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Microracismos

Hace poco, la ciudadanía boliviana pudo atestiguar, entre azorada e incrédula, un nuevo caso de racismo. Por su gravedad y reiteración, quienes deben y pueden tratar el tema deberían proponerse una verdadera campaña pedagógica para informar sobre un asunto que resulta irritante y repudiable por partes iguales. De otra manera, es posible que en un futuro próximo volvamos a asistir a otro episodio igual de lamentable y ridículo como el que reseñamos.

Al parecer, ya bien entrado el siglo XXI aún hay demasiada gente que todavía no sabe que el concepto de razas humanas no es sostenible desde el punto de vista biológico, y que el mismo no pasa de ser un invento social para uso de las clases dominantes o, peor aún, de aquellos que creen pertenecer a esas clases dominantes.

En mayo de 1979, hace casi 40 años, el Dr. Jacques Ruffie, profesor de la facultad de Medicina de Toulouse (Francia), y fundador del Instituto Boliviano de Biología de la Altura, en una entrevista concedida a un medio español declaró: “No hay base genética para el racismo”. Desde aquella fecha, mucha tinta ha corrido y mucha investigación se ha realizado sobre los fundamentos científicos de la genética y de la raza relacionados con el género humano; y toda esa tinta e investigación no han hecho sino avalar con un peso aplastante e incontestable la afirmación del Dr. Ruffie.

Por ejemplo, el número especial que la prestigiosa revista National Geographic dedica íntegramente al tema de la raza humana (abril de 2018) muestra en su portada a dos hermanas gemelas, una negra y otra blanca. “Estas hermanas gemelas nos hacen repensar todo lo que sabemos sobre la raza”, afirman. La revista, haciendo autocrítica por la cobertura racista que mantuvo durante décadas, declara a modo de explicación de por qué están dedicando un número entero al tema racial: “No hay base científica para la raza. Es una etiqueta en su mayor parte inventada”.

¿Qué es entonces en realidad lo que hasta ahora conocíamos como razas humanas?, ¿y cómo y para qué se construyó ese hoy desacreditado concepto? Vayamos por partes. La idea de razas humanas, que en apariencia define un juicio inequívoco y perfectamente establecido, conceptualmente se construyó a partir de al menos dos componentes: uno pretendidamente científico y el otro netamente cultural. La ciencia y la moderna genómica se han encargado de demostrar, sin el menor atisbo de duda, que el genoma humano (la información genética de nuestra especie contenida en nuestros cromosomas), sea de donde fuere el origen de un individuo cuyo genoma se estudie (secuencie), siempre pertenecerá a un miembro de una sola y misma raza: la raza humana.

Por lo tanto, el componente genético del concepto “razas humanas” es estrictamente falso. Las variaciones, como color y textura del pelo, color de la piel, color de los ojos, forma de la cara, etc. son tan irrelevantes desde el punto de vista genético como lo serían las variaciones al interior de una misma familia (véase el caso de las hermanas gemelas antes referido).

¿Alguien de “piel blanca” (expresión, por cierto, bastante disparatada) se atrevería a decirle a una hija o a un hijo, por el color de su piel un poco más oscuro, que en realidad pertenece a otra raza? Queda entonces el componente cultural del concepto “razas humanas”. Y éste es, ciertamente, bastante grotesco, pues desde que fue propuesto, por razones espurias y de predominancia, solo ha sido una fuente constante de daño, dolor y discriminación, sirviendo sobre todo para que grupos o personas ignorantes o extremistas (o extremistas por ser ignorantes) crean, por supuesto sin más base que sus propias creencias, que son superiores a otras personas por el mero hecho de tener diferentes atributos físicos como el color de la piel.

A la gente racista en Bolivia (y en otras latitudes), cuando la Justicia tenga que tomar cartas en el asunto, más que imponerles penas de cárcel sería mejor someterlos a pruebas genéticas para determinar sus orígenes remotos. Actualmente, esto es perfectamente posible. El resultado de dicho estudio podría, por orden judicial, hacerse público para conocimiento no solo de quién haya sufrido un hecho de racismo, sino de la ciudadanía en general. Así todos podremos tomar conocimiento de quién o quiénes son los (las) racistas. Con toda seguridad habría más de una sorpresa por parte de esas personas “pura sangre”. Está demás decir que los gastos, tanto del estudio como de la publicación de los resultados, tendrían que ser sufragados por los ofensores.