La era populista
Todos los elementos anotados nos indican que la democracia está en crisis a nivel planetario.
El reciente cataclismo eleccionario en Italia confirma la tendencia que alimenta el descontento ciudadano en Europa y más allá, al votar masivamente contra el sistema imperante, fortaleciendo así las corrientes radicales que destruyen figuras y plataformas agazapadas bajo máscaras de izquierda o de derecha. Simultáneamente en Alemania, a Frau Merkel le tomó varios meses de componendas la tarea difícil de formar gobierno para su cuarto mandato. Y un año antes, Emmanuel Macron demolía en Francia a los tradicionales partidos socialista y conservador, demostrando que un programa pragmático podía ser más atractivo que eslóganes gastados por el paso del tiempo.
Ante semejante crisis de la democracia representativa y de acuerdos furtivos a espaldas de los votantes, se instauraron con mayor fuerza caudillos populistas como Recep Tayyip Erdogan, en Turquía; o Víctor Orban, en Hungría, electos y reelectos. Pero lo que causa supremo estupor es que China hubiese cambiado las reglas constitucionales para permitir la permanencia indefinida de Xi Jinping, con la anuencia de un rebaño de 3.000 delegados que participaron en el congreso del Partido Comunista. En cambio Vladímir Putin no necesitará de esa argucia para reelegirse por cuarta vez, el próximo 18 de marzo, como presidente de la Federación Rusa.
Mal ejemplo que siguen dirigentes de las ligas menores en África, como Paul Biya, en Camerún, poco fatigado por 40 años en el mando; o Joseph Kabila, en el Congo, quien reprime sangrientamente manifestaciones contra su atroz impostura. Recordemos que Robert Mugabe fracasó a sus 93 años en su intento de imponer en Zimbabue a su esposa como su sucesora, al ser defenestrado por la presión popular. Destino que le aguarda en Guinea Ecuatorial al sátrapa Teodoro Obiang. Otra veintena de casos similares empañan los ensayos democráticos en el continente negro.
A su vez, en América Latina el panorama parece sombrío por la insistencia de algunos “hombres providenciales” de no abandonar el Gobierno. El otoño del patriarca llega tardíamente a Cuba. En tanto que en Nicaragua es una pareja “providencial” la que se adueñó del país. Referéndums irrefutables impedirán esa fea costumbre en Ecuador y en Bolivia. La alternancia en el ejercicio del poder es la excepción y no la regla, a lo que se añade clanes familiares que controlan partidos políticos como ocurre en Perú. El flagelo de la corrupción podría ser efecto y causa de la distorsión de la democracia en la región, cuyo mayor triste ejemplo es el Estado fallido de Venezuela.
Todos los elementos anotados nos indican que la democracia está en crisis a nivel planetario, y que se impone una seria reflexión acerca de la necesidad de encontrar fórmulas innovadoras de modelos de gobernabilidad más transparentes y menos sórdidos, acordes con los avances de la revolución digital, la creciente influencia de las redes sociales y otros factores colaterales que contribuyan a mitigar el notable hastío de los electores, cuya fe en sus representantes ha sido dolorosamente secuestrada.