Ser ‘cholo’
Cavilaba en mi habitación, rodeado del silencio de una de estas noches frías. Y la imagen de una tapa de libro atrapó mi atención: una perrita dando de amamantar a sus cachorros. Y su título, no menos atrayente, incitó aún más mi curiosidad: De dónde venimos los cholos, cuyas referencias de contratapa “amenazaban” con romper estereotipos en quien se animara a transitar visualmente por sus casi 300 páginas.
El nombre del autor, Marco Avilés, salta a la vista: peruano de origen, inmigrante, tez clara, cabello rizado, rasgos andinos. Y “cholo” con orgullo, quien tras su propia descripción comienza a reconstruir historias, algunas de su niñez, etapa en la que tuvo que abandonar su mundo rural para instalarse en Lima, “una ciudad que, a cambio de refugio, fuerza a los inmigrantes a olvidar quiénes son y de dónde vinieron”.
Interesante comienzo, que tras cada vuelta de hoja va adquiriendo mayor vigor. Es que los episodios que describe no contemplan ambages ni victimismos, y se convierten por momentos en descarnados y feroces, cuyo centro motor es, siempre, la “discriminación”. Además, el término “cholo” (“indio” en Bolivia) jamás está ausente como adjetivo despectivo referido a la persona poco ilustrada, de tez morena y origen humilde.
A medio camino el autor se formula una pregunta clave: ¿No es que acaso todos somos la expresión del mestizaje indo-español; es decir, cholos, inmigrantes, mezcla, cócteles más o menos molotov?
El frío hace sentir su autoridad en la noche paceña. Pero resulta difícil desprender la mirada de lo que Avilés dejó impreso en el papel, relatos que fascinan y azoran a la vez: “ (…) yo me camuflaba (en el colegio) porque tiro para blanquiñoso, pero mis amigos morenos sufrían a morir sintiéndose atacados: ¡Cholo! Serrano de m… Alpaca; báñate, indio apestoso; hueles a queso, comequeso. Me da pena tu vida. Yo tengo malas notas, pero puedo estudiar; vos eres un serrano. Se-rra-no. ¿me entiendes? Y ¿te pones a llorar como mariquita? ¿O sea que eres serrano y encima cabro? Yo que vos, me suicido (…)”.
Y es en ese instante en que, súbitamente, siento un impacto en el alma. Pues la narración tiene elementos perfectamente comparables con lo que sucede en Bolivia. Dos de los últimos casos suscitados en la capital oriental, donde una dama y un docente universitario hacen gala de sus sentimientos exacerbados de odio e intolerancia.
“Si la literatura debe remover conciencias, la crónica debe vapulearlas”, decía en una entrevista el mismo escritor. Tanta razón!!!