Con el argumento de que el acero y el aluminio son esenciales para la industria de defensa, y por consiguiente pertenecen al ámbito de la seguridad nacional, Trump ha dispuesto la aplicación unilateral de aranceles de un 25% y un 10% a las importaciones de estos metales, respectivamente, excluyendo de dicha medida provisionalmente a México y Canadá, mientras continúe la renegociación del tratado de libre comercio que Estados Unidos mantiene con ambos países. El monto agregado de las importaciones estadounidenses de esos metales en 2017 alcanzó los $us 50.770 millones, siendo sus principales proveedores Canadá, Brasil, Corea del Sur, México y China, entre otros.

De esta manera, Trump vuelve a embestir, por claras motivaciones electorales, en contra de las principales instituciones del sistema multilateral de comercio, pero asimismo contra algunos acuerdos internacionales que fueron impulsados por gobiernos anteriores al suyo, tales como los tratados de libre comercio e inversiones Trans Pacific Partnership (TPP) y Transatlantic Trade and Investment Partnership (TTIP) y, el más importante de todos, el Acuerdo de París contra el Cambio Climático, suscrito en diciembre de 2016.

El establecimiento unilateral de aranceles está prohibido por la Organización Mundial del Comercio (OMC), salvo para los casos de seguridad nacional, que es lo que ha invocado Trump, señalando de pasada que las guerras comerciales son buenas y que son fáciles de ganar.

Las críticas desde dentro y fuera de EEUU contra el mandatario norteamericano no se han hecho esperar. Al igual que empresarios y políticos de ese país, varios asesores de la Casa Blanca han alertado sobre los probables perjuicios para la economía estadounidense, por el aumento de los costos de producción que traen aparejados los aranceles más elevados; y ni qué se diga de las retaliaciones previsibles que pondrán en práctica los países afectados. Conviene recordar además que el comercio internacional de manufacturas está organizado en forma de cadenas de valor, cuyos componentes cruzan las fronteras muchas veces de ida y vuelta.

Al mismo tiempo que Trump anunciaba su medida arancelaria, 11 países ribereños de la cuenca del Pacífico han puesto en marcha el Tratado Integral y Progresista de Asociación Transpacífico (TPP11), de cuya anterior versión Trump decidió retirar a Estados Unidos. En este nuevo tratado participan México, Perú y Chile, junto con Canadá y siete países del Asia (Brunei, Japón, Malasia, Singapur y Vietnam) y Oceanía (Australia y Nueva Zelanda), con el propósito de establecer un mercado libre de aranceles para 500 millones de consumidores, que representan a su vez la sexta parte del PIB mundial.  

Conviene destacar que el retiro de EEUU de las negociaciones del TPP original facilitó la modificación de temas de interés para la potencia del norte, pero incómodos para el resto, tales como los que se inscriben en el campo de la propiedad intelectual, además de que ahora se hizo posible fortalecer las disposiciones en favor de la igualdad de género, del medioambiente y de los derechos laborales.

Las medidas proteccionistas de Trump y la suscripción del TPP11 forman parte del proceso desordenado de fragmentación y regionalización del orden económico multilateral vigente con sus virtudes y defectos hasta hace poco, y modifican ciertamente también los equilibrios de poder y las relaciones geopolíticas en la esfera global. En ambos casos se pueden anticipar importantes reacciones de parte de China, Rusia y de la propia Unión Europea.

Para concluir, conviene recordar que las experiencias históricas demuestran que las guerras comerciales son altamente peligrosas, y peor aún si ocurren en paralelo con una carrera armamentista, por un lado, y una extensión creciente del populismo nacionalista, por otro.