Extinción patrimonial
Los vecinos de Chijipata anhelan la desaparición de la última chullpa que se mantiene en pie en aquel lugar.
A mediados de marzo, la última chullpa que aún pervive en el valle alto de Chijipata, al sureste de la ciudad de La Paz, se derrumbó parcialmente debido a las intensas precipitaciones que cayeron a principios de año y a la falta de mantenimiento. Es decir que está siguiendo el mismo camino que el resto de los chullpares que otrora habitaron aquella zona y que hoy han desaparecido.
Por ejemplo, hasta hace apenas una década eran al menos cuatro las torres funerarias precolombinas de aproximadamente 800 años de antigüedad que seguían en pie en Chijipata. No obstante, tres de ellas fueron arrastradas hacia un barranco por un tractor contratado por un individuo que estaba impulsando el loteamiento de aquellos predios, hoy por hoy en manos privadas. Empero, tal parece que al loteador le faltaron Bs 200 para que el tractorista culminase la tarea.
Fue así que una chullpa, la que ahora suscita este comentario, se salvó de terminar en el barranco junto con las demás torres funerarias, aunque las artesanías y restos arqueológicos que contenía hace ya varios años que fueron saqueados. De todas maneras, su supervivencia aún sigue en vilo, debido a las frecuentes lluvias y a la inmisericorde expansión de las urbanizaciones.
De hecho, se sabe que los vecinos del lugar anhelan su desaparición, en tanto constituye un vestigio vivo de que aquella zona alguna vez fue un rico yacimiento arqueológico, que poco a poco fue sucumbiendo ante la ambición de los loteadores. Por ello, con el fin de evitar este lamentable fin, el Gobierno Municipal de La Paz promulgó días atrás una ley que le permite realizar obras de conservación y de restauración en torno a esta tumba funeraria precolombina.
Si bien los arqueólogos consultados por La Razón coinciden en que esta norma llega un poco tarde, y que lo ideal hubiese sido que la municipalidad reaccione cuando en 2008 se alertó sobre la destrucción de los chullpares que persistían en aquel lugar, se trata de una iniciativa más que necesaria, que ojalá se convierta en una suerte de punta de lanza que contribuya a resolver el preocupante déficit de políticas estatales orientadas a conservar y difundir el patrimonio arqueológico de La Paz en particular y del país en general.
Y es que no sobra recordar que este patrimonio se encuentra seriamente amenazado a lo largo y ancho del territorio nacional no solo por las lluvias, los granizos y el viento, sino también y sobre todo por las perturbaciones que ejercen los pobladores (muchos de ellos devenidos en loteadores), los turistas e incluso los “empresarios”, que abren caminos y emprenden proyectos que perturban los suelos incluso cuando se topan con yacimientos arqueológicos; tal como ocurrió por ejemplo en 2013 cuando los petroglifos de Inca Pintata (Oruro) quedaron sepultados bajo toneladas de roca a raíz de la ampliación de una vía caminera para poder acceder a una mina.