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Este oficio

Hace mucho que los tiempos no son buenos para la gran mayoría de los periodistas. Puede que tenga que ver con el negocio en que se ha convertido la educación, y que ha llevado a que los empresarios y autoridades de medios de comunicación tengan a la mano centenas de estudiantes desesperados por realizar sus “prácticas guiadas” de forma gratuita. Esos jóvenes luego tendrán problemas para encontrar un trabajo medianamente remunerado y, como en todo, sabrán que no hay futuro sin “experiencia”; lo que los pone a un tris de seguir trabajando gratis, o casi gratis. Con ello ganan los dueños de los medios de comunicación, pero pierden los medios y, sobre todo, el público, que siempre necesitó, necesita y necesitará un buen periodismo.

Cada puesto de trabajo vacante casi siempre es llenado por alguien con menos experiencia y con la mitad de la paga, pero con el doble de trabajo del que se fue. Primero el correo electrónico y después las redes sociales pusieron su ingrediente. Cuando el fenómeno empezó, un grupo de desocupados intentamos impulsar una agencia de noticias. Fue un desastre. Los medios recibían una gran cantidad de información gratis, y la tecnología les permitía contar con las noticias, por ejemplo, de un periódico colega de otra ciudad. Las agencias de noticias entraron en crisis y el cargo de corresponsal, por supuesto, se redujo. Con el intercambio de información, había periódicos que contaban con el trabajo de todo el plantel de redacción de un matutino de otra ciudad.

La estabilidad laboral es una rareza. Tanto que cuando uno responde que sigue en el mismo medio, incluso hay colegas que te miran como bicho raro, y más de uno lanza la segunda andanada: “¿tanto tiempo?, ¿no piensas jubilarte? ¡Ya deberías haberte ido!”. La falta y la necesidad de empleo hacen olvidar que una lucha antigua y permanente del periodismo, mediante sus organizaciones sindicales, es la estabilidad laboral. Si no, ¿para qué los sindicatos, las federaciones y confederaciones?, instituciones cada vez más debilitadas, casi siempre por la pasión que provoca el amor por mantenerse a como dé lugar en el cargo, y casi siempre para cosas peores.

Uno escucha a colegas quejarse del nivel del periodismo. El sensacionalismo ha ganado sin esfuerzo. Ha sido el triunfo de los negociantes y especuladores. Los géneros periodísticos no se mencionan ni se discuten, y menos se practican; los noticieros no son sino un amasijo infame que solo buscan el impacto fácil. Y como hay audiencia, se intenta imponer la mentira de que “hay que darle al pueblo lo que le gusta”. Y un fenómeno no nuevo pero extremo vino a complicar lo que ya estaba revuelto: la politización extrema de dueños de medios y de periodistas, quienes no reparan en usar la posverdad, la premeditada divulgación interesada de mentiras. ¿Y qué hay de la publicidad estatal y privada?

Es cierto, no son buenos tiempos. Pero casi nunca lo fueron y siempre hubo un rosario de motivos, y enfrentarlos nos hizo dignos. Ante el recuerdo y el echar de menos a periodistas (hombres y mujeres) que ejercieron el oficio con tanta capacidad, honestidad y dignidad, resulta imposible no estar convencido de que si tuviéramos otra oportunidad, tropezaríamos con la misma piedra.