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Ser ‘cholo’

/ 29 de abril de 2018 / 04:00

Cavilaba en mi habitación, rodeado del silencio de una de estas noches frías. Y la imagen de una tapa de libro atrapó mi atención: una perrita dando de amamantar a sus cachorros. Y su título, no menos atrayente, incitó aún más mi curiosidad: De dónde venimos los cholos, cuyas referencias de contratapa “amenazaban” con romper estereotipos en quien se animara a transitar visualmente por sus casi 300 páginas.

El nombre del autor, Marco Avilés, salta a la vista: peruano de origen, inmigrante, tez clara, cabello rizado, rasgos andinos. Y “cholo” con orgullo, quien tras su propia descripción comienza a reconstruir historias, algunas de su niñez, etapa en la que tuvo que abandonar su mundo rural para instalarse en Lima, “una ciudad que, a cambio de refugio, fuerza a los inmigrantes a olvidar quiénes son y de dónde vinieron”.

Interesante comienzo, que tras cada vuelta de hoja va adquiriendo mayor vigor. Es que los episodios que describe no contemplan ambages ni victimismos, y se convierten por momentos en descarnados y feroces, cuyo centro motor es, siempre, la “discriminación”. Además, el término “cholo” (“indio” en Bolivia) jamás está ausente como adjetivo despectivo referido a la persona poco ilustrada, de tez morena y origen humilde.

A medio camino el autor se formula una pregunta clave: ¿No es que acaso todos somos la expresión del mestizaje indo-español; es decir, cholos, inmigrantes, mezcla, cócteles más o menos molotov?

El frío hace sentir su autoridad en la noche paceña. Pero resulta difícil desprender la mirada de lo que Avilés dejó impreso en el papel, relatos que fascinan y azoran a la vez: “ (…) yo me camuflaba (en el colegio) porque tiro para blanquiñoso, pero mis amigos morenos sufrían a morir sintiéndose atacados: ¡Cholo! Serrano de m… Alpaca; báñate, indio apestoso; hueles a queso, comequeso. Me da pena tu vida. Yo tengo malas notas, pero puedo estudiar; vos eres un serrano. Se-rra-no. ¿me entiendes? Y ¿te pones a llorar como mariquita? ¿O sea que eres serrano y encima cabro? Yo que vos, me suicido (…)”.

Y es en ese instante en que, súbitamente, siento un impacto en el alma. Pues la narración tiene elementos perfectamente comparables con lo que sucede en Bolivia. Dos de los últimos casos suscitados en la capital oriental, donde una dama y un docente universitario hacen gala de sus sentimientos exacerbados de odio e intolerancia.
“Si la literatura debe remover conciencias, la crónica debe vapulearlas”, decía en una entrevista el mismo escritor. Tanta razón!!!

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Los extravíos del minero

Aquellos dirigentes y trabajadores mineros poseían la suficiente formación sindical, la experiencia y el aplomo para afrontar los momentos más críticos de una sociedad en conflicto.

/ 17 de noviembre de 2019 / 06:26

Hubo de llamarse la “gloriosa” Federación Sindical de Trabajadores Mineros de Bolivia en el pasado-presente. Y con todos los honores. Lo de “gloriosa” no fue, por supuesto, una concesión piadosa, se la forjó y ganó a fuerza de denodadas luchas por sus reivindicaciones sociales.

Pero fueron muchos los años de grandes esfuerzos encaminados a estructurar una clase trabajadora con principios inalienables e innegociables de parte de la entonces dirigencia, cuyos componentes de sobrada autoridad e integridad no actuaban sino en estricta sujeción a los postulados no solo de su estatuto, sino también de su propia conciencia.

Aquellos dirigentes y trabajadores mineros poseían la suficiente formación sindical, la experiencia y el aplomo para afrontar los momentos más críticos de una sociedad en conflicto. No en vano habían desarrollado un “olfato de combate” para luchar contra lo que consideraban la vulneración de sus derechos.

No parece desmedido, entonces, decir que al trabajador minero habría que ubicarlo junto con los grandes emancipadores de las luchas sociales del país, tanto por su coraje como por su disposición a ofrendar la vida. Demás está relatar sobre los saldos fatales de las dictaduras militares.

Así y todo, su principal goce lo hallaban buscando la justicia. Leían pocos periódicos y apenas ojeaban las revistas, pero se nutrían con irrefrenable apetito de la trayectoria y obra de auténticos personajes revolucionarios de talla mundial como Marx o Lenin, quien sostenía como uno de sus principios que “sin teoría revolucionaria no hay práctica revolucionaria”.

La seguridad industrial de los mineros, por otra parte, fue una lacra que no mejoraba con el paso del tiempo. Antes bien, iba de mal en peor. Pese a ello, se las arreglaban. Eso sí, tenían muy claro que la entidad que los representaba “debía mantener su independencia y distancia del poder”. Pues de lo contrario, sus días se irían cayendo como las hojas secas de un árbol.

Mientras perforaban la roca al interior de la mina, nadie sabía cómo se encontraban estos obreros, tal vez ni siquiera ellos mismos. Al término de su faena, emergían de la bocamina con los pulmones agitados, las manos chamuscadas, la indumentaria oliendo a mineral y copajira. No habitaban en ellos ninguna incompostura premeditada. Tan diferente a estos tiempos, en que algunos dirigentes, extraviados en sus ruines intereses, huelen a confabulación y conspiración.

Era, pues, otra temporada, cuando los dirigentes eran dirigentes y los mineros, ¡¡¡mineros!!!

