No me fío del Nobel
Este año no habrá Premio Nobel de Literatura, y no por falta de candidatos, sino por el escándalo en el que se vio envuelta la Academia Sueca, cuando el director de un proyecto cultural de la institución fue acusado por 18 mujeres de agresión sexual. Después del primer impacto de semejante noticia, nos enteramos, entre la desazón y el alivio, que el 2019 se anunciará el ganador del Nobel de ese año y también el de 2018.
Bueno, uno respira con cierto consuelo y piensa que sus autores favoritos todavía están en la lista de posibles candidatos, aunque también se sabe que hay tantos y tan buenos escritores que finalmente es injusto que uno solo se lleve el baluarte.
Pasado el impacto y vuelta la calma, el pensamiento regresa a paso cauteloso para observar a esa institución tan encumbrada como es la Academia Sueca. Nunca antes, ni en sueños, ni en las ideas más peregrinas, se nos hubiera ocurrido desconfiar de semejante organismo. Para las personas más comunes y silvestres, esta institución era algo así como un ente sagrado de imposible acceso e incorruptible actuación. No era así para quienes por razones de poder político o económico conformaron la infranqueable élite que en cada octubre anunciaba los ganadores del Premio Nobel de Literatura, cuyos nombres el resto de los mortales esperábamos conocer con ansias e inocencia.
Esta vez las habas se cocieron en donde menos lo esperábamos, y a quienes nos gusta la literatura, el goce de la lectura, el bello manejo de las palabras, los impensables laberintos de la imaginación… nos deja una decepción muy difícil de cambiar. ¿Quiénes decidían por nosotros? ¿Eran dignos de representarnos? ¿Cómo tomaron sus decisiones? Era una institución que gozaba de nuestra confianza de manera indiscutible. Esta vez la Academia Sueca anunció que la decisión de no entregar este año el Nobel de Literatura “se tomó a la luz de una academia numéricamente debilitada y una confianza reducida en el resto del mundo”. ¿Se recuperará la confianza para el año? Bueno, las personas tenemos memoria frágil y ellos no deben ignorar algo de lo que los comunes mortales ya estamos enterados.
A esta altura de la vida y la historia estoy convencida de que las instituciones que se rodean de muros para convertirse en inalcanzables lo hacen para ocultar la podredumbre que las carcome por dentro. Quizás ya cumplieron su función y el mundo reclama otras formas de redención para Alfred Nobel, por lo menos en el plano de la literatura.
Soy consciente de que al año todavía esperaremos el dictamen de la academia, pero también de que el tiempo exige que nos reinventemos sin temor a quebrar lo instituido por simple oxigenación, porque queremos seguir respirando.