De locos y racistas
Racismo y machismo son dos formas perversas de ejercer dominio y, por lo tanto, someter al otro.
Mientras sus abogados tejen chicanas para salvarlos de una imputación por presuntos actos racistas, arguyendo que sus clientes padecen trastornos mentales y/o problemas de salud, Ramona Melgar y Juan Carlos Herrera se refugian en clínicas psiquiátricas o nosocomios. Así, en un cerrar de ojos, el racismo se convierte en un desvarío involuntario de la personalidad o locura.
Desde hace un mes, en Bolivia se desempolvó el debate sobre el racismo en torno a dos casos ocurridos en la ciudad de Santa Cruz, los cuales sacudieron el ámbito mediático tradicional y las redes sociales. En ambos hay un hilo en común: los actos racistas estaban aderezados por prejuicios regionalistas, condensados en el significante “colla”.
El racismo es una cuestión de poder. Michel Foucault sostiene que una de las vías de la expresión más nítidas de este fenómeno se da por la vía del lenguaje. El lenguaje de corte racista es una forma de ejercer poder, y a partir de ese lugar, menguar, sojuzgar, humillar y ofender al “otro”, que a priori se lo considera inferior o que se pretende “inferiorizar”.
La persistencia de esta práctica es frecuente en nuestra sociedad, y el leguaje es uno de los dispositivos más comunes por los que se la ejercita. Por ejemplo, en los casos que suscitan este comentario, una señora de la sociedad cruceña y un catedrático universitario se atribuyen una supuesta superioridad racial/regional para humillar a otros ciudadanos por ser o parecer “collas”. Además, en ambos casos las víctimas directas eran mujeres ¿Pura casualidad? Si la respuesta fuera afirmativa, entonces el racismo también estaría asociado con el machismo. Racismo y machismo son dos formas perversas para ejercer dominio y, por lo tanto, someter al otro/a. Es la lógica del poder.
En este sentido, el racismo no es parte de ninguna “patología” psíquica, sino una mecánica orientada a disciplinar al otro, activada desde un lugar de poder. Con todo, el racismo es un resabio colonial naturalizado y tiene una configuración histórica, como bien analiza el sociólogo peruano Aníbal Quijano. En el caso boliviano, ese resabio forma parte del colonialismo interno (Silvia Rivera dixit) que permea a toda la sociedad, está incrustado en sus entrañas, como un hecho político legitimado (todavía) basado en la jerarquización de la sociedad. Quizás aquí estriba la gravedad del asunto.
Entonces, no se puede entender ni aceptar al racismo como una locura individual, que supone la transgresión a una norma social establecida. A la sazón, pues se descarta que los racistas sean locos. Todo lo contrario, es parte de un habitus social (como diría Pierre Bourdieu) que demuestra ser altamente pernicioso para la integridad individual y colectiva.
Por eso mismo, en el país está vigente la Ley 045, que sanciona el racismo y otras formas de discriminación. Sucede que la insuficiencia en la socialización y aplicación de esa ley no ha logrado instalar todavía esos códigos normativos en las personas para extirpar este mal social.
Al ser el racismo parte de un resabio colonial, la lucha contra esta práctica debería ser una prioridad en la cruzada descolonizadora desde el Estado. Desde luego, la indignación de muchas personas por esos casos de racismo ocurridos en Santa Cruz es una luz de esperanza para extirpar esta lacra social desde la misma sociedad.