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Democracia y oposición

La democracia es una institución política, y su forma de desarrollo en los Estados y sociedades son construcciones constantes. En nuestra Bolivia, la democracia fue confiscada por la derecha y la dictadura militar desde mediados de los años 60; pero a finales de los 70 fue recuperada por el movimiento popular, sindical y la izquierda, y luego se constituyó en institución como forma de gobierno desde octubre de 1982.

La transformación sustantiva de nuestra democracia es el paso de la democracia liberal representativa a la democracia representativa, participativa y deliberativa. En la primera, el pueblo votaba pero no elegía, ya que si los partidos políticos no obtenían la mayoría absoluta, delegaba esa facultad soberana al Congreso Nacional. Desde las elecciones nacionales de 1978 hasta las de 2002 ningún partido obtuvo la mayoría absoluta, solo relativa. Asistíamos a un sistema de minorías electorales que se convertían en mayorías parlamentarias por acuerdos multipartidarios. Frente a esta debilidad estructural, el sistema político de partidos acuñó el término de “democracia pactada”. Esta forma de gobierno fue transformada constitucionalmente. Hoy vivimos la era de la democracia representativa, participativa y deliberativa, donde el pueblo vota y elige.

El verbo clave es “elegir”. Es decir que el pueblo hoy es el soberano de la decisión. La facultad de elegir formalmente es electoral, pero el fondo es decidir por una opción de gobierno y poder. La diferencia sustantiva se da entre sigla electoral u opción de gobierno. Es lo que en última instancia define la inclinación del electorado en las democracias. Desde las elecciones nacionales de 2002, la derecha asiste públicamente a su propia crisis: de estructura partidaria, de liderazgo político, de ideología, de plan de gobierno.

La estructura partidaria ha sido sustituida por dos niveles: i) con siglas electorales que cambian en cada elección nacional y ii) con funcionarios públicos de gobernaciones y municipios cuya presencia pública se manifiesta solo en participaciones electorales (campañas) y en la gestión pública local. No tienen liderazgo. Los aparentes liderazgos están vinculados con la sigla electoral, empresarial, municipal o departamental. Deliberadamente confunden liderazgo con imagen mediática. Quien obtenga una imagen mediática se convertiría en el factor de cohesión de la oposición. Por ello, su presencia en los medios y en las redes sociales es fundamental frente a otros competidores de la oposición; la pelea por el liderazgo, por construir imágenes y convertirse en el ideal del votante de oposición es interna.

La crisis ideológica, la ausencia o el vacío de concepción se sustituyen en el discurso político con eslóganes mediáticos. Su presencia pública se da a través de la adjetivación y la descalificación como formas públicas de crear opinión pública política. No tienen propuesta de país en lo económico, político, productivo, etc. Es decir, su plan se reduce a criticar lo que no harían, pero no proponen lo que sí harían. Esta pequeña frase ratifica su ausencia de propuesta.

Estos elementos son valorados por el electorado, que no logra ser seducido por consignas; aunque en algunos momentos (hay que reconocer) el sensacionalismo define comportamientos sociales, sin objetivos concretos, solo buscando satisfacer emociones.

Las fracciones opositoras enfrentan una pugna interna no para disputar el poder político, sino en busca de alguien con la capacidad de articular y liderar la oposición, y así tener una mayor representación parlamentaria y de administración de entidades subgubernativas. Hoy en día se desenvuelven en ese juego que aún no resuelve lo sustantivo: ser opción de gobierno. Mientras no superen su dramática realidad, el comportamiento de la derecha seguirá siendo el mismo: descalificar, sensacionalismo, eslóganes mediáticos e improvisación electoral constante.