Mujer y trabajo
En una reunión informal de mujeres que trabajan en diferentes fábricas del país, una de ellas, con claro acento cruceño, cuenta que las oportunidades de trabajo para hombres y mujeres son distintas: “Oiga, yo trabajo siete años en la misma fábrica. Los dueños nos decían que esta sección es solo para hombres, es trabajo pesado, requiere la fuerza de un varón. Era la sección donde se ganaba más porque era trabajo especializado”. Ella sigue su narración y con buen humor dice: “Pero nos engañaron, puej, porque mandaron a todingos los hombres a especializarse, y resulta que ya no es trabajo pesado porque automatizaron la sección (se ríe de buena gana). Ahora los hombres saben qué botones apretar y no se necesita fuerza bruta, elay puej”. Claro, los varones fueron capacitados, se especializaron y ganan más que las mujeres; a ellas les negaron la oportunidad de capacitarse.
Existe una división sexual del trabajo que, por designios de la naturaleza, relega a las mujeres a las tareas de reproducción en el ámbito doméstico sin ningún salario; mientras que a los hombres, por ser varones, se les designan tareas remuneradas para que cumplan con su papel de proveedores. Los trabajos fuera del hogar destinados a las mujeres siempre tendrán menor jerarquía y más bajo salario.
Ser mujer en el mundo del trabajo formal trae consigo una serie de prejuicios que la modernidad aún no logra romper. Por ejemplo la maternidad, tan magnificada por el conjunto social, es un atenuante para subvalorar el trabajo realizado por mujeres, porque la condición de madre, elogiada anteriormente, de pronto se torna en el mejor pretexto para mermarle méritos como trabajadora, sea cual sea su función, igual para quien detenta un título universitario como para la aprendiz. Los embarazos, las horas de lactancia, el cuidado de los enfermos, ancianos y niños, generalmente a cargo de las mujeres, genera la idea de que contratar una mujer es una “mala inversión” para las empresas. Estos argumentos, que parecen trogloditas, permanecen vigentes pese a las leyes tanto para la empresa privada como para las instituciones estatales.
Se han dado grandes avances en el acceso de las mujeres a la educación, pero no se reflejan en el mundo laboral, donde ellas aún reciben un 25% menos de salario por igual trabajo y capacidad que los hombres. Aún cuatro de cada 10 mujeres no tienen ingresos propios, mientras que dos de cada 10 varones están en esa situación. La sociedad, las familias, el Estado necesitan que mujeres y hombres accedan a capacitación, trabajos dignos y puestos de liderazgo en igualdad de oportunidades para construir una sociedad más igualitaria.