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¡Guerra digital!

Evo Morales declara la guerra digital a los bolivianos y a la libertad de expresión!… Así de alarmista fue, en mayor o menor medida, la reacción de algunas personas en las plataformas virtuales y medios de información, desde el 4 de febrero, luego de que el Presidente pidiera a los sindicatos prepararse para entrar en la “guerra digital”, en referencia a la ventaja de sus adversarios políticos en el uso de las redes sociales. ¿Fueron exageradas las respuestas al Mandatario? A mi entender, no debió llegar a ese extremo, tomando en cuenta que en política los enfrentamientos comunicacionales han existido siempre, aunque con diferentes denominaciones; antes en soportes analógicos y ahora en digitales.

Por estos antecedentes, no sorprende que se haya generado una controversia en el ciberespacio entre el Gobierno y sus partidarios y la oposición y sus afines, experiencia que es comparable con una versión demo de “guerra digital” (concepto). El ejercicio fue solo un nuevo episodio en el que la superioridad numérica, como en las anteriores movilizaciones virtuales, estuvo del lado de la oposición, a través de los liderazgos virtuales de sus políticos influencers, quienes apelaron a los sentimientos de emoción y asombro de los internautas. Desde el lado oficialista se vio poca acción de defensa del concepto agendado por el Presidente, tanto así que ni los troles ni los bots, mencionados frecuentemente, dieron señales de existencia.

A propósito de la importancia de los influencers en la comunicación política digital, la observación de la realidad permite indicar que juegan un rol decisorio, porque son los que generan contenidos o marcan la matriz de opinión. Luego, recién, aparecen en escena los internautas activos, que se caracterizan por apoyarlos con comentarios, con un “Me gusta”, o amplifican las ideas al republicar los mensajes. Y en el tercer eslabón están los internautas pasivos, llamados así porque son los que solo reciben los mensajes de los dos anteriores y expresan su posición en contextos no virtuales.

La “guerra digital”, desde la comunicación y en sentido positivo, apunta a generar un sentimiento de pertenencia, el compromiso (o engagement) de la sociedad —o una parte de ella— en pro de una causa, un proyecto político, un gobierno, una propuesta, una marca…

Sin embargo, alcanzar objetivos como los anteriores no es tarea fácil, porque el camino no está liberado de la crisis, que en política suele ser de denigración; situación que requiere de respuestas urgentes, enmarcadas en un protocolo de gestión de crisis digital. Es por estos dos elementos que la “guerra digital” es adjetivada.

Lo que permite una “guerra digital” (a través del uso de los recursos digitales como el texto, el audio, una imagen o un vídeo; tratados y adaptados en nuevas historias, relatos, narrativas…) a corto plazo, como en una coyuntura política o electoral, es convencer a la gente o influir en sus indecisiones con la meta de captar votos favorables; y a mediano y largo plazo, ayuda a los políticos o gobiernos para disputar los espacios simbólicos de representación y legitimación virtual. El cómo lograrlo debe estar expresado en una estrategia digital de comunicación política, con objetivos claros, alcanzables y resultados medibles, y sin tácticas no convencionales (noticias falsas).