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El jarrón roto y el cáliz desbordado

El Domingo de Ramos da inicio a la Semana Santa, y tras la alegría de su entrada aclamada, llegan los días de dolor y abatimiento del Triduo Pascual, el camino en la fe para alcanzar la esperanza. Y prolegómeno, el pedido angustiado: “aparta de mí ese cáliz”. Un “cáliz” de ignominia.

Año tras año oímos esta frase de la Pasión, pero las más de las veces no la traemos a nuestras vidas, sino que la dejamos en ese lejano tiempo. Porque si la trajéramos, sentiríamos entre nosotros ese terrible “cáliz” cuando la corrupción nos deja heridos (ofendidos, engañados, robados), máxime cuando los malhechores son aquellos que, “liderándonos”, deberían defendernos de la corrupción, tal como lo preconizan, falsamente, en sus discursos, pero agazapándola en su voluntad; socavando la fe del ciudadano en su República, y por ende, en la democracia, como bien ya advertía el adagio latino corruptio optimi pessima (“la corrupción de los mejores es lo peor”).

Es larga e ignominiosa la lista de recientes “primeros magistrados” latinoamericanos, de izquierda a derecha, acusados, procesados o encarcelados por corrupción, muchos de ellos vinculados con el caudillismo, “pecados originales” con que nació Latinoamérica independiente. En Guatemala, condenados o en prisión preventiva están Alfonso Portillo, Álvaro Colom y Otto Pérez Molina (este último destituido); en El Salvador, Francisco Flores; en Honduras, la esposa del presidente Porfirio Lobo; en Costa Rica, Rafael Ángel Calderón y Miguel Ángel Rodríguez; en Panamá, Ricardo Martinelli y sus hijos; en Venezuela, Carlos Andrés Pérez (destituido). En Ecuador, Abdalá Bucaram y Jamil Mahuad (destituidos), Fabián Alarcón y Gustavo Noboa; entre los peruanos, Alberto Fujimori, Ollanta Humala y su esposa, y Alejandro Toledo (en espera de ser extraditado); el boliviano Gonzalo Sánchez de Lozada (derrocado) y el paraguayo Fernando Lugo (destituido por mala gestión). En Argentina, Carlos Saúl Menem; y en Brasil, Fernando Collor de Mello (renunció), Lula da Silva y Dilma Rousseff (destituida por mala gestión y denunciada por encubrir corrupción de su partido).

Entre los denunciados pero no condenados o juzgados están, en México, Enrique Peña Nieto y su esposa; el guatemalteco Jimmy Morales, en El Salvador, Mauricio Funes (asilado en Nicaragua); en Costa Rica, José María Figueres; en Haití, Jean-Bertrand Aristide; de República Dominicana, Leonel Fernández y Danilo Medina (por sus entornos); en Colombia, Ernesto Samper, Álvaro Uribe y Juan Manuel Santos. No huelga hablar del enriquecimiento desmedido del clan Chávez y la cúpula bolivariana. En Ecuador, Rafael Correa (hasta ahora, por permisividad; y entre los peruanos, Alan García y Pedro Pablo Kuczynski (recién renunciado). De Bolivia, Jaime Paz Zamora y Hugo Banzer Suárez con la familia de su esposa, (Evo Morales fue acusado de nepotismo y tolerar la corrupción). En Chile, el hijo y la nuera de Michelle Bachelet. Entre los argentinos, Fernando de la Rúa (renunció), Néstor Kirchner y su viuda y sucesora Cristina Fernández; en Paraguay, Juan Carlos Wasmosy, Raúl Cubas (renunció y se asiló), Luis González Macchi, Federico Franco y Horacio Cartes (sobreseído); así como el uruguayo Luis Alberto Lacalle. Por último en Brasil, José Sarney y Michel Temer.

En El Jarrón Roto (Le vase brisé), Sully Prudhomme describe cómo escapa el agua por una rajadura imperceptible y muere la flor. Así, con ayuda de los medios y las redes sociales, los latinoamericanos dejamos de ignorar y perdemos, cada vez más, la paciencia. O se rompe el jarrón o el cáliz se desborda.