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Cachuela Esperanza

Cuando me acerqué al agua, pensé… “aquí quiero volver”, y así comprendí que el paso de la corriente y los calores húmedos hacen aquí de portales a un universo recóndito y esquivo, donde el río y la selva resguardan altas revelaciones. Porque uno puede asomar a las orillas o deslumbrarse con el verde y los aromas; pero descifrar los signos de cada corteza o interpretar las voces de la fauna o asistir a los enigmas de todo lo inmanente, esas ya son misiones trascendentales.

Una embarcación navega despertando sospecha en algunos habitantes mimetizados con las sombras. Lleva dispositivos para la pesca, presumo yo, sin imaginar que en realidad circula en una órbita extinguida con el último estertor de la siringa. Sus tripulantes desembarcaron en esta cachuela mucho antes, para contemplar desde el puerto cómo la nave se perdía contra el sol de la tarde en la amplitud del caudal. Y sin haberse movido siquiera, el tiempo hizo cadáveres de ellos, primero, y después rastros inmateriales extraviados en las ruinas de tejados abiertos y umbrales desbordados por la vegetación.

Se escucha el aria y la ovación simultáneamente ahora desde adentro del teatro que la malaria dejó en agonía para siempre. ¿Cuyo es este delirio? Las hamacas se desentienden bajo los aleros; y también los niños, llegados aquí como aves migratorias, sin saber dónde posaron su descanso, si el destino es éste o si habría aún otro destino.