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Realismo chileno durante el siglo XIX

Uno de los grandes retos de los gobernantes chilenos al inicio de su vida republicana fue proteger a su población y darle los elementos económicos necesarios para su subsistencia. A diferencia de sus vecinos de Perú y Bolivia, Chile no contaba con abundantes reservas mineralógicas de alta calidad que pudieran dosificar su economía a mediano y largo plazo. Hubo hallazgos importantes de plata en las localidades de Agua Amarga del distrito de Huasco y Arqueros en la provincia de Coquimbo en 1825, Chañarcillo en 1832 y Tres Puntas en 1848; pero la productividad de este mineral no fue duradera (Oyarzún, 2008, p. 6; Villalobos et al, 1998, p. 462).

Como sostiene el autor chileno Cástulo Martínez: “Chile es un país pobre. En nuestro territorio nunca hubo depósitos de oro o plata en una cantidad que justificara una expedición, siendo éstos los elementos a los cuales el género humano les atribuye tanto valor. Como riquezas naturales, Chile solo podía exhibir la madera del sur y el cobre en un área que actualmente se conoce como Rancagua”.

La seguridad nacional es un tema que fue contemplado con mucha urgencia por los líderes políticos de la nueva República chilena. El espacio geográfico que logró establecer su máximo héroe nacional y libertador, Bernardo O’Higgins, durante el movimiento independista apenas permitió la sobrevivencia de una sociedad relativamente organizada en un territorio reducido, el cual difícilmente podía garantizar un desarrollo económico sostenido a largo plazo.

Empero, su amplia extensión territorial paralela al océano Pacífico le dio acceso al comercio con los países de Europa, con Estados Unidos y algunos países del Cono Sur. Durante las décadas de 1840 y 1850, Chile logró grandes réditos económicos en el mercado internacional a partir de la exportación del trigo a Estados Unidos, principalmente al estado de California. Luego, casi en forma simultánea, los comerciantes chilenos abarrotaron el mercado australiano y tuvieron gran aceptación de este producto en la vecina República de Perú. Sin embargo, la remuneración de divisas a partir del trigo, como cualquier otro producto agrícola, dependió mucho del funcionamiento de factores internos (i.e. naturales, formas de extracción, procedimientos tecnológicos, entre otros) y externos (demanda de mercados internacionales) para convertirse en una mercancía que lograse ganancias al Estado.

El trigo por sí solo, como lo demostró la historia, fue un producto que evidentemente le permitió excedentes económicos a Chile, pero esas ganancias se articularon a nivel regional dentro del país y fueron relativamente efímeras. No creó el suficiente volumen de capital como para facilitar un desarrollo económico sostenido para toda la población chilena. Por consiguiente, sus gobernantes necesitaban diversificar la economía, por lo menos encontrar otras alternativas reales para generar más riqueza a mediano y largo plazo y en forma consistente.

Se puede inferir, entonces, que Chile no nació rico, ni mucho menos estuvo dotado de todos aquellos recursos económicos que le permitieron convertirse en uno de los países más organizados y desarrollados de América Latina. En su primera etapa, durante gran parte de la primera mitad del siglo XIX, fue uno de los Estados con menos potenciales de desarrollo económico en el continente americano. Sin embargo, después de un proceso represivo durante el gobierno de José Joaquín Prieto Vial (1831-1841), especialmente a través del sesgo realista de la estrategia política de Diego Portales, el ideólogo conservador más importante de su gobierno, Chile logró imponer el orden en una sociedad diezmada por el caudillaje y la polarización política.

Entonces, el gobierno conservador de Prieto Vial ordenó a las dependencias del Estado —al mismo tiempo de dar luz verde al sector privado— para que encontraran otras alternativas de subsistencia al norte del país, incluyendo en territorios de su vecina República de Bolivia.

Una vez descubierto el guano y el salitre en territorio boliviano, era simplemente cuestión de tiempo para que los líderes chilenos de la segunda mitad del siglo XIX buscaran cualquier excusa de expansión territorial y asegurar su anhelada seguridad nacional, a partir de recursos naturales que históricamente no les pertenecía. Después de apoderarse del guano y el salitre boliviano, sin los cuales el futuro económico de Chile era imprevisible, sus gobernantes, tal como teorizó el norteamericano Walter Lippman, nunca dudaron en hacer uso de mecanismos políticos y/o belicosos para retener lo que habían logrado de jure y de facto y hacer prevalecer sus “intereses legítimos”.

En este sentido, la Guerra del Pacífico fue una necesidad de subsistencia (de seguridad nacional) para Chile, como no lo fue en ese momento para los bolivianos o para los peruanos.