente por ese ente burocrático-ideológico, llamado Organización de Estados Americanos (OEA).

Otra causa es la conocida y repetitiva connivencia de los actores internos: de una parte las clases privilegiadas de mentalidad racista, clasista y excluyente, que no entienden que nuestra diversidad cultural, lejos de ser un estorbo o un problema, es nuestra principal riqueza; y de otra, las fuerzas militarizadas, Policía y Fuerzas Armadas que, por enésima vez, alejadas de su rol constitucional, vuelven a representar un factor de inestabilidad. 

En la parte crítica a la gestión del gobierno anterior se señala su incapacidad para abrirse a sectores de la población que no fueron convocados a la construcción de esa nueva Bolivia que se proponía, y al mismo tiempo concitar su apoyo. Lejos de ello se profundizó la división entre bolivianos. Se mencionan algunos incumplimientos de principios recogidos en el programa del MAS, pero olvidados en la práctica, como la defensa de los derechos de la Madre Tierra o el débil proceso de descolonización del Estado. También se alude, de manera especial, al desconocimiento del referendo del 21 de febrero de 2016 (21F). A decir de los autores, este último hecho, erosionó las bases mismas del proceso de cambio al ir “frontalmente contra su pilar fundacional: la Constitución Política del Estado Plurinacional” y consideran exigible una autocrítica de los principales actores.

En cuanto al éxito del proceso, se menciona una serie de indudables logros del proceso de cambio, reconocidos de manera unánime por los organismos financieros del mundo, organismos multinacionales y la propia comunidad internacional. Queda para el análisis la pregunta de por qué esta espectacular mejora de las condiciones sociales y económicas del país no tuvo su correlato en un apoyo más decidido y mayoritario por parte de la población en su conjunto.

En cuanto a las propuestas se citan brevemente cinco puntos: 1) Lucha conjunta contra la pandemia del COVID-19, 2) Defensa intransigente de las empresas estratégicas estatales y de los recursos naturales del país, 3) Soberanía de la economía boliviana sin injerencias de organismos internacionales que condicionen y direcciones la economía del país a favor de intereses foráneos, 4) Lucha frontal contra la corrupción presente y pasada, 5) Lucha frontal contra la violencia hacia las mujeres.

En relación a las elecciones venideras, dicen los autores: “Está claro que en las próximas elecciones se va a jugar algo más que el gobierno de un determinado partido político; se va a jugar la posibilidad de continuar la construcción de una patria soberana o, por el contrario, la de habilitar a los intermediarios del gran capital para que afanosamente abran nuestro país a la voracidad de las transnacionales.”

Los ciudadanos tienen la palabra.

Alfonso Bilbao Liseca es médico anestesiólogo.

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Catástrofe sanitaria en Bolivia

/ 14 de julio de 2020 / 12:04

Hace algo más de tres meses, por este mismo medio, publicamos una seria advertencia en el sentido de que nuestro sistema sanitario no estaba en absoluto preparado para afrontar la crisis que se le venía encima. En aquella ocasión también dijimos que era necesario tomar consciencia de que nuestro sistema de salud carece de la capacidad de proteger a la ciudadanía en circunstancias como la actual. Hoy, a casi 100 días de aquella voz de alarma, vemos con enorme tristeza cómo el país se ve abocado a una crisis sanitaria de proporciones bíblicas sin que los actuales gobernantes muestren la más mínima sensibilidad ni capacidad para gestionarla.

La parálisis de la acción gubernamental solo es comparable, en su gravedad, con la propia pandemia, pero lo más preocupante del caso es que el actual “gobierno transitorio” tampoco parece mostrar ningún “síntoma” de querer o siquiera intentar mejorar su performance.

El anunciado colapso del sistema sanitario e incluso de los servicios funerarios y la falta de respuesta ante hechos tan dramáticos como el abandono de cadáveres en calles de las ciudades por falta de apoyo de las autoridades, ha puesto a Bolivia en las pantallas de todo el mundo como el más claro ejemplo del horror más descarnado y de la ineptitud de una administración, que no merece ese nombre.

Hay una serie de tareas urgentes que es necesario encarar de forma perentoria si no queremos ser testigos de más horror y de más inhumanidad.

El colapso del sistema hospitalario hace necesaria la construcción urgente de hospitales de campaña donde puedan centralizarse los pacientes enfermos de COVID-19. Deberían crearse al menos tres de estos centros de urgencia en las ciudades troncales del país: La Paz, Cochabamba y Santa Cruz. Suponemos que nuestras Fuerzas Armadas están (o deberían estarlo) capacitadas para poner a funcionar ese tipo de instalaciones en un plazo muy breve. Eso inicialmente, pero se deben tomar previsiones de que estos centros provisionales puedan ser levantados también en otras áreas del país.

A los pacientes del resto del territorio nacional se les debería ofrecer, según triaje y valoración médica de la gravedad del caso, su desplazamiento a cualquiera de los centros COVID-19 principales o secundarios que se vayan creando. No debemos olvidar que, además de los pacientes con COVID-19, hay otros pacientes con otras patologías, que también requieren atención médica u hospitalaria, por lo cual es imperativo descongestionar la red de hospitales para evitar un colapso aún mayor. Esto es urgente, no hay tiempo que perder y se debe hacer en el plazo más breve posible.

Otra tarea urgente es la dotación de insumos al personal sanitario: equipos de protección individual (EPI), barbijos de alta protección (N95 o FFP2), batas o mandiles de protección, pantallas de protección facial y guantes.

Por consideración y respeto a nuestros ciudadanos, las autoridades pertinentes tienen que arbitrar las medidas más urgentes para que no se sigan produciendo los casos lamentables de personas fallecidas en sus domicilios, cuyos cadáveres sean recogidos en el plazo más breve posible a las dependencias que esas mismas autoridades consideren oportuno.

Aunque sea por vergüenza de país, no podemos seguir dando al mundo un espectáculo tan lamentable y dantesco como el de los cadáveres abandonados en medio de vías públicas solo por falta de atención de las autoridades.

La lista de recomendaciones es muy larga, pero la principal es que de una vez por todas el Gobierno y las otras autoridades del país deben ponerse en marcha sin perder un segundo. El haber asumido sus cargos como autoridades les obliga a responsabilizarse del destino de los ciudadanos en estas duras circunstancias y a poner todos los recursos del Estado al servicio de esos ciudadanos.

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