Todas las ciudades del mundo requieren en la actualidad ser mejor planificadas; es decir, que su desarrollo pase por definir y redefinir sus sectores más determinantes como son la cultura y el turismo. Esto obviamente requiere de políticas públicas que contemplen estudios económicos y sociales. El punto de partida, sin embargo, será reconocer a la cultura como un hilo vertebrador del desarrollo y la modernización; y por tanto, aprovechar su relevancia y atractivo para una ciudad por la competitividad que ofrece.

En este sentido, algo que no se debiera desconocer es que en la mayoría de los foros la cultura es considerada un factor de crecimiento urbano y desarrollo; elemento que tiene además la cualidad de crear empleo y alentar el turismo, porque toda recuperación de obras de valor arquitectónico representa nuevos atractivos no solo formales y espaciales que atraen al visitante, sino también una fuente de recursos.

Al respecto, existen edificaciones culturales que encarnan la fuerza de su historia y la estética de las urbes, pero, a pesar de ello, su estado no siempre responde a las necesidades técnicas actuales, por lo que deben ser intervenidas también tecnológicamente. En esa línea, hace pocos días leímos en la prensa que fue presentado el proyecto digitalizado de la Casa Agramont (en la plaza Murillo). Como es lógico, esto abrió nuestra esperanza de que esa especie de conventillo sea recuperado y restaurado, o en su caso, remozado.

Debemos reiterar, aunque ya comentamos este punto en otro artículo, que la confluencia de la cultura y el turismo son el motor que impulsa el desarrollo urbano, ya que son la fuente económica más respetable de una ciudad. Empero, no faltan los casos en los que se sobreexplota turísticamente los centros urbanos durante el día, dejándolos abandonados en la noche por la falta de planificación y la creación de otro tipo de actividades. Así, ese conjunto de obras monumentales bien logradas del pasado o el presente exigen repensar un buen entorno que contribuya en atraer al usuario y convertirlas en un centro vital.

Las ciudades nos demuestran que sus centros urbanos requieren del vivir; es decir, el planificar sectores con diversos tipos de evento, como los musicales u otros, que atraigan a la gente. Caso contrario, los centros urbanos prácticamente viven de día y mueren de noche. Se sobreentiende que todo ello debiera estar acompañado de fuerte seguridad (cámaras), buena iluminación, limpieza y demás.

Así, no sorprende que las ciudades luchen desde hace años por que sus centros históricos no se conviertan en “fantasmas” y busquen, en esa medida, que sus tesoros patrimoniales atraigan al turismo a toda hora y respondan a la demanda de lugares atractivos y activos que a la vez sean sostenibles.

El trabajo propuesto, empero, debiera desarrollarse cuidando que la cultura, los nuevos elementos patrimoniales y el turismo no entren en conflicto, y su calidad logre una competitividad atractiva que se convierta en el motor de la vida urbana. Una necesidad, sin duda, irrefutable.

Para finalizar, es pertinente señalar que la competitividad urbana exige políticas que tomen en cuenta al ocio y al entretenimiento sano, y especialmente a la estética del lugar. Solo así la ciudad y su centro histórico se convertirán en “emprendedores” de su vivir diurno y nocturno.