Ramiro Villegas

es corrector de La Razón.

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¡No con un escritor!

Son 'seres raros' que viven la vida o la dejan pasar cautivos a su oficio y adictos a ese vicio solitario

/ 17 de julio de 2016 / 05:00

Con cualquiera, menos con un escritor!”, es lo que un reconocido narrador cochabambino le habría manifestado, sobresaltado, a su hija cuando ella le sugirió que le gustaría casarse con un joven que se dedica a este oficio. Dice él, apoyado en su propia experiencia, tener los suficientes argumentos para oponerse a semejante “locura”, pues asegura que los escritores son “seres raros” que viven la vida, o dejan pasar la vida, cautivos de su oficio, neuróticos, adictos a ese vicio solitario de romperse la cabeza solo por encontrar el adjetivo adecuado, el verbo perfecto o el huidizo “dato escondido”.

Tal concepto (categórico) no provocaría sorpresa si no fuera porque proviene de otro escritor, con  más de 30 años ejerciendo el oficio, quien no quiere que su joven hija elija como compañero de viaje a un “colega” suyo. Y por si fuera poco, cuando se refiere a ciertos estados favorables de la vida, como la “prosperidad”, la consuma con una adorable confesión: “El camino menos directo para ser rico es ser escritor”.

De estos “seres raros” se dice que nacen, y no es que se hacen. Y que su esencia es transitar en los umbrales del desquicio, poco proclives a la gloria y demasiado al derrotismo y la frustración. Pero, en contrapartida, es también cierto que sus composiciones literarias han transformado la naturaleza; y sus estudios, admirablemente fundamentados, son pilares en la construcción de nuevos modelos de desarrollo, tan necesarios en estos tiempos en que un día es más exigente que el anterior.

La escritura, en ese sentido, no sería factible sin su compañera de juego: la lectura. De ese juego nació la prosa luminosa de Miguel de Cervantes Saavedra, considerado el “Príncipe de los ingenios”, y de quien se dice que leía hasta los papeles rotos que encontraba en la calle, sin importar que una  gallina los haya picoteado.

Salvando los espacios y los ámbitos, el popular guerrillero Ernesto Che Guevara convivió con tan parecida “manía”. Dicen de él que su tempranero hábito a la lectura fue determinante para moldear su personalidad y su orientación ideológica. Y que en la guerrilla, tras ser detenido en Ñancahuazú, lo único que conservaba (ya que lo había perdido todo, no tenía ni zapatos) era una cartera de mano sujeta al cinturón en la que llevaba su diario de campaña y sus libros.

Con todo, y a pesar del sobresalto del narrador cochabambino y de su ímpetu de oponerse a los anhelos de su doncella hija, resulta loable admirar no solo el legado, sino también la vida de tantos escritores que día a día sueñan con mundos distintos o deambulan leyendo huellas en el piso para descifrarlas, recomponerlas y estamparlas en el papel en forma de palabras, de frases, de novelas… Muchos, con las manos llenas de humanidad.

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Golpe de timón

Urge el cambio de estructuras en el fútbol, con una única condición: el relevo de los dirigentes

/ 6 de octubre de 2013 / 05:01

Un tema tan enmarañado pero tan bien amarrado está acabando con la paciencia de una inmensa mayoría de aficionados y de algunos dirigentes e inclusive periodistas deportivos: el fútbol nacional y su entorno. Y quien ya salió al frente para plantarle cara al asunto es el presidente del club Sport Boys de Warnes, Mario Cronembold, quien ha hecho una serie de gravísimas denuncias en contra de la Federación, la Liga y la ANF.

La última, penosa y frustrante participación de la selección nacional de fútbol en las eliminatorias mundialistas, al parecer, ha precipitado esta suerte de crisis institucional; y da la sensación de que se ahondará aún más, pues día a día las voces discordantes se van sumando.

Y aunque el problema no es reciente, existe un mensaje vox pópuli que exige un cambio de estructuras, con una única condición: el relevo de los dirigentes actuales, quienes han dado suficientes muestras de que su trabajo no armoniza con la exigencia y el desafío de semejante responsabilidad. Lo incomprensible es que éstos, al parecer, no se dan por enterados y menos por aludidos.

Con decir que ni las imágenes de un programa deportivo en las que se les observa recibiendo una artillería de insultos de grueso calibre  les provoca una pizca de rubor. Pero claro, qué importa nada si permanecer en el cargo les reporta fama y poder. Es más, en alguna entrevista ya dejaron entrever que no sería descabellada la idea de una nueva postulación. Toca evaluar a la opinión pública si estos inquilinos del fútbol andan en sus cabales.

Se debe admitir, sin embargo, que no sólo ellos son los responsables de este estado de cosas, sino también algunos otros dirigentes de clubes quienes —según las denuncias— andan mendigando favores (económicos) en los pasillos federativos a costa de beneficiarlos con su voto. No se explica de otra manera que elección tras elección aparezcan juramentando “los mismos de siempre”.

Las mismas acusaciones hacen referencia a la existencia de una serie de prebendas que, si bien ya no son novedad a estas alturas, raya en lo repugnante los niveles a los que se ha llegado. El señor Cronembold ha empeñado su palabra en que está dispuesto a demostrar y encarar sus aseveraciones, cuéstele lo que le cueste.

Ojalá lo cumpla, pero más que eso, que de una vez por todas se dé el golpe de timón, con nuevos rostros, sensatos y confiables. 

Es corrector de La Razón.

